viernes, 28 de abril de 2023

Escritora invitada: Susana Grimberg

 Sólo se muere una vez

“Mi tía Sara es hipocondríaca. Antes iba al médico porque le dolía el hígado. El médico le explicó que la mayoría de las enfermedades del hígado no traen dolor. Ahora va al médico cada vez que no le duele el hígado”. Rudy-Elihau Toker.

 



El miedo es una de esas sensaciones que acompañan a la gente durante toda la vida y el aumento sobredimensionado del dólar aún más. No hay que irse a fobias profundas que afectan a tantos millones de personas en todo el mundo o al mito de que el miedo es lo contrario a la valentía. Todas las personas sienten miedo a lo que las desestabiliza y, el aumento del dólar, con más razón.


Antes o después, lo que suele marcar la diferencia es la forma en que se lo afronta. El miedo es una de esas sensaciones que nos acompañan en la vida desde que nacemos hasta que morimos. Es esa angustia que sentimos cuando nos pasa (o creemos que nos pasará) algo malo y nuestro cuerpo y nuestra mente intentan avisarnos de la tragedia que se cierne sobre nosotros. “Sal de ahí”, parecen decir nuestro corazón acelerado, o “no bajes la guardia”, grita nuestra adrenalina en sangre. Pocas cosas pueden ser tan irracionales y al mismo tiempo tan lógicas como el miedo.

No hay que irse a fobias profundas que afectan a tantos millones de personas en todo el mundo o al mito de que el miedo es lo contrario a la valentía. Todas las personas sentimos miedo antes o después y lo que suele marcar la diferencia es la forma con la cual se lo afronta. Desde esas criaturas y peligros, que muchas veces solo habitan nuestra mente pero nos harían correr como locos con tal de sentirnos a salvo, hasta las inseguridades que la vida va colocando a la espalda de la gente y derivan en miedos reales a cosas inevitables como el fracaso, la muerte o la soledad; ese sentimiento es algo tan humano como la alegría, la tristeza o la ira,

Retomando el tema planteado y más allá del chiste que acabo de escribir, hay muchísima gente que sufre de hipocondría, ese miedo irracional a enfermarse. Podríamos decir padece (término del cual proviene paciente) porque el mismo término lo ubica en el lugar del paciente, que es el que padece y que espera, pacientemente, que el médico, algún médico, descubra qué tiene, qué es lo que lo hace padecer.

Insisto: cualquier molestia orgánica o dolor ocasional es suficiente para que el sujeto hipocondríaco tenga la certeza de padecer una enfermedad terminal con la amenaza de una muerte cercana. Este temor continúa afligiéndolo aunque ningún examen de cuenta de alguna anormalidad.

En verdad, la hipocondría es un trastorno psicológico que dificulta la vida laboral del paciente, afecta a su vida afectiva, perturba a su entorno social y obstaculiza cualquier otra actividad que habitualmente realiza.

Si el paciente se somete a un tratamiento médico y busca un apoyo psicológico adecuado, este trastorno en pocos meses puede mejorar.

Es llamativo que Freud haya escrito tan poco sobre el tema de la hipocondría. Parece haber vacilado demasiado, tanto en describir el trastorno como en sugerir una posible explicación. Alrededor de 1915, Freud daba una definición aforística: “la hipocondría es “el estado de enamoramiento de la propia enfermedad”, no sin admitir que el tema estaba “suspendido en la oscuridad” y era objeto de “meras suposiciones”. Finalmente, Sigmund Freud relaciona la hipocondría con la neurosis de angustia, en la cual, el sujeto, al no poder poner palabras al conflicto o conflictos que lo están perturbando, los manifiesta a través de su propio cuerpo.
La neurosis de angustia aparece en dos formas: como un estado permanente o como un ataque de angustia. Lo que sucede es que ambas se combinan fácilmente, no hay ataque de angustia sin síntomas permanentes.

El ataque de angustia es más propio de las formas conectadas con una histeria, vale decir, es más frecuente en mujeres, y los síntomas permanentes son más comunes entre varones neurasténicos. Los síntomas permanentes son: la angustia puesta en el cuerpo que muchas veces se manifiesta como una enfermedad psicosomática o, sin lugar a dudas, como hipocondría; la angustia referida a una operación corporal que puede manifestarse como agorafobia, claustrofobia, vértigo en altura; la angustia referida a la dificultad para tomar decisiones. En las otras neurosis también aparecen sensaciones corporales de carácter displacentero, comparables a las hipocondríacas. Freud mismo, manifestó con anterioridad, su inclinación a considerar la hipocondría como una tercera neurosis actual, junto a la neurastenia y a la neurosis de angustia. “Probablemente”, dice Freud, “no sea excesivo imaginar que una partícula de hipocondría es, por lo general, constitutiva de las otras neurosis”.

Quiero subrayar que el sujeto hipocondríaco está convencido que está enfermo, aunque los médicos le aseguren que su estado de salud es óptimo. En realidad, aunque se trate de un temor infundado, se lo experimenta pese a no tener diagnóstico alguno que lo avale.
El hipocondríaco tiene la certeza, la convicción de estar enfermo o al borde de la muerte, en virtud de una falsa interpretación y un erróneo diagnóstico, inferido a partir de eventuales síntomas orgánicos. La hipocondría se exterioriza, al igual que la enfermedad orgánica, en sensaciones corporales penosas y dolorosas, y coincide también con ella por retirar la libido (energía psíquica) de los objetos del mundo exterior y los concentra sobre el órgano que supone enfermo. Ahora bien, hay una diferencia clara entre hipocondría y enfermedad orgánica: en el segundo caso las sensaciones penosas tienen su fundamento en alteraciones [orgánicas] comprobables, en el primero no.

Peregrinaciones médicas

Antiguamente se pensaba que se trataba de un problema orgánico, pero posteriormente se comenzó a considerar como un problema psicológico, pero es probable que en alguna medida estén comprometidos ambos niveles.

A cualquier síntoma que generalmente es producido por el estrés - emociones fuertes, agotamiento físico, enfermedades agudas, intoxicaciones, accidentes traumáticos, surmenage intelectual -, estas personas lo atribuyen a enfermedades graves; y esos pensamientos les crean la necesidad imperiosa de consultar a distintos médicos. Como ninguno lo satisface, se ve obligado a deambular por los consultorios de diferentes especialistas. A menudo los pacientes suelen presentar su historia clínica de manera muy detallada y extensa. Son frecuentes la presencia de «peregrinaciones médicas» (doctor shopping) y el deterioro de la relación médico-paciente, con frustración y enojo por ambas partes. Algunas veces estos enfermos creen que no reciben la atención apropiada y se resisten a ser enviados a centros de salud mental. Las exploraciones diagnósticas repetidas pueden provocar complicaciones, además de suponer un riesgo para el enfermo y un dispendio económico.

Por otra parte, también hay casos en que ni siquiera se animan a consultar a un médico por temor a confirmar sus sospechas más temidas.
Lo que sucede es que los dolores corporales son muy subjetivos y no todos sienten de la misma manera aunque se trate de la misma patología.

La consulta de un médico a otro, no es sin consecuencias, porque el médico, para resguardarse de que el paciente tenga algún problema serio, recurre a la medicalización, que es el modo en el que la medicina moderna se expande y penetra en áreas de la vida cotidiana que no se consideraban médicas. Juan Irigoyen, profesor de Sociología en la Universidad de Granada, nos advierte que se trata de la colonización de espacios de la vida muy vulnerables. Por otra parte, no debemos olvidar que la medicalización estimulada por la alianza médico-industrial, ocupa un lugar privilegiado en el sistema productivo y sus objetivos distan de coincidir con los problemas de salud más relevantes. Un reciente libro de gran difusión los ha calificado como “los inventores de enfermedades”. Inventan problemas para aplicar las soluciones disponibles.

En otros términos: las prácticas del mercado, unidas a la falta de ética de algunos profesionales, desempeñan un rol clave en el crecimiento de identidades diagnósticas flexibles como la hipocondría. Un médico me dijo que no deberíamos olvidar que los profesionales de la salud viven de los enfermos y que si el médico se lo propone, siempre es posible encontrar alguna enfermedad encubierta. Esto me hizo recordar un refrán judío europeo (les pido disculpas a mis lectores médicos), que dice: a un médico nunca le desees un buen año.

Un ánimo quebrado es difícil de soldar. (dicho idish).

El hipocondríaco, que se siente muy vulnerable, es vencido por su propia sugestión. La misma, aumenta su ansiedad y el dolor, haciendo que su percepción sea tan real como la de una enfermedad verdadera. El paso siguiente, va a ser acudir a la farmacia para comprar los remedios que le calmarán el dolor (analgésicos) y la ansiedad (psicofármacos), muchos de cuales pueden ser adquiridos, incluso, sin receta médica, hecho que abre el camino hacia la adicción a las drogas.

Es que el paciente hipocondríaco sí está enfermo, está enfermo de temor, y cuando la enfermedad es el miedo, el tratamiento ha de ser psíquico.

Woody Allen, suele decir que él es hipocondríaco porque siente miedo de contraer cualquier enfermedad. El mismo Allen dijo: “El miedo es mi compañero más fiel, jamás me ha engañado para irse con otro”.

Quiero concluir con un comentario que me hizo otro profesional sobre el sujeto hipocondríaco: “sólo se muere una vez, pero los hipocondríacos mueren todos los días”.

Susana Grimberg. Psicoanalista, escritora, ensayista y columnista.

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