Romance truncado
En las postrimerías de mi aburrida vida romántica, conocí un caballero que pasó a formar el mundo onírico de las ilusiones y el renacer de una primavera prometedora, en los edenes melifluos del amor.
Tuvimos unas charlas on line, bastante prometedoras. Me mandó su foto en cuestión, y me pareció un ente pasable. No era el jorobado de Notre Dame, pero tampoco de la camada de George Clooney.
Y dije…”Más se perdió en la guerra”, y me interné en la maravillosa aventura de conocer este varón del siglo XXI.
Me perfumé como para matar una legión de polillas; me puse los ruleros, antes de la planchita, me hice las uñas fantasía, me pegué las pestañas extra large y me mandé al bar del encuentro.
Lamentablemente no hay una enciclopedia escrita sobre cómo agradar a tu lagarto, ni cómo caer bien al susodicho, en aras de poner un pretendiente en la ganchera.
Me hice tres buches bucales para derrotar mi vieja halitosis, y entré al bar como Valeria Mazza, zarandeándome en unos horribles tacos, que agobiaban cruelmente mis juanetes…Y lo conocí al Don Juan.
Era como lo esperaba. No era para salir a disparar, ni tampoco para tirar bengalas.
Le dije que era escritora…
_¡¡ Mirá vos!!... Fue su fabulosa respuesta. Y después se quedó en trance, mirando mi licuado de frutillas, como tasando el precio de mi adquisición, o tal vez meditando sobre la terrible situación límite que se avecinaba, la hora de pagar. Me imagino sus elucubraciones: “¿Pago yo o pagás vos? Si sos feminista, te corresponde pagar a medias. ¿Cuánto saldrá un licuado en este lugar? Esta es escritora…Debe ser medio loca, como todos los que escriben…”
Entonces, como para romper el hielo, le dije que estaba escribiendo un libro de gramática.
Le hablé de lingüística contemporánea; de Euterpe, la Musa del Parnaso; le hablé de la profusión de los isologos en las propagandas. Le hablé de las oraciones yuxtapuestas, de la prótasis y apódosis de las oraciones condicionales, de las oraciones pasivas perisfrásticas; del análisis morfológico; de la tilde diacrítica; de las palabras llanas o paroxítonas, de las locuciones latinas… A medida que yo iba desplegando mis sapiencias, veía que mi enamorado iba tomando un color ocre violáceo, lo que atribuí a que posiblemente estaba muy emocionado por nuestro encuentro.
Alentada por sus silencios, y su mirada fija en mí, yo seguí…
Pasé a comentar sobre el lenguaje paralingüístico; sobre la jitanjáfora y las galimatías; le hablé de mi pistantrofobia, de la paronimia de la Semántica. También le di mi opinión sobre los matrimonios monorganáticos, de la actualización del papichulo, del culamen de mi vecina; analicé la onomatopeya ¡Pío, pío!, y su incidencia en los lenguajes extrasensoriales.
Cuando le dije que las peras al vino tenían un sabor medio tetelque… Empezó a tener un raro tic nervioso. Deduje que quizás él era muy nervioso y ansioso. Tal vez lo dejé encandilado con mi sabiduría, y nunca estuvo con alguien tan culta como yo.
Proseguí dando cátedra de los gentilicios namibios; que me gustaban cuando los cisnes voznaban y los insectos abejorreaban. Le hablé del sociolecto que manejaban mis vecinos, y de la función conativa del lenguaje.
Para terminar, se me antojó un funderelele de helado pistacho.
Para ese entonces, él estaba con espasmos, contestaba solo con zascas, y ya empezó a hablar entrecortado y con espunerismos. Nunca pensé que yo le iba a causar una impresión tan grande, y deduje que era demasiado sensible.
La cuestión es que no sé qué pasó después. Nunca más lo vi. Me bloqueó de todos lados. Me contaron que se fue a vivir a Transilvania. ¡Qué raro!
Bueno… A los hombres nunca se los conforma con nada. Él se lo pierde.
Raquel Pietrobelli
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