Cuando estabas en el trabajo, tenías el pensamiento puesto
en “¡Cómo me gustaría estar un día, un solo día en casa sin hacer nada!”.
Bueno, ahora lo estamos, no sin hacer nada, pero casi.
Los maestros y profesores dan clases desde su comedor, vía
internet, o mediante programas especiales, corrigen, reciben mails y mensajes a
cualquier hora. Los niños ya no juegan en los recreos ni comparten un alfajor
con un amigo.
Los almacenes no están abarrotados, la gente hace eternas
filas en las veredas para esperar su turno. Los Bancos están cerrados,
bueno…alguna vez abrieron, para empeorar las cosas.
Nos levantamos cuando queremos, comemos a deshora y nos
acostamos cuando tenemos sueño. Nadie toca el timbre, nadie nos despierta cada
mañana. La mayoría de la gente está encerrada, una parte sale a hacer compras
necesarias y algunos se escapan a caminar o correr o simplemente a no hacer nada,
cosa que no deben.
Pocos salen a trabajar ya que son “personal esencial” y
arriesgan su salud viajando en colectivos, trenes, subtes, con otra gente,
entre las que posiblemente haya alguien que tenga el virus y pueda contagiarlo;
a menos que tome las medidas precautorias necesarias.
Nos vemos metidos en una vorágine de locura, pero esta vez
no de corridas bancarias, ni de tareas con horario, y tampoco de plazos de
entregas de trabajos prácticos en universidades. Una locura de miedo, de temor,
de pensamientos negativos, o por el contrario una locura esperanzadora de “a mi
no me va a pasar nada”. Los extremos.
Pocos son los que tienen una rutina en las casas. Pocos son
quienes se levantan a una hora determinada a diario.
Quizá no supimos valorar lo que teníamos, esa libertad a
medias con la que vivíamos, aunque atados a ciertas reglas. Seguimos cumpliendo
obligaciones pero esta vez en pos de cuidar nuestra propia vida y la del otro
(en algunos casos).
Disfrutamos más de un jardín, de plantas brillantes y
limpias, sin olor a combustible, ni ácaros pegados. Amamos salir al balcón a
las 9 de la noche para aplaudir a los médicos y enfermeras que están encargados
de salvar vidas, exponiéndose al 100% .
Queremos un poco mas a nuestras mascotas, quienes
posiblemente son la compañía de alguien a quien la cuarentena lo sorprendió
solo en su casa. Conversamos un poco más en familia, quienes tuvieron la dicha
de quedar en casa todos juntos. En otros casos, aumentaron las discusiones y
hasta por qué no, la violencia, que esta vez no es controlada ni vista en los
noticiero diarios. Solo se habla de él, del virus mortal, que nadie siente pero
que está.
Entendemos a los abuelos que deben estar encerrados, sin
poder ver a sus familias.
Nos perdimos el placer de un abrazo, el llorar en compañía,
el saber que suena el teléfono y nadie nos va a avisar que está por llegar a
casa.
Nos sorprendieron muchas cosas, muchas…
Lavarle las patitas al perro antes de entrar luego de una
breve caminata, lavarnos las manos cincuenta veces al día y cada vez que
volvemos de la calle. No tocarnos obsesivamente la cara, ni permitir que las
botellas de alcohol en gel escaseen en la mesada de la cocina.
Nos sorprendió vivir en un mundo irreal, donde nadie se
acerca a nadie, donde lavamos hasta las botellas antes de ponerlas en la
heladera.
Jamás pudimos comprender cómo hacía la gente de las
películas de “ciencia ficción” para aguantar esas situaciones y hoy estamos
TODOS, el mundo entero, en esta cuarentena imposible de imaginar hace apenas
dos meses atrás.
¡El mundo entero! Nadie compite con nadie para ver cuánta
gente muere. Nadie espera que el otro gane o pierda. Solo que esto pase, que
podamos volver a ser “normales” como antes del 19 de marzo, cuando aún los
chicos se ponían el uniforme del colegio, las maestras planeaban sus clases, el
ejecutivo calzaba sus zapatos brillosos, el ama de casa corría al super a
comprar, y los abuelos cobraban sus haberes sin esperas. Cuando el domingo era
el día del asadito en familia y el sábado la previa de cerveza en algún
boliche.
Volvamos a eso, por favor, pero para volver hay que esperar,
hay que encerrarse, hay que extrañarse, hay que escucharse, entenderse, amarse,
ayudarse, cuidarse.
Seguramente, en poco tiempo esto quedará para la historia,
el 2020 de la pandemia, el 2020 que iba a sorprendernos (y vaya que lo hizo),
el 2020 donde muchos entendieron de una vez que cuidar al otro es cuidarse uno.
Ojalá que todo haya servido para algo, ojalá que hayamos
aprendido con lo que pasamos y que por una vez en la vida, seamos uno.
©Silvia.M.Vázquez
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