viernes, 3 de abril de 2020

Susana Grimberg: "la globalización. Entre la fascinación y el miedo a lo distinto"

“La globalización. Entre la fascinación y el miedo a lo distinto”. Nota de Susana Grimberg para Radio Sentidos

“Una de las paradojas del mundo globalizado es la resistencia y el resurgir de los idiomas pequeños del mundo, la solidaridad que recorre desde Irlanda a Estonia, desde las islas Feroe hasta Asturias, y desde el País de Gales al País Vasco.” Seamus Heaney
(Premio Nobel de Literatura en 1995)
Efectos de la globalización
Si bien, los temores por el contagio del nuevo coronavirus se han traducido en una desaceleración de la economía, una mirada retrospectiva a la historia puede ayudar a manejar mejor los efectos económicos de las emergencias de salud pública. Al hacerlo, es necesario recordar que las pandemias pasadas fueron mucho más mortales que el coronavirus porque por la falta de higiene y la mala alimentación, las poblaciones pasadas eran más vulnerables. Justamente, la plaga de Justiniano que en el año 541 mató a 25 millones de personas, y que la gripe española en 1918 a cerca de 50 millones y, peor aún la peste negra que duró desde 1348 hasta 1350, y acabó con la vida del 50 % de la población de Europa. En realidad, la información sobre la mortalidad varía ampliamente entre las fuentes, pero se estima que entre el 30 % y el 60 % de la población de Europa murió, desde el comienzo del brote a la mitad del siglo XIV. Aproximadamente 25 millones de muertes tuvieron lugar sólo en Europa junto a otros 40 a 60 millones en África y Asia.
Puede sonar contradictorio porque gracias a la peste bubónica o peste negra, la mayoría de los sobrevivientes disfrutaron de un mejor nivel de vida. Antes de la peste negra, Inglaterra había sufrido a causa de una sobrepoblación severa. Pero, tras la pandemia, la escasez de mano de obra propició un aumento de los salarios diarios de los trabajadores, ya que estos pudieron ofrecerse al mejor postor. La dieta de los trabajadores también mejoró e incluyó más carne, pescado fresco, pan blanco y cerveza.
Aunque los propietarios tuvieron dificultades para encontrar inquilinos para sus tierras, los cambios en las formas de tenencia mejoraron los ingresos del patrimonio y redujeron sus demandas y, según el historiador económico Christopher Dyer, no hay que desconocer que un momento de "agitación, emoción, ira, antagonismo y creatividad".
Fue la primera vez que un gobierno inglés intentó llevar adelante una micro gestión de la economía. La ley del Estatuto de los Trabajadores, aprobada en 1351, fue un intento de fijar los salarios a niveles previos a la plaga y restringir la libertad de movimiento de los trabajadores lo que provocó evasión y protestas. A largo plazo, los salarios reales aumentaron a medida que el nivel de la población se estancó con brotes recurrentes de la peste y que los propietarios también tuvieron que aceptar los cambios en el mercado de tierras como resultado de la pérdida de población. Hubo una migración a gran escala después de la peste negra, ya que la gente aprovechó para mudarse a mejores tierras o buscar oportunidades laborales en las ciudades y la mayoría de los propietarios se vieron obligados a hacer ofertas más atractivas para garantizar que los inquilinos cultivaran sus tierras. Una nueva clase media, emergió. Eran personas que no habían nacido en la nobleza terrateniente pero que pudieron obtener suficiente riqueza excedente para comprar parcelas de tierra. Investigaciones recientes han demostrado que la propiedad inmobiliaria se abrió a la especulación del mercado.
El cambio dramático en la población provocado por la peste negra también condujo a una explosión en la movilidad social. Después de que Ricardo II subiera los impuestos para recaudar dinero para continuar su campaña en el extranjero, los campesinos se alzaron en armas en 1381 mientras que los intentos del gobierno de coartar estos movimientos, generaron tensión y resentimiento. Como Inglaterra seguía en guerra con Francia y requería grandes ejércitos para sus campañas en el extranjero, al requerirse más dinero, ahogo a la población con más impuestos para una población reducida. Al parlamento de Ricardo II se le ocurrió la innovadora idea de aplicar impuestos punitivos en las recaudaciones en 1377, 1379 y 1380, lo que condujo directamente a disturbios sociales en forma de la revuelta de los campesinos de 1381.
Esta revuelta, la más grande jamás vista en Inglaterra, se produjo como consecuencia directa de los brotes recurrentes de peste y los intentos del gobierno de reforzar el control sobre la economía y perseguir sus ambiciones internacionales.
Los rebeldes argumentaban que estaban severamente oprimidos, y que sus señores "los trataban como bestias".
No debería subestimarse la reacción psicológica instintiva. La peste negra vio un aumento en los ataques xenófobos y antisemitas. El miedo y la sospecha hacia los extranjeros cambiaron los patrones del intercambio comercial.
En el contexto de la peste negra, las élites intentaron afianzar su poder, pero el cambio demográfico a largo plazo obligó a beneficiar a los trabajadores, tanto en términos de salarios como de movilidad social.
Si bien la plaga que causó la peste negra fue muy diferente a la del coronavirus, no se sabe cuánto va la gente a tolerar las limitaciones a la movilidad y la cuarentena, porque restringir la libertad de movimiento puede generar una reacción violenta.
La existencia del otro. Entre el miedo y el deslumbramiento.
El racismo y la persecución son un fenómeno expandido por todo el mundo pero, para pensar esos fenómenos, hay que diferenciar dos cosas: por un lado, un miedo que se remonta a la infancia y a la indefensión del niño y, por el otro, al mundo pulsional o instintivo.
La presencia del otro desconocido para el niño, fuera de la madre, es sentida por él como un peligro proveniente del exterior. Ante el otro, el niño reacciona con un grito que expresa su miedo al otro, al diferente, al extraño, por eso, Freud dice: al comienzo es el odio, la más antigua de las pasiones humanas, antes que el amor.
Miedo y odio comparten el mismo origen: la fragilidad e indefensión del sujeto. Esta incapacidad de elaborar el miedo y el odio respecto de sí mismo hace que el sujeto los proyecte hacia afuera. Por eses motivo, Freud dijo que lo odiado y el mundo exterior coinciden con lo displacentero y quedará establecido para el sujeto que el mal está afuera, en el otro. Tanto contra él mismo como contra el otro. El primero puede conducir al suicidio, que es un crimen contra sí mismo y el segundo al homicidio.
De todas maneras, aunque el mal que habita en el hombre sea difícil de erradicar, puede apaciguarse porque convivir con el mal, pertenece a su naturaleza. Por otra parte, hay formas más armoniosas de vivir con él que se basan en la tolerancia, el respeto por los que no tienen ni el mismo color de piel ni la misma sexualidad ni el mismo lenguaje.
El miedo al otro y, en consecuencia, su rechazo, hace que la libido se concentre en el punto de odio que, como un punto hipnótico, fija la angustia. Para tratar de calmarla, el sujeto busca un chivo expiatorio: el otro, que tiene la culpa de todo lo malo que sucede en el mundo. Así se forman los movimientos nacionalistas, integristas, racistas, etc, en los que la habilidad creadora está tan abolida que conduce al ser humano a un nivel de crueldad para el que no existen los límites, logrando que el llanto del niño frente al extraño, se transforme en el rechazo a toda la civilización.
Como dijo el escritor albanés Ismael Kadaré, “la literatura es el primer fenómeno globalizador. Ya sé que el concepto de la globalización se maneja ahora como un descubrimiento, pero sólo hace falta leer a Esquilo, o a Shakespeare, por citar dos ejemplos, para darse cuenta de que la literatura, el teatro, son el vehículo para hablar del hombre y de sus incertidumbres y de sus escapatorias.”
El sociólogo polaco Zygmunt Bauman, en su ensayo “Miedo líquido”, se refirió a algunos los temores contemporáneos: la muerte, lo inmanejable, los terrores asociados a la globalización. Se suponía que la modernidad iba a ser aquel período de la historia humana en el que ciertos temores iban a quedar atrás dado que iba a ser posible controlar las imprevisibles fuerzas de los mundos tanto el social como el natural.
Es que la modernidad comenzó con la idea de que si se pone el comportamiento humano bajo control racional, iban a poder eliminarse los desastres. Sin embargo, ha venido sucediendo lo contrario. Es más, “los desastres humanos han acabado pareciéndose a los naturales”, sostuvo Bauman.
El sociólogo advirtió que en los comienzos del siglo XXI se volvió a vivir una época de miedo y, por ejemplo, la aparición del Coronavirus es una prueba de ello. ”Miedo es el término que empleamos para describir la incertidumbre que caracteriza nuestra era moderna líquida, nuestra ignorancia sobre la amenaza concreta que se cierne sobre nosotros y nuestra incapacidad para determinar qué podemos hacer (y qué no) para contrarrestarla”, según Bauman.
La globalización no es un hecho nuevo, aunque muchos lo piensen de esta manera. La interrelación entre los países, existe desde la prehistoria, con los movimientos migratorios. Por ejemplo, tanto el Imperio Romano, como China, conectaron vastas zonas desconectadas entre sí, bajo su dominio.
Una ventaja considerable de la globalización, fue la de haber acrecentado, a fines del siglo XIX, las revoluciones tecnológicas, los sistemas de transporte y el avance de las comunicaciones. La era espacial, a su vez, facilitó descubrimientos como el Diagnóstico por imágenes, el Monitoreo cardíaco, el Código de barras, el Termómetro digital sin mercurio, los pañales desechables, el Sistema de ahorro de energía utilizado en refrigeradores, el Laser, utilizado tanto en la Medicina como en la Industria y el Velcro, entre muchos más.
La globalización no es un hecho aislado, sino el resultado de un largo proceso histórico. Muchas zonas se vieron favorecidas, mientras que otras no lograron salir de la pobreza. En iguales circunstancias, muchos países supieron aprovechar la transferencia de conocimientos, alcanzando en pocos años un desarrollo significativo que, de otra manera, les hubiera llevado décadas.
Indudablemente, la globalización cuenta con muchos puntos a su favor, sobre todo el incremento del conocimiento, impulsado por los adelantos tecnológicos y los descubrimientos científicos, que han beneficiado a la humanidad. También, trajo una mejora en la comunicación continental por la que el sector laboral pudo coordinar acciones en defensa de los trabajadores; la ampliación de los espacios de democratización, la redistribución del poder y el surgimiento de redes de comercio que, muchas veces, fueron beneficiosas para los pequeños y medianos productores de cada región.
Sin embargo, si bien, la globalización trajo ventajas para la población en general, introdujo sentimientos de temor, incertidumbre, desconcierto, como lo vemos hoy, ante lo que puede ser vivido como una amenaza.

Quiero concluir con esta reflexión de Eric Frattini:
“Si bien es cierto que la globalización ofrece oportunidades para el desarrollo y enriquecimiento, también lo es que puede causar un aumento de la pobreza y el hambre, que, a su vez, pueden desencadenar reacciones en cadena que a menudo conducen a formas muy dispares de violencia y a la corrupción desmedida.”
Y con este pensamiento de Václav Havel:
“También soñábamos con un orden internacional más justo. El fin del mundo bipolar fue una gran oportunidad para humanizarlo más. En lugar de eso, presenciamos un proceso de globalización económica que se ha desbocado políticamente y, por lo mismo, está ocasionando un caos económico y arruinando la ecología en muchas partes del mundo”.
Susana Grimberg. Psicoanalista, escritora y columnista.
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