Ricardo Tejerina: Nació en la ciudad de Buenos Aires en 1968 y es escritor, periodista, prologuista, ensayista, y gestor cultural.Hasta hace un mes, fue Subsecretario de Cultura de la Municipalidad de Tres de Febrero.
Tiene publicados gran cantidad de artículos, ensayos y trabajos varios sobre política, sociedad, arte y cultura, destacándose entre ellos: Replicarte. Hablemos de Arte y Cultura, y La Clave Cultural (en colaboración con otros autores).
En cuanto a ficción, tiene publicados por Editorial Dunken Conversaciones con el amor y otros relatos (cuento) y El Carnaval del Diablo (novela que contó con gran recepción por parte de la crítica, y que fuera prologada por el destacado antropólogo tucumano Ricardo Santillán Güemes). Próximamente, será lanzada también por Dunken su novela Lilithla. La tentación tiene nombre de mujer (prologada por el escritor y periodista santiagueño Julio Carreras), la cual ha despertado gran interés previo, merced a sus diferentes versiones digitales.
A través de los años compiló las antologías de cuento y poesía: Recuerdos de Finisterre, Selección de las Provincias, Puente de almas, Revelaciones y Letras del Face III y V, colaborando así con la promoción de nuevos autores nacionales en ambos géneros.
Diferentes relatos suyos han sido publicados en distintas revistas de actualidad y otros soportes en Argentina y España, donde obtuvo menciones y premios.
Es el autor de la columna cultural El Ojo Críptico, que se publica en gráfica y en la red desde hace varios años. Fue editor, director compilador y redactor de diferentes publicaciones, siendo además el diseñador de arte de su propia obra y de la de otros artistas y colegas.
Es Técnico Universitario en Gestión del Arte y la Cultura (UNTREF) y se especializó en el diseño de políticas culturales públicas y el desarrollo de modelos de gestión cultural. Actualmente es Director del Centro de Profesionales por la Identidad Social (Ceprofis).
Me quedaba mirándolo por largo tiempo, confiaba en que la sola contemplación le proporcionaría el halo de vida que necesitaba. Su apariencia era humana, aunque tenía un porte más pequeño. Sin embargo, eso no lo hacía verse disminuido, era –simplemente– la reproducción mimética de un ser humano, pero a escala… un “hombrecito”, podría decirse. Su rostro era agradable y tenía un talle enjuto; sentado en la silla con las piernas cruzadas, adquiría cierto charme. Pensé que sería un buen compañero: hábil interlocutor, cómplice y confidente. El contacto con sus manos no me demostraba frialdad, por el contrario, estoy seguro de que la calidez de su temperatura me convenció muchas veces respecto de su voluntad de vivir (o de mí voluntad y de la transferencia hacia él). Tal vez por eso no renuncié al proyecto a pesar de la falta de resultados, y tal vez también porque sus ojos –de una coloración azulina intensa– me permitían acceder a lo recóndito, a los dominios espirituales, a la morada del alma. Claro está, si es que Horacio (le puse ese nombre por “Horacio Kalibang”, el autómata) podía tener una. Digo más, incluso: si fuera posible que un no nacido la tuviera, en ese caso yo creo haberla advertido; y si no fue así, habrá sido sólo el desvarío de un viejo y su némesis. A fin de cuentas, ¿a quién le importa? He esperado en vano alguna reciprocidad, alguna demostración de su parte, incluso una limosna de certidumbre trascendente, pero nunca ocurrió. Recordé que el mismísimo Miguel Ángel golpeó la rodilla del Moisés de mármol y lo inquirió al grito de: “¿Por qué no me hablas?”; también Lugones fantaseó con poder hacer hablar al mono Yzur (no era más que un cuento, lo sé, y tampoco era Lugones el que fantaseaba, era su personaje, también lo sé). De hecho, como otro eslabón de esa infausta cadena, Horacio, mi Horacio, jamás abandonó su estado inerte, jamás me dispensó su aliento… Pero, en el instante postrero, en el preciso momento en que yo cerré mis ojos para no volverlos a abrir, fue él quien no dejó de contemplarme, esperando vanamente devolverme ese mismo halo de vida, que al filo de la madrugada, se me había escapado.
Ricardo Tejerina
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