Agradecemos el envío de las obras, seguimos recibiendo colaboraciones por el Aniversario del blog:
Cambia la mirada
Adriana Terán Franco
(México)
Cuando las flores escasean,
cuando el follaje desaparece,
cuando han crecido tan altos,
solo se trata de cambiar la mirada.
Descubrir su piel colorida,
decapada ,rugosa ,escamosa y estriada.
Manchas, grietas, surcos y cresta,
troncos torzonados o con púas de defensa.
Cortezas que se exfolian,
láminas de tejido que se mudan,
escribiendo debajo de la piel nueva,
maderas que en mil hojas se despellejan.
Tallos cuya función es sostenerse,
transportar agua y nutrientes
para que el árbol tenga vida
sin importar luzcan elegantes, curvos o retorcidos.
Leños finos y gruesos
escudo protector es su corteza
que defienden del tiempo
sus inclemencias.
Ataque de plagas, enfermedades,
daños físicos que provocan
tanto los depredadores naturales,
como actividades y ocio humano padecen.
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A tientas
Hay cosas que nos las ves hasta que se corta la luz. Ahí es cuando aparecen los detalles, lo que jamás viste, las imperfecciones de la vida. Lo que solo se hace visible en la penumbra obligada a la que nos enfrentan las velas, o lo que queda de ellas. Esos pedazos de velas, ya usadas, que siempre están en el fondo de los cajones del bajo mesada (y recién ahí te arrepentís de no haber comprado veinte paquetes más) Ya que la linternita con luz alógena que le vendieron en el tren no la podes encontrar en el placard.
Esa noche todos empezamos a andar a tientas. Y lo más extraordinario ocurre en la semi – ceguera que provocan las empresas de luz. Poner la mesa después de pincharnos bastante con los tenedores y rasparnos con los tramontina y comer a media luz, pero sin romanticismo. La radio portátil, que de casualidad tiene pilas nuevas, suplanta al televisor que, al estar apagado, en su pantalla refleja una imagen fantasmal de todos nosotros, desintoxicados por una noche de tanta idiotez.
El vaivén de luces y sombras que danzan en el movimiento que provocan las velas aminora la velocidad que traíamos, nos convierte en espectros y resalta las imperfecciones de pintura, las tapas de enchufes, y los revoques.
Mientras no se corta la luz, creemos ver y saber cómo somos a partir de los deterioros de la casa. Se aprende a caminar de nuevo por los ambientes hoy desconocidos y se descubre que los muebles estuvieron siempre en otro lugar, y que hace tiempo que aprovechan la oscuridad para moverse por milímetros jugando un jueguito perverso del que no se conocen las reglas.
Eso sí, por unas cuantas horas, aquella noche nos conectamos de otra manera. Nos volvimos a escuchar. Nos reímos de las anécdotas que antes no soportábamos, nos reímos de nuestras torpezas. Nos tratábamos mejor así, sin vernos, porque curiosamente nos alejábamos, paradójicamente, de nuestras más profundas oscuridades.
Y… por otras cuantas noches recordábamos con cierta nostalgia aquella noche tan, pero tan “luminosa".
Rubén Amato
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