viernes, 3 de enero de 2025

Cuentos de Borges- "El método"

El método




Los caballos robados en un estado y vendidos en otro fueron apenas una

digresión en la carrera delincuente de Morell, pero prefiguraron el método que

ahora le aseguraba su buen lugar en una Historia Universal de la Infamia. Este

método es único, no solamente por las circunstancias sui generis que lo

determinaron, sino por la abyección que requiere, por su fatal manejo de la

esperanza y por el desarrollo gradual, semejante a la atroz evolución de una

pesadilla. Al Capone y Bugs Moran operan con ilustres capitales y con

ametralladoras serviles en una gran ciudad, pero su negocio es vulgar. 


Se disputan un monopolio, eso es todo… En cuanto a cifras de hombres, Morell

llegó a comandar unos mil, todos juramentados. Doscientos integraban el

Consejo Alto, y éste promulgaba las órdenes que los restantes ochocientos

cumplían. El riesgo recaía en los subalternos. En caso de rebelión, eran

entregados a la justicia o arrojados al río correntoso de aguas pesadas, con una

segura piedra a los pies. Eran con frecuencia mulatos. Su facinerosa misión era

la siguiente:


Recorrían —con algún momentáneo lujo de anillos, para inspirar respeto—

las vastas plantaciones del Sur. Elegían un negro desdichado y le proponían la

libertad. Le decían que huyera de su patrón, para ser vendido por ellos una

segunda vez, en alguna finca distante. Le darían entonces un porcentaje del

precio de su venta y lo ayudarían a otra evasión. Lo conducirían después a un

Estado libre. Dinero y libertad, dólares resonantes de plata con libertad, ¿qué

mejor tentación iban a ofrecerle? 


El esclavo se atrevía a su primera fuga.

El natural camino era el río. Una canoa, la cala de un vapor, un lanchón, una

gran balsa como un cielo con una casilla en la punta o con elevadas carpas de

lona; el lugar no importaba, sino el saberse en movimiento, y seguro sobre el

infatigable río… Lo vendían en otra plantación. Huía otra vez a los cañaverales

o a las barrancas. Entonces los terribles bienhechores (de quienes empezaba ya a

desconfiar) aducían gastos oscuros y declaraban que tenían que venderlo una

última vez. 


A su regreso le darían el porcentaje de las dos ventas y la libertad. El

hombre se dejaba vender, trabajaba un tiempo y desafiaba en la última fuga el

riesgo de los perros de presa y de los azotes. Regresaba con sangre, con sudor,

con desesperación y con sueño.


Jorge Luis Borges

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