—Quisiera que vieras cómo se adelanta a casi todo —respondió Eunice con una tranquilad simulada mientras el olor de la bebida, que no dejaba de hervir en su taza, escalaba las paredes de la cocina.
A las dos les había sucedido casi igual, incluso llegaron a pensar que alguien les jugaba una broma. Las sospechas vinieron como dardos de todas partes, desde Roberto, su vecino que lidiaba la mayoría del tiempo con números en la cabeza y no podía dejar de contabilizar todo lo que le rodeaba, hasta Martha, la prima que había convertido la casa en un albergue para gatos.
—A veces me dan ganas de hacer lo de aquella vez, ir por el hacha y ver cómo lo destruimos —expresó Isabel al tiempo que buscaba en su bolsa un cepillo para aplacar su cabello negro, embravecido por la humedad de la mañana.
Eunice no había podido dormir en las últimas noches, así que se levantó de la mesa y se sirvió otro café. Su hermana abrió YouTube en su celular y puso I Heard it through the grapevine de los Creedence.
Justo cuando la canción iba a la mitad y el cielo comenzaba a nublarse, eso que tanto las atemorizaba, sucedió de improvisto una vez más. La cocina parecía haberse oscurecido y hasta sintieron la pérdida de la gravedad.
—¡Te lo dije que iba a pasar otra vez! —gritó Eunice y le enseñó la pantalla del celular a su hermana.
Isabel había subido el tono de su sorpresa y se quedó mirándola y, con voz hipnótica, le dijo que los celulares tenían vida propia y que tenían la capacidad de escuchar y entender todo, y también que poco a poco iban a controlar la mente de sus dueños. Después se asustó más cuando vio en el celular de su hermana un anuncio de un hacha en venta con un 50 por ciento de descuento.
Antonio Flores Schroeder (Ciudad Juárez, México), es escritor, periodista y editor.
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