La función paterna y el deseo de vivir.
Puedo masticar para ustedes, hijos míos, pero tendrán que aprender a tragar solos.
(Dicho judío húngaro)
Los acontecimientos que se están viviendo, marcados por la importancia de la despenalización del aborto, me llevó a pensar en dónde está el padre, como si la concepción y el incipiente embarazo fuera una cuestión sólo femenina.
No hay coincidencia entre la feminidad y la maternidad. La mujer puede gozar sin ser madre y muchas mujeres, que son madres, nunca llegaron a un orgasmo.
En el hombre, la virilidad y la procreación coinciden. En la mujer, no. Hasta en los términos hay una diferencia notable que ubica, decididamente, al hombre en el lugar del proveedor: leche por líquido seminal, banana, berenjenas y zanahorias por el pene aunque, de alguna manera a la mujer también, aunque menos, como limones por pechos o el famoso sueño de Freud en el que deshoja un alcaucil. Pero, en el hombre es muy valioso el lugar del que provee.
Después de la avalancha de información, de imágenes cargadas de dolor y gritos desafiantes, al no haber otra cosa que lo actual, es difícil, aunque no imposible, darle un lugar a la reflexión. Es que lo actual, tiene el efecto de borrar el tiempo con la consecuencia de no poder establecer una relación entre el ayer y el hoy; tampoco de anticipar el futuro.
Hubo y hay situaciones, las guerras por ejemplo, en las que hasta podría justificarse la muerte por un ideal pero, tratándose, de la democracia, un padre debe proteger a los hijos, los propios y los ajenos, de cualquier situación que pusiera en riesgo sus vidas. De esto se trata en lo que se refiere a la función paterna.
La función paterna y la vida
La paternidad no es una cuestión biológica sino simbólica, como nos lo enseña el psicoanálisis y, también, el pensamiento judío. Se trata de una dimensión transbiológica de la paternidad.
El padre es el que, más allá de toda biología, se reco¬noce como tal. Madre cierta, padre incierto, dice una frase popular italiana. Elegirás la vida nos remite a la puesta en función de la ley del padre. Más allá de la biología, la ley paterna se pone en juego a partir de su propio nombre.
Es importante tener en cuenta que el judaísmo no es un matriarcado, pese a que muchos, por la vía del chiste, aluden al lugar de la madre y el manejo eficaz de la culpa. Sin embargo, al fundamento de la cuestión matricísta, hay que buscarlo en situaciones históricas precisas.
Con motivo de las reiteradas invasiones y opresiones de las que el pueblo judío fuera objeto y las reiteradas violaciones de las mujeres, surgió la necesidad de instituir que “judío es el hijo de vientre judío”. La madre, no sólo es cierta sino que es la que, al tener el primer contacto con su hijo, es la transmisora de una pertenencia por encima de cualquier contingencia geográfica.
Como es conocido por todos que las violaciones eran casi cotidianas en épocas de pogroms, en los casos en que una mujer judía hubiese quedado embarazada y al ser impensable interrumpir el embarazo, lo que era factible, un hombre de la comunidad se autoadjudicaba de inmediato la pater¬nidad, es decir, se fundaba como padre.
Del mismo modo ocurrió en los tiempos del nazismo. Quiero subrayar la importancia del hecho de que un hombre de la comuni¬dad le donara su nombre a un hijo, alejándolo de la orfandad. Desde ese instante, el pequeño, era el hijo del padre que le daba su nombre. Ese gesto, esa actitud, hoy, falta.
Es decir: el deseo de ser padre y reconocerlo es el que logra que un niño no quede desamparado además de ser avalado desde el nombre que se le otorga. El nombre identifica y lo convierte en un hijo del padre. El deseo inconsciente de donación de un nombre y su inscripción en una cadena generacional es a lo que nos referimos cuando hablamos de la función paterna en el orden de la cultura. Además, sabemos que no es lo mismo decir que es un hijo de su padre que un hijo de su madre, pues el segundo bien puede ser un insulto: un hijo de su madre suele ser sinónimo de hijo de puta.
Sarmiento, padre "soltero"
Faustina, su primera hija, fue fruto de un romance de juventud. La familia de la mujer "no lo quiso, por pobre y sin clase", explicó la historiadora Luciana Sabina, "pero él se hizo cargo de la pequeña a la que reconoció y crió"
Domingo Faustino Sarmiento tenía 21 años cuando fue padre por primera vez. La niña, bautizada Ana Faustina, fue fruto de un romance con una joven de 17 años. Sucedió en Chile, donde se había refugiado un año antes, debido a la persecución de Facundo Quiroga.
Sarmiento, que daba clases en una escuela, se enamoró de una de sus alumnas, María Jesús del Canto, de 17 años. Es bien conocida la naturaleza fogosa y enamoradiza de Sarmiento. Fruto de esta relación, el 18 de julio de 1832 nació Ana Faustina. La familia de la joven era acomodada. "Sarmiento no era un buen candidato para ellos, porque era pobre, maestro, y encima extranjero", cuenta la historiadora Luciana Sabina a Infobae.
El detalle es que tampoco quisieron hacerse cargo de la niña. "Lo que hicieron fue darle a la bebé y sacarse así el problema de encima", dijo Sabina. De no hacerse cargo Sarmiento, lo más probable es que la pequeña hubiese ido a parar a un orfanato o a un convento, que en esa época era en muchos casos una misma institución.
Luciana Sabina es historiadora, colabora en el diario mendocino Los Andes, y es autora del libro Héroes y villanos. La batalla final por la Historia argentina (Sudamericana, 2016).
"Hay cartas muy lindas entre Sarmiento y su hija Faustina -dijo Sabina-. Ella se sentía “oculta”. Se lo decía a su padre en sus cartas y él le respondía que era una idea de ella, pero era un sentimiento que la perseguía. La madre posiblemente no pudo hacer otra cosa; era muy joven y eran tiempos en que se imponía la voluntad de la familia".
Sin embargo, un año antes de morir, Sarmiento le cuenta a su hija en una carta que la madre había muerto y le dice que le había dejado "unas monedas". "El hecho de que le haya dejado algo en su testamento implica que de algún modo la tuvo presente", concluye la historiadora.
Ana Faustina Sarmiento se casó con un amigo de su padre, Jules Belin, y le dio seis nietos. La mayor parte de esa correspondencia entre padre e hija está en la casa natal de Sarmiento en San Juan. Faustina fue confiada por su padre al cuidado de su abuela, Paula Albarracín de Sarmiento, pero cuando pudo establecerse mejor en Chile, se llevó consigo a su hija y a la abuela.
Faustina se casó muy joven, con Julio Belin, un francés, imprentero, que trabajaba con Sarmiento. Le dio 6 nietos, entre ellos, Augusto, editor de las obras del abuelo, y Eugenia que pintó uno de sus retratos más conocidos.
Ana Faustina y sus hijos acompañaron a Sarmiento en Paraguay en los últimos momentos de su vida. Reflexionando sobre este caso, de un padre que se hace cargo de la hija no planeada, a Luciana Sabina le llamó la atención que en el proyecto de Ley de legalización del aborto no se les dé a los padres ni voz ni voto, ni siquiera en el caso de parejas constituidas. "En el proyecto de ley de aborto legal no existen los hombres", dijo.
Lo cierto es que Sarmiento asumió su paternidad plenamente. Él todo lo solucionaba a través de la educación. Otro dato interesante, que esta historiadora destaca en el mismo sentido, es la dura crítica que los enemigos de
Y destaca los sentimientos filiales y el apego a la familia de Sarmiento. "Convertido en 'padre soltero', era capaz de expresar la fuerza de esos sentimientos paternales que le inspiró Faustina en su juventud; por ejemplo, en la carta a su nieto de 13 años en la que le recomendó cuidar a su madre diciéndole: “Somos felices por los que amamos y por los que nos aman, sin eso la vida es un desierto".
Tradición y transmisión
Tradición y transmisión tienen la misma etimología y ambas remiten a trasladar, transportar, transferir ideas, principios, sentimientos a través de las generaciones.
Entonces, ¿qué es un Padre? Aquél que, en la historia de la cultura, cumple una función: la de posibilitar que el hijo sea un sujeto deseante, abierto a la vida.
Les recuerdo como en otras oportunidades, que en Deuteronomio, 30, es decir en Palabras, en el versículo 19, está escrito; "...La vida y la muerte puse ante vosotros, la bendición y la maldición. Tú escogerás la vida, para que vivas tú y tú simiente...".
Un padre transmite entonces su deseo, que no es otro que el de vivir. Unica vía de asegurar la perdurabilidad de su obra que, como el artista, no le pertenece en el sentido que lo creado no es de su propiedad, pero si es suya la transmisión de! deseo de existir.
©Susana Grimberg. Psicoanalista, escritora y columnista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario