viernes, 5 de agosto de 2022

Escritora invitada: Susana Grimberg

 “El fanatismo y el rechazo al que tiene una opinión propia”.



“El fanatismo es a la superstición lo que el delirio es a la fiebre, lo que la rabia es a la cólera. El que tiene éxtasis, visiones, el que toma los sueños por realidades y sus imaginaciones por profecías es un fanático novicio de grandes esperanzas; podrá pronto llegar a matar por el amor de dios”.

                                        Voltaire (escritor, historiador, filósofo y abogado francés).

Mundialización del odio
El fanatismo, y el rechazo al otro, al semejante, ha ido creciendo tanto en la Argentina como en muchos otros países.
Luego de haber escrito ensayos sobre el nazismo y sobre la educación para el odio, considero que incluso algunos supuestos intelectuales son los que conducen por los caminos del odio además de la pelea infatigable por detentar el poder.
Freud siempre tuvo una posición muy clara respecto del fanatismo. Si bien se declaraba profundamente judío, nunca fue un fanático del judaísmo además de propiciar siempre la crítica y el espíritu libre.

Sobre los fanatismos y la negación de la realidad.
Como vimos en otra oportunidad, el fanatismo es más antiguo que cualquier religión y más viejo que cualquier estado, gobierno o sistema político porque es un componente siempre presente en la naturaleza humana, “un gen del mal”, según el escritor Amos Oz.
Amar a Dios, a la patria, a un ídolo por encima de todo, caracteriza al fanático. El fanático no sólo niega la realidad, sino que acepta someterse además de someterse totalmente al líder.

La fe ciega, el amor o el odio hacia un determinado símbolo o hacia una determinada idea, tanto como la creencia delirante de estar en posesión de la verdad absoluta, justifica y predispone a actuar, no con la flexibilidad y la tolerancia que aconsejan el sentido común, sino intentando parecerse a un ideólogo paranoico o un Führer fanático.
Etimología de la palabra fanático y de fanatismo.

La palabra fanático procede etimológicamente de la palabra latina “fanum”, el templo romano donde iban los oráculos. En este templo se celebraba el culto de la diosa “Ma Bellone”, una figura de la mitología romana, diosa de la Guerra, que encarnaba más los horrores de la guerra que los aspectos heroicos.

Los adivinos que interpretaban los augurios, y los sacerdotes de la diosa, inspirados en el más allá, entraban en un delirio religioso donde se contorsionaban furiosamente, llegando a automutilarse con espadas y hachas, dejando fluir su sangre.

A estos adivinos se les llamaba los “fanatici”. “Fanum” tiene la misma raíz que “vates”, el profeta, y el de “fanum”, lugar de la profecía.

El culto a “Ma Bellone”, más tarde incorporado al culto de Cibeles, era el culto de la guerra y del suelo de la patria.

Devoto de un dios, el “fanaticus” habla en su nombre y con su autoridad. Al principio la palabra “fanaticus” no era peyorativa porque los “fanatici”, furiosamente agitados por un furor religioso, eran los medios por los cuales podía ser conocida la voluntad divina y conocerse el destino.

Las dos clases de fanáticos.

Podemos distinguir el fanático originario y el fanático inducido. El primero tiene la autoridad que le permite dar a sus tropas (los fanáticos inducidos) la autorización de vencer las inhibiciones impuestas por su consciencia moral.

Un ejemplo claro de esto fue el hitlerismo, donde personas que en otras circunstancias no habrían hecho aquello fueron llevados a ello.

La estructura mental del fanático original, fanatizante, es más compleja, más torcida, que la de sus seguidores. Los fanáticos inducidos pueden ser conformistas a quienes el fanatizante les permite expresar inquietudes. Buscan la seguridad asociándose a alguien todopoderoso pero esa seguridad terminará por derrumbarse ya que el círculo de enemigos no para de crecer en un sistema paranoide y termina por derrotarles. El fanatizante es un personaje con una enorme personalidad, invasora, con tendencia a volver todo hacia sí mismo, está obsesionado con el poder, cercano al delirio. El fanático inducido es más bien el que procura fundirse en el grupo, perder su individualidad y ser una rueda más en el mecanismo.

Fanático, del latín fanaticus, inspirado, exaltado, frenético, hablando de los sacerdotes de Belona, Cibeles y otras diosas, los cuales se entregaban a violentas manifestaciones religiosas; Propte: valía “perteneciente al templo”. Deriv. del latín fanum “templo”, que deriva de fanatismo.

La tolerancia es un principio democrático que, según la UNESCO, fomenta el respeto y la aceptación del otro, del diferente, junto con la valoración de las culturas de nuestro mundo. La tolerancia es la armonía en la diferencia. No sólo es un deber moral, sino una obligación social y política. La tolerancia es la virtud que hace posible la paz y que contribuye a la sustitución de la cultura de guerra por la cultura de paz.

En toda la historia del ser humano no hubo época que no haya conocido el fanatismo y la ceguera propia del mismo, que supo arrastrar pueblos y civilizaciones enteras. Tanto artistas, escritores como médicos, abogados, ingenieros y muchos otros profesionales no lograron escapar al fanatismo. Incluso, pocos individuos pudieron liberarse de los asaltos del fanatismo proveniente del propio Inconsciente.

Los acontecimientos de los últimos años en Argentina, confirman lo poco que ha cambiado el sujeto y cómo ciertas tendencias psíquicas continúan agazapadas, al acecho para estallar en cualquier momento.

El amor y el odio son emociones básicas del ser humano vinculadas desde el comienzo de la vida a las experiencias de satisfacción y de frustración. Estas emociones básicas, ambivalentes, estarán entre sí en constante interacción hasta el final de la existencia.
El amor, es el sentimiento que le da sentido a la vida y, como lo trabajamos cuando hablamos del amor, anhela junto al ser amado reintegrar la unidad perdida.

S. Freud, en “Introducción al narcisismo” (1914) y en obras posteriores, concibió la idealización como un proceso que se funda con la fascinación (el fascinum ciega, encandila, no permite ver) y con el enamoramiento, proceso por los cual los objetos amados son engrandecidos y exaltados imaginariamente.

La envidia, el odio, el juego con la muerte y el fanatismo.
“El mártir espera la muerte; el fanático corre a buscarla”.
Denis Diderot (1713-1784)

La pérdida de la omnipotencia narcisista abre el camino a la aceptación de las diferencias y al reconocimiento de la existencia del otro. Como contrapartida, las frustraciones y las situaciones de violencia, experimentadas en la infancia, generan sentimientos de odio de modo tal que el potencial tanático de los individuos, al alcanzar así su máxima expresión, puede desencadenar una violencia atroz.

Justamente, José Ingenieros escribió en El hombre mediocre: "Cuando pones la proa visionaria, y tiendes hacia él, afanoso de perfección y rebelde a la mediocridad, llevas en tí el resorte misterioso del Ideal".

En contraposición, el fanático es un individuo que sostiene que sus creencias están por encima de las leyes y que su fanatismo es la única ley que debe obedecer. Además, muchas veces, la envidia, guía sus actos. Es más, la envidia y el resentimiento suelen ser socios para la destrucción del otro pero, también, para la autodestrucción.
Pese a que los pueblos sin cultura o analfabetos, pueden ser presa fácil de cualquier fanatismo, no hay que olvidar que la cultura y la ciencia también pueden ser puestas a su servicio. Que el progreso artístico y el político van de la mano es una verdad. Por ejemplo, el gran poeta italiano Ezra Pound, supo apoyar ciegamente, a Mussolini.

Quiero concluir con esta reflexión del filósofo, poeta, músico y filólogo alemán del siglo XIX, considerado uno filósofos más importantes de la filosofía occidental alemán, Friedrich Wilhelm Nietzsche (1844, 1900):

“Todos aquellos que están insatisfechos de sí mismos están siempre dispuestos a vengarse, los demás nos convertimos en sus víctimas”.
Y con este pensamiento del escritor Umberto Ecco:

“Huye, Adso, de los profetas y de los que están dispuestos a morir por la verdad, porque suelen provocar también la muerte de muchos otros, a menudo antes que la propia, y a veces en lugar de la propia”. De su libro “El nombre de la rosa”.
Susana Grimberg. Psicoanalista, escritora, ensayista y columnista.
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