viernes, 15 de diciembre de 2023

Aniversario de Asociación de escritoras de vanguardia: Entrega de premios del concurso de narrativa

 

El domingo 9 de diciembre , festejando el 2do. Aniversario de ACLAV, se hizo entrega de los premios a los ganadores del Concurso de narrativa de la Asociación de escritoras de vanguardia, con sede en la ciudad de París.

La reunión virtual fue hecha desde EEUU y presidida por la Sra Juani Vega, Presidenta de ACLAV.



Luego de una serie de sorteos de Golden tickets y VIP ticket, entre las participantes, y unos videos institucionales y saludos en general, se dieron a conocer las ganadoras de concurso.

Primer premio         Cuento: Nosotras      Autora: Miroslava Cárdenas (de Guatemala)

Segundo premio     Cuento: La novia del francés     Autora: Perla García (de Guatemala)

Tercer premio          Cuento: Un príncipe chapín      Autora: Leslie Peralta (de Guatemala)

 

Todas recibieron un diploma virtual

En el marco de una reunión amena y  cordial, también dirigió la palabra la señora Daniela Oropeza, Secretaria de ACLAV y la Sra. Yudi Medina, Vice presidenta de ACLAV.

ACLAV une a escritoras con la consigna de lazos de amistad y aprendizaje.

Se han difundido un próximo concurso y otras actividades que se verán durante el año 2024.

Agradezco a las autoridades y en especial a la escritora y periodista Niza Todaro, por elegirme para ser jurado de este certamen, junto a la Sra María García Marichal, de Uruguay y la Srta Odeth Osorio de la ciudad de México.


Primer premio: 

NOSOTRAS

Eurídice

 


No lo llevé muy bien, no supe cómo manejarlo y se me fue de las manos, pero juro que vuelvo y no logro convencerme de haber podido tolerarlo. Asumí tantas cosas, tramité insaciablemente muchas más, hasta ese momento del cajón abierto y ellos expuestos frente a mi rostro. Ahí mi límite.

 

Es como si viera una película memorable, el instante previo al choque.

Qué ganas de volver, de interceptarme en cualquiera esquina y advertirme: tienes que hablarlo diferente. Lo que hay es posibilidad y deseo, sí, sé que tienes miedo, pero háblalo de frente. Debes saberte otra, con otras palabras, si no lo haces será la última noche de las noches, será la última cena. No bebas, no te quedes a dormir en su casa.

 

Qué ganas de decirme que lo piense una, dos, tres, cuatro veces, que mejor planee con él el viaje a Xalapa, que sí, que cuando haya dinero, que no pasa nada. Sobre todo, decirme que no llore, que por favor no llore, que hay que hablarlo pero que no permita que el río se desborde.

 

Pero es imposible. Improbable.

 

El recuerdo me abisma en cámara lenta:

La veo salir del departamento, está contenta, lleva dos zanahorias en el bolso: una para P. y otra para C. Se ha sujetado el cabello húmedo a la altura de su nuca, viste un vestido, chamarra y botas negras. Esta noche no usa medias. Se ilumina así misma en sus labios rojos. Enciende la playlist para el viaje, un audífono en cada oído. Cruza la avenida ante la luz verde, sonríe.

 

Aborda el metrobús, encuentra un asiento vacío y se sienta sola, dispone para sí misma un profundo suspiro. Saca el celular y dispara la cámara hacía el bolso abierto, sube la fotografía a Instagram señalando con flechas blancas las zanahorias y su pierna expuesta entre el límite del vestido y las botas. Está feliz. Cuánta esperanza.

Ojalá algo hubiera evitado su llegada.

 

Seis estaciones más tarde baja en Escandón, recorre un par de cuadras contenta y segura. Llega al portón café número 71, toca el timbre y en la espera apaga la música y guarda los audífonos. Se escucha el sonido que ordena a la reja abrirse, entra al estacionamiento y saluda al vigilante que ya la conoce, le señala con su mano derecha que va hacia arriba. Sube corriendo las escaleras, gira a la izquierda y camina sobre el pasillo, al final ve la puerta blanca. No toca, ya no toca, sólo entra.

 

Cómo le alegra ver la sonrisa de H. ante su llegada. P. y C. le saltan en las piernas, ella los acaricia y deja la huella de sus labios rojos en sus frentes. Saca las zanahorias del bolso y le entrega a cada uno la que le corresponde, las cogen y corren a sus camas para comerlas. H. y M. no se besan, no se abrazan, no se tocan, pero se miran y sonríen:

 

¿Los paseamos y vamos por la cena? le pregunta.

Sí, vamos le responde ella. (Siempre el sí en sus labios).

 

Más tarde, se sientan frente a frente, cenan, beben mezcal y cerveza. Escuchan música y departen. Él se muestra muy contento, ella le devuelve un guiño de complicidad con la mirada.

 

Xalapa, podemos viajar a Xalapa le propone él–, cuando haya más lugares abiertos, ahora no hay mucho por la pandemia, pero podemos.

 

H. se levanta, va a la cocina por otra cerveza. Ella se queda sentada en la banca con la mirada sobre la mesa, su rostro cambia, duda, sé que duda. Algo le pasa, le pesa. Xalapa se le atraviesa en el rostro como una ironía.

 

Él vuelve y se sienta a su lado.

¿O tú qué piensas?le pregunta con una gran sonrisa.

 

Ella no puede…

No pude…

Qué ganas de gritarle ¡¡¡cállate!!!

 

No puede.

No puedo.

 

–H. –le dice.

¡¡¡cállate, por favor cállate!!!

–Cuando te ayudé a buscar tus lentes ese domingo antes de irte a Malinalco, vi un sobre de condón usado, ya era viejo, pero…

 

Ella miente, no puede siquiera nombrar el reciente descubrimiento con las palabras justas. Usa de muletilla un sobrecito negro y desgastado de condón que había visto en una canasta de mimbre hace más de un año, en esos primeros encuentros que sostuvo con él. No, no sabe cómo encarar el presente.

 

Él acciona una sonrisa nerviosa, a M. le evoca el rostro de un adolescente a punto de ser descubierto, le irrita ese particular gesto. No te ocultes, piensa. No te ocultes detrás de la burla.

No, ese es muy viejo responde él.

 

¿Cuáles son los actuales? ¡Sí sabes cuáles son los actuales! Ella se descoloca. Es el mezcal y la cerveza, pero también la rabia, el no entender.

–¡No quiero esto! –le aclara en un tono firme¡Quiero saber qué somos! ¿Te estás acostando con alguien más?

 

Él no responde, ella continúa hablando sin respirar entre palabra y palabra:

Vengo de una relación muy larga no quiero seguir estando oculta o sin un título no quiero estar oculta ya me hicieron eso y no quiero necesito saber qué somos si estás viendo a alguien más mientras estamos juntos pero ya no sé qué somos necesito saber qué somos.

 

Él se levanta de la banca y se aleja, la abandona en ese extremo. Queda de nuevo la mesa de madera en medio, pero todo es distinto. Se hace real y palpable la distancia.

 

¿Qué crees que es esto? le pregunta H. en un tono serio y muy molesto–, te acabo de decir que quiero ir a Xalapa contigo, viajar contigo, viajar juntos. ¿Qué crees que estamos compartiendo? ¡Estamos siendo! ¡Eso, estamos siendo! Yo estoy apostando a que construyamos, a que vayamos viendo.

 

Ella, ante su voz y su respuesta, explota en llanto.

Me da tanta tristeza. La veo encoger los hombros y llevar el pecho cada vez más hacía abajo. Agacha la mirada sollozando. No se sostiene, no puede sostenerse. Es el mezcal y la cerveza. Siento su tormenta, la miro en su intento fallido por tratar de articular ideas. Quiere explicarse ante él, decirle porqué le duele, que ella ha estado a su lado, pero hace una referencia imperdonable.

 

–No merezco esto. He estado contigo, te he apoyado en los momentos más difíciles para ver nacer a tu hijo. He tratado de entender, de comprender tu proceso de ser padre y no he dicho nada, no te he pedido nada. No merezco esto, no merezco esto –repite una y otra vez haciendo su voz cada vez más pequeñita, como intentando hacerla caber.

–No hables de mi hijo, no lo digas, no te atrevas.

 

Ella no puede más, obedece y se calla. El cuerpo se le ha llenado de agua, está siendo habitada por miles de corrientes.

Él ha dejado de sonreír. Está asustado.

 

Yo la miro asustada.

Me asusto al mirarla.

 

El cuerpo se le revienta, la escucho desencajarse y abandonar violentamente su rostro inundado para convertirse en otra:

 

¿Por qué no te callas? ¿por qué no te controlas? ¡Deja de llorar! ¿Por qué no paras? ¿No escuchas? Nos está diciendo que nos quiere, que hay que esperar, que hay planes, que debes tener paciencia ¿Si escuchas? ¡Escucha! ¡Qué están siendo, que esto también es cariño! ¿No entiendes?¡Esto también es cariño! ¿Qué no entiendes? ¿Por qué mencionaste a su hijo? Eso le duele, eso no se hace ¿Por qué lo hiciste? ¡Basta! ¡¿Por qué no paras?! ¡Basta!

 

M. no puede con tantas voces, quiere detener el llanto, pero es imposible, ya está hecho. La miro soltar toda esperanza, se ha quedado sin fuerza. En silencio, pero aún con el rostro abismado, levanta la mirada suplicándole a H. perdón y auxilio.

 

–Creo que es hora de ir a dormir –le dice mientras toma sus manos y la levanta de la banca–, vamos a dormir ¿está bien?

–Sí –responde ella llevando consigo el ruido del mar. Todas la vemos, la sentimos. Está rota. No puede más. No podemos más.

 

En esa sala, donde meses antes bailaba con su hermosa falda roja mientras C. se enredaba entre sus piernas, caen restos suyos, míos, de nosotras.

Era muy tarde. Es muy tarde.

                                              Qué ganas de haberlo evitado.

 

La acuesta en la cama. La habitación es oscura y silenciosa.

–H. –le susurra sujetando su mano– si aún, después de todo esto, sientes algo por mí, si aún crees que puedas quererme…

–¿Sí?

–¿Puedes abrazarme? Tengo miedo y siento que el cuerpo se me llena de peces.

La sujeta de la cintura y la abraza.

 

Volvemos al cuerpo derrotado.

M. logra cerrar los ojos, pero todo, para siempre, ha cambiado. Las grietas por dónde nunca cesaremos de escapar se han inaugurado: la que calla, la que observa, la que grita, la que llora, la que narra, la que ama, la que violenta, la que reprocha, la traicionada, la herida, la desamada. Todas, esta madrugada, hemos sido invocadas a nuestra adolorida morada.



Miroslava Cárdenas

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