Entre sueños
Sobre la funda aún quedaban restos de lágrimas de la noche
de insomnio donde solamente aparecía su rostro, sonriente, plácido,
generosamente dispuesto a dar lo que jamás había dado.
Despertó con los labios secos de tanto intentar hablar y las
manos transpiradas por querer abrazarla. Imposible en el sueño, imposible en la
realidad.
Mucho tiempo había pasado hasta que volvieron a encontrarse.
Kilos de más, unas insolentes arrugas que se apropiaron de su tez tensa y
blanca, pero aún brillaba dentro de la música del alma, la misma que los había
unido hacía años.
Un encuentro rápido, charla demandante y apurada y la
promesa de volver a verse que no se cumplió. Solo quedaba verla en sueños, esos
que lo despertaban con las manos transpiradas. Pero ese lunes, todo fue
diferente. El sonido del celular lo despertó y se levantó a atender sin
esperanza.
Su voz terminó de despertarlo, la voz que ansió escuchar por
meses, la misma que sabía reir cuando se veían, cuando compartían anécdotas y
cuando los atardeceres se llenaban de luz para él.
“A las tres, a las tres”, repetía incansablemente mientras
preparaba un café cargado. Eligió su
mejor ropa, se puso la mejor sonrisa y comenzó la semana con otro ánimo,
exento de soledades y miserias, repleto de esperanzas y lucidas entregas.
A las tres, dos almas se reencontraron para de una vez, ser
felices. Para , de una vez entender que no podían estar separados y de una vez,
ser uno y dos seres que jamás volverían a alejarse.
©Silvia Vázquez
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