Sin reloj
Ya era un anciano, no pretendía ignorar mis arrugas, ni mis huesos cansados, solo quise salir a caminar por la mañana como tantas otras esperando que el viento rosase mi rostro.
Me aligeré para encontrar las primaveras que había perdido, porque había empezado a echar de menos el rosal y las hermosas rosas, salí buscar el paisaje para no olvidarlo, sentir el aire, recordar olores y escuchar el río.
En la dura esclavitud de la soledad, donde muere la eterna realidad por la cruel distancia, busqué un hogar sin llaves para que entren los pájaros, los amigos, la familia.
Alguna vez todas las cosas estuvieron llenas de mi alma y hoy vacío siento como de apoco mi luz se enfría y se descamina la esperanza.
En la muralla que tapa al sol exiliado, busqué la calma y ya no inclinar más la cabeza por el miedo a los hombres aquellos que callados me vigilan día y noche.
Mis lágrimas se van secando frente a las piedras que enterraran mi nombre y yo lo sé, dicen que debo olvidar para no lastimar mi alma, pero por más que quisiera el ronco murmullo de la culpa invade mi mente y el sonido de los segundos se intensificaban ante tanto silencio; mientras el cielo se derrumba sobre mí, me arrodillé buscando la recompensa entre muerte y vida, el perdón que sé que no merezco.
Cerré el puño, apretando el aire entre mis dedos como queriendo retener lo que fui o hubiese querido ser, pero la erosión del tiempo es constante, y las lluvias caen a lo largo de mis recuerdos más secos.
No me he rendido, solo escucho una voz que llama, que me despierta, y me pide a gritos una súbita sensación de libertad, pero seguiré aquí mañana, una y otra vez.
Ya no son mis arrugas y mis cansados huesos, soy yo que busco en la mañana como tantas otras caminar en ese mundo sin reloj, y en la oscuridad de mi celda y en el dolor endémico encuentro mi destino de cárcel y poesía.
Hoy, el frío, atravesó puertas y murallas hasta llegar ahí donde me encontraba, y apenas con una mueca en el rostro me despertaba soñando y me dormía soñando.
Mi cuerpo quedó tan frío en el amargo féretro de mi sufrimiento, que lo que quedaba de mí, salió a buscar en sus hondos desvelos al mundo que había dejado de ver.
©Sergio García
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