“San Martín, Rosas, Perón”
Orígenes, mutaciones y persistencias
de una trilógica nacional
Libro escrito por Cristian Vitale
Domingo 17 de noviembre, 19horas
CENTRO CULTURAL TASSO
Defensa 1575, San Telmo. CABAAnticipadas $250 / En puerta $300
Invitados musicales: Lidia Borda-Daniel Godfrid, Marián Farías Gómez,
Agustín Ronconi (Arbolito), Alejandro Guyot-Edgardo González (ex 34 Puñaladas, actuales Bomba y Bs.As) y Florencia Dávalos.
San Martín, Rosas y Perón, cada uno en el contexto histórico en que les actuar, representan las tres banderas que el peronismo primigenio lograría sintetizar en una fórmula impecable: justicia social, independencia económica y soberanía política. Fórmula que, por otra parte, sirvió de guía para los logros tangibles del movimiento nacional y popular, en los tres frentes.
Este libro, en efecto, propone no solo refrendar la veracidad de tal praxis política “hacia atrás y hacia delante”, sino también discutir ciertas tendencias historiográficas que leen en la sintonía de la tríada más que una línea político-histórica definida, una operación restringida a los usos políticos del pasado. Abordando la cuestión a través del itinerario de diversos actores, contextos históricos, y hechos culturales, económicos y políticos concretos, se da cuenta aquí que tal sintonía ha existido –y existe- y que, de haber una operación política sobre la historia –difícil escaparle a esta, claro— tal no tuvo ni tiene otro fin que el de aspirar a una nación justa, libre y soberana. Modelo de nación que San Martín, Rosas y Perón (aunque los primeros dos no lo hayan expresado exactamente así) llevaron a la práctica, más allá de los giros, las épocas, las formas y los bemoles de cada quien. Del otro lado de este telón de acero, que algunos llaman grieta, está el neoliberalismo que apuesta a la alquimia inversa: la injusticia social, la dependencia económica y el dominio político ejercido por naciones poderosas y corporaciones trasnacionales.
Prefacio
Tres motivos me llevaron a escribir este libro. El primero, que llamaría vivencial, proviene de una adolescencia que transcurrió a la par del retorno a la democracia. 1982, 1983, o sea. Doce años tendría cuando mi viejo, un albañil volado y hermoso que había renunciado a un cómodo trabajo de cobrador en el Banco de Londres porque “se sentía encerrado”, me llevaba a los actos políticos de la Unidad Básica “Justa, Libre y Soberana” (nacida al calor de las jornadas de octubre de 1945) ubicada a la vuelta de mi casa, en Lanús. Era muy impresionante ver, a la hora de los cánticos, de qué manera se inflaban los pechos y las yugulares de los militantes cuando llegaba la parte del “San Martín-Rosas-Perón”.
Era muy impresionante, además, porque tal coro de almas se tornaba rabia cuando llegaba el turno de cantar el “se va a acabar…” contra los militares de la dictadura cívico-militar-neoliberal del 76´, que ya estaba en retirada. Por cierto, la vivencia era fuerte para un pibe de 12 años… escuchar esa antinomia remarcada por la militancia entre militares buenos y militares malos en un momento raro, además. Si los militares eran torturadores, asesinos, desaparecedores, apropiadores de niños, como ya empezaba a escucharse con fuerza en las calles ¿cómo era posible que esas personas gritaran con tanta fuerza a favor de esos tres generales de “ese mismo” ejército nacional”, pensaba con cabeza de niño curioso.
Tal fue una pregunta político-existencial cuyas posibles respuestas han ido ocupando un preciado tiempo en posteriores conversaciones con mi viejo José. Fuimos destrabando a través de ellas, y ya pasado el furor antimilitarista de los primeros ochenta, que San Martín, Rosas y Perón, cada quien en el tiempo histórico que le tocó vivir –y aún con sus falencias, obvio-- habían sido artífices centrales de la idea de una patria liberada del dominio político y económico de las naciones más poderosas del mundo. Encarnaban, los tres, la lucha real, posible y concreta contra ese dominio muy denunciado por “doctorcitos” e intelectuales desde letras, palcos y libros, pero poco desde una acción real, manifiesta, y hecha carne en las nociones políticas de las masas.
Esta sensación del papel histórico de liberación que habían cumplido los tres generales me fue ratificada mucho tiempo después, cuando dos líderes políticos de aquella estirpe como Néstor Kirchner y Cristina Fernández enaltecieron desde su lugar de presidentes el papel que habían cumplido militares que pensaron una Nación con el pueblo adentro, y que poco y nada tenía que ver con los torturadores del 76´. Y no solo con San Martín-Rosas-Perón, sino también con otros tal vez menos nombrados. No fueron pocas las veces que Néstor, por caso, reivindicó el rol del General Enrique Mosconi, primer presidente de Yacimientos Petrolíferos Fiscales, en su enorme tarea como protagonista de la nacionalización del petróleo en tiempos de Hipólito Yrigoyen, entendiendo ya el factor clave y decisivo que implicaba, para el futuro desarrollo económico del país, el control de semejante recurso natural. El mismo que entendió Cristina cuando, en 2012, recuperó buena una parte importante de YPF para los argentinos, tras el desguace de los noventa.
Tampoco se había puesto colorado Kirchner al reivindicar al general Manuel Savio, puntal del desarrollo de la Industria Siderúrgica Argentina en su rol de presidente de Fabricaciones Militares y de SoMiSA, cuyo mayor reconocimiento le llegó en 1947 cuando el mismo Juán Perón puso en marcha el Plan Siderúrgico Argentino, más conocido como Plan Savio. Ni Savio ni Mosconi forman parte del contenido de este libro, porque el epicentro está puesto en otro lado. Pero sépase que ambos también forman parte del panteón de la tríada abordada.
Y explican, a la vez, la importancia clave que han tenido notorios y excepcionales militares –arbitrariamente ninguneados por las “intelligentzias” de derecha a izquierda-- en la historia argentina. Este primer motivo, nacido del principio motor de la pasión, la vivencia y la inquietud, anuda con el segundo motivo que derivó en la temática trabajada. Un impulso que llamaría “existencial”, subjetivo, que me ha resuelto una profunda contradicción, extensible a toda una generación. A la par de ese resonar nacional-popular en mis oídos, comencé un periplo cuyo devenir colisionó en acto con otra de las huellas de un sentido de pertenencia, en rigor bastante parecido a la de los jóvenes de ese ayer: la incontenible y nodal influencia del rock and roll.
Acaloradísimas eran las controversias entre la JP y aquellos viejos militantes que pretendían llevar la discusión del nacionalismo político y económico, a una inconducente cerrazón cultural. Recuerdo como si fuera hoy el lío que se armó en otra Unidad Básica del barrio (creo que se llamaba “El tigre de los llanos”, en honor a Facundo Quiroga) cuando desde los pibes se impulsó la idea de proyectar “The Wall”, la película de Pink Floyd que no hacía mucho se podía ver libremente en la Argentina, y hubo que enfrentarse a tipos cerrados que llegaban a decir que ese disco de Floyd, u otros de Led Zeppelin o de Los Beatles pasados al revés portaban mensajes satánicos que “pervertían” a la juventud (cualquier semejanza con Capusotto no es pura coincidencia, doy fe).
Era como remarla en dulce de leche contra semejante tiniebla humana, pero al final se pudo pasar The Wall y con el tiempo fui sabiendo que, pese al cerco instalado interesadamente por gran parte de los sectores progresistas y liberales, el campo nacional y popular –a pesar de la actitud contumaz de aquellos personajes capusoteanos— era muy inclusivo, y bastante más tolerante de lo que aquellos “progres” intentaban instalar desde sus acomodadas y elitistas usinas de poder intelectual, educativo, institucional y mediático.
Pude comprobarlo no solo porque mi viejo, que era un furibundo tanguero, terminó escuchando “Wish you Were here”, sino porque me fui emparentando –bajo el intento de matizar contradicciones— con tipos vinculados al peronismo y enormemente valiosos en el campo cultural. Podría nombrar mil, cruzando generaciones. Entre ellos y ellas a Leonardo Favio, a Litto Nebbia, a Emilio del Guercio, a Homero Manzi, a Jaime Dávalos, a Teresa Parodi, a Osvaldo Santoro, a León Gieco, a Cátulo Castillo, a Enrique Santos Discépolo, a Daniel Santoro, a Nelly Omar, a Luciana Jury, a Hugo del Carril, a Alejandro Dolina, etc, etc, etc. Pero son tres los que inevitablemente enaltecen esta apertura y esta tolerancia que el campo nacional y popular, con el peronismo como epicentro, señala como guía.
Uno es el historiador, poeta y periodista entrerriano Fermín Chávez. Lo es por dos razones. Fue él, como se cita en el libro, el que mejor expresó las causas de las endémicas crisis argentinas a través de un diagnóstico que se puede aplicar a cualquier momento del devenir histórico nacional. “Las crisis argentinas son primero ontológicas, después éticas, políticas, epistemológicas, y recién, por último, económicas”. Pero tal ontología, como el mismo Chávez deja entrever en otra de las sentencias que aparecen en el libro, no lleva (pese a esos sectores que han hecho de la cerrazón cultural una militancia absurda) a excluir una alteridad en este sentido: “Lo gauchesco es parte de nuestra identidad (…) tenemos que releerla hoy como para comprobar cómo su espíritu reaparece en el tango, cuando el gaucho de las orillas urbanas se transforma en el compadrito, pero también en la música joven hecha aquí. El rocanrol retoma la tradición gauchesca ligada a la denuncia social y política, además de las historias de amor, la picardía, el humor ácido y la crítica de la vida cotidiana”, le dijo el invalorable Chávez al diario Clarín el 6 de junio de 2005, a menos de un año de su desaparición física, que se produjo el 26 de mayo de 2006.
Otro de los héroes en este lío que liga directamente con la inclusiva y sabia postura de Chávez es Raúl Scalabrini Ortiz. Sobre todo, por haber sostenido un firme nacionalismo económico y político –con todo lo que ello implica para el bienestar colectivo--, que anudaba con la confianza que éste escritor tenía en una nación multigena. En ese crisol de razas que, lejos de estorbar las pretensiones de liberación como ciertos sectores nacionalistas-integristas pensaban, debería contribuir a ella con más fuerza. Una lectura cruzada entre “El hombre que está solo y espera”, publicado en 1931 y “Política británica en el Río de la Plata”, brillante aporte que inauguró los cuadernos de F.O.R.J.A en mayo de 1936, brinda una idea cabal de lo antedicho.
Un tercer héroe –clave, también— es Leopoldo Marechal. Además de haber sido el único intelectual argentino en unirse literalmente a las masas obreras durante la histórica jornada del 17 de octubre de 1945, este enorme literato ya había postulado una especie de nacionalismo abierto y tolerante en el “Adán Buenosyares”, maravillosa novela autobiográfica escrita en la década del treinta y publicada, causalmente, el 30 de agosto de 1948. A trasluz de los entrañables personajes que conforman la barra de Adán, Marechal muestra un don de convivencia entre diferentes que difícilmente se encuentre en obras liberales.
En aquella novela, el astrólogo Schultze, que en verdad era el artista Xul Solar, convivía hermosamente con el católico Adán. Ambos con el judío Samuel Tesler (el filósofo Jacobo Fijman, en la vida real); con el petiso Bernini, sociólogo cientificista que hacía las veces del mismo Scalabrini Ortiz y con Pereda, que personificaba a Jorge Luis Borges quien dicho sea de paso --y lamentablemente-- no tuvo el mismo gesto cuando Marechal cayó en desgracia, como “poeta maldito”, tras el golpe cívico-militar de 1955. Esta otra tríada paralela a la del libro, la que conforman Chávez, Scalabrini y Marechal, también ha operado como reflejo de aquella y, a la vez, motor inicial de este trabajo.
El tercer motivo, en tanto, es el más “formal” y está relacionado con ciertas inquietudes historiográficas que surgieron mientras cursaba un seminario llamado “La historiografía entre la lucha política y el debate cultual en la Argentina (1910-1955) en la facultad de Historia de la Universidad de Buenos Aires, en 2017. Durante la cursada semestral que dictaba el profesor Alejandro Cattaruzza, me encontré con un texto que me disparó directamente hacia aquellos días de adolescencia. Se llamaba “Historia y política. Producción y propaganda revisionista durante el primer peronismo”, y lo había publicado Julio Stortini, en 2004. En este trabajo, el especialista detectaba que el revisionismo, en tanto corriente historiográfica reivindicadora de Juan Manuel de Rosas, no había sido tan significativa como se creía durante los dos primeros gobiernos peronistas.
Por supuesto que tal proposición empezó a hacerme ruido cuando la conecté con aquellos inicios vivenciales en el tema (el primer motivo) y en consecuencia empecé a rastrear fuentes que entraran en tensión con tal hipótesis. Una visión la de Stortini que, aunque seria, elaborada y procedente, resulta un tanto sesgada dado que se centra solamente en el devenir del Instituto Juan Manuel de Rosas durante ese período, dejando fuera otras instancias relevantes de tal vínculo como, por caso, los itinerarios de muchos pensadores rosistas-peronistas o peronistas-rosistas (y sanmartinianos, claro) que ya postulaban la validez de la tríada durante el mismo período en que Stortini la pone en duda.
La intención de estas páginas, al cabo, no es agotar la discusión acá sino sumar otro punto de vista. En tal sentido, el trabajo se ubica como un capítulo más en esta larga búsqueda de ese “ser nacional” inclusivo, latinoamericano, nutrido del alteridades y diferencias, que tiene un pasado en el que reconocerse. Un “ser nacional” que, dicho de otra forma, poco y nada tiene que ver con aquellas construcciones nazis o fascistas del siglo pasado. Tampoco con las liberales e individualistas que imperaron de este lado del telón de acero, ni con las prácticas totalitarias que proliferaron del otro.
Más bien se trata de indagar en un ser colectivo –y a la vez individual, tal como lo planteó Perón en la Tercera Posición-- cuya pretensión puede resumirse y realizarse en aquella frase que inmortalizó el Chacho Peñaloza cuando el caudillo luchaba contra el nacionalismo decimonónico, positivista y “excluyente” de Bartolomé Mitre: “Naides más que naides”. En suma, y conscientes de no tener “la” verdad sino “nuestra” verdad, nos movimos bajo la firme convicción de generar una herramienta de comprensión acerca de lo que Fermín Chávez consideró la mayor de las crisis endémicas en este país: la ontológica. La del ser. La del “qué” ser… si una Nación sometida y morigerada por las grandes potencias mundiales, u otra liberada, consciente de sí, y capaz de negociar de igual a igual con cualquier nación soberana ¿Acaso San Martín, Rosas y Perón no fueron aguerridos defensores de esta última? Las páginas que sigue, intentas demostrarlo.
MÁS SOBRE CRISTIAN VITALE
Cristian Vitale nació en julio de 1970 en Lanús, provincia de Buenos Aires. Es profesor de historia egresado en la facultad de Filosofía y Letras de la UBA, y periodista. Trabaja en Página 12 desde abril de 1998, y ha colaborado en varias revistas de arte, cultura general y política (La Mano, La Maga, TXT, XXIII, entre ellas), además de los diarios Popular, La Unión de Lomas de Zamora y La Voz de Avellaneda. También idea y conduce un programa radial llamado Resonancias, que pasó por Radio Nacional Folklórica (cinco temporadas), Radio nacional Faro (cuatro temporadas), Radio Universidad de Luján, Radio Suburbana de José Mármol, Radio Abierta de Floresta, FM Alas de El Bolsón, FM D´Rock de Mar del Plata, FM Espacio de Lanús, etc. Ofició de entrevistador en el programa Elepé, que se emitió en Canal 7 durante 2008. Y es docente de Historia, Comunicación y Medios, y Problemática Social Contemporánea en el sistema de escuela media para adultos de la provincia de Buenos Aires.
Nota a Cristian en Revista Ruda: https://revistaruda.com/2019/08/19/cristian-vitale-reactivar-la-trilogia-de-san-martin-rosas-y-peron-es-una-bandera-de-lucha-y-resistencia/
Comunicamos desde Silvia Majul www.silviamajul.com +54 11 37709578
@cristian_vitale7 (instagram)
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Agradecemos a Silvia Majul,por enviarnos la nota
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