viernes, 22 de diciembre de 2023

Escritora invitada: Susana Grimberg

 Palabras a medio decir.



I
Cómo explicarle que las piernas no la sostenían, como si viviera en un estado permanente de terror (recordó el adónde vas, que la encerraba en sí misma), que aunque le decía a las piernas que se movieran (¿adónde vas?) las piernas eran sordas. Justo a ella que había sido bailarina y que, por eso, tenía un oído absoluto, como lo llaman, pero que las piernas no podían escuchar.
¿Entrampada en lo inexplicable?
Nunca le gustó la palabra trampa. Demasiadas letras enrevesadas se cruzaban, la enganchaban, la ataban, la enredaban. Atrapado el pie como si fuera una rata, nada ayudaba a soltarse. ¿Rata?, no. Aunque sí, como la ratita presumida que se enamora del gato y casi se la come.
La infancia no termina nunca. Está ahí, al acecho. En cada palabra (soy una puta, por eso me pasa esto), en cada mirada (lo gélido paraliza), en cada gesto.
El resto de su vida transcurría con éxito, mientras el miedo se le pegaba al cuerpo.
Nunca entendió el por qué de las palabras que decía su madre. Pese a no entender, pensaba que alguna verdad había en ellas. Una verdad que podía escaparse sin que ninguna trampa lograse atraparla.
Trampa, presión, prisión.
Atrapada entre palabras desdibujadas (que sólo una artista, podía dibujar), desesperaba por desatarse mientras las miradas, otras, reían.
Nadie iba a amarla porque entre tantas sogas, pocos podrían verla.
¿Después?
Un disfraz. Cualquier disfraz.
II
Los pensamientos la condujeron al bar de la esquina. Necesitaba una pausa. Eligió una mesa al lado de la ventana, se sentó y ordenó las hojas en las que había estado escribiendo lo que iba a hablar el día siguiente en la radio. Más relajada, le echó un vistazo a la carta del bar. En ese momento, la pregunta del mozo la sobresaltó.
_ Disculpe - se justificó el mozo. No fue mi intención asustarla.
_ No se preocupe. Es mi modo de ser.
_ ¿Y eligió lo que se va a servir?
_ Sí. Un cortado mitad leche y mitad café y una porción de la cheese cake con frutillas que veo, desde acá, en la heladera.
_ ¡Qué buena vista! - la sorprendió, Diego-. A la cheese cake, desde mi lugar, no hubiera podido verla.
_ Pero sí comerla – contesto Angie, feliz de verlo.
_ Se te ve muy bien.
_ No me creas. Soy buena actriz.
_ Ya lo sabía, pero hoy estás especial.
_ ¿Como un pebete de jamón y queso, con jamón, queso, tomate y lechuga?
_ ¡Sí! Para comerte mejor
_ Así que ahora sos el lobo feroz.
_ Me lo diste servido, linda.
Cuando el mozo trajo el pedido, él se pidió un cortado.
_ ¿Algo más?
_ La tengo a ella.
Calor.
Un calor que incendia.
¿Cómo comer, si él le había dado el alimento que necesitaba?
¿Qué cómo comer? Compartiendo, se dijo.
Compartiendo, repartiendo, partiendo con la mirada para disimular.
Cada trozo, retazo, rincón, escondite de la tarta impasiblemente blanca, adornada por frutillas a modo de sombrero, pedía ser parte del juego.
Las horas pasaron rápidas hasta después.
III
No sabía qué le gustaba de ella. Algo en ella, adentro de ella. No las piernas que siempre miraba, las de cualquier mujer (como cuando se rompió la nariz contra el poste de luz o la frente, contra el vidrio de la puerta de entrada del edificio de Catalinas Norte, donde iba a empezar a trabajar. Era algo de ella, el perfume que anunciaba su llegada, la piel, inquieta, que pedía ser acariciada, la mirada inquieta, los labios inquietos rogando ser besados. Al final, ella era puro ruego pero, aunque eso lo disgustaba, ella le gustaba igual. Entre gusto y disgusto, se quedaba con lo del medio, ese medio entre las piernas adonde no había logrado llegar.
Le atraía la distancia que interponía entre ella y él y cualquier otro. No otro cualquiera, porque sabía que un otro cualquiera, jamás se le acercaría.
Ella era la invitación a la película a la cual nunca había sido invitado. Ella era una película en sí misma: extraña, extranjera, enigmática como recién salida de Hollywood (A sus oídos llegaron los acordes perdidos de Elvis Presley cantando “You were always on my mind” o Cannes y Brigitte Bardot con su inolvidable Je t'aime moi non plus, o Venecia, la de Venecia sin tí, de Charles Aznavour.
No sabía cómo, pero iba a acercarse a ella.
IV
Ella, Angie, (lejos de ser un ángel, era apenas un hada como Campanilla, medio diabólica, medio buena, siempre medio), no entendía por qué él, (poeta en decadencia como decía la compañera de al lado), por qué él, le guiñaba el ojo. Era gracioso pero no tenía nada que ver con la situación. ¿Recién se conocían y ya le guiñaba un ojo? Simpático pero extraño. ¿Qué quería él de ella? Imposible saberlo.
Saberlo, saborearlo, gustarlo, apretarlo. Eso quería ella de él.
Él. Diego, poeta en decadencia, se preguntaba qué quería ella de él. Y se respondía, nada, Seguramente nada de nada. Mientras él fantaseaba llegar a ese justo medio entre las piernas de ella. No de otra mujer. Nunca de otra mujer. Sólo de ella. Imposible saber si ella aceptaría rozarlo cuando él sólo quería abrazarla y algo más.
Abrazarla, saborearla, gustarla, apretarla, acariciarla, entrar en ella. Eso quería con ella.
El momento llegó casi sin hablarse: cuando estaban en el cine y él le dijo, como al pasar, que la quería o cuando ella le dijo, como al pasar, que ella quería ser, con él, como cuando Richard Gere, en Sin aliento, entraba en ella.
Después, a medio decir, medio torpes, medio inquietos, medio incrédulos, se encontraron, en la desnudez de los sueños.
Susana Grimberg Mención de Honor. Narrativa. 55 Concurso Internacional de Poesía y Narrativa (2017) Instituto Cultural Latinoamericano

2 comentarios:

  1. Muchas gracias, Silvia, por dar a conocer mi cuento. Es una historia breve y muy querida por mí!

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  2. ¡Muchas gracias, Silvia, por hacer extensivo a otros, este cuento tan querido por mí!

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