Mi planta de naranja lima es un clásico que ha marcado a varias generaciones.
Su autor, José Mauro de Vasconcelos, cumpliría 100 años este 26 de febrero.
Mi planta de naranja lima ha sido llevada al cine dos veces. La última vez, en 2012, con João Guilherme Ávila (Zezé) y José de Abreu (Portuga).
Katherine Subirana Abanto
Existen en la historia de la literatura personajes infantiles memorables cuyos mundos ficticios —o no tanto— han formado el imaginario de muchas generaciones. Están, por ejemplo, el aventurero Tom Sawyer, el redimido Pinocho o el astuto Pulgarcito. En este olimpo infantil, tiene un lugar el tierno, melancólico y soñador Zezé, protagonista de la novela Mi planta de naranja lima, publicada en 1968 .
Estamos frente a un clásico de la literatura infantil cuya popularidad ha opacado a su autor, José Mauro de Vasconcelos, mestizo de india y portugués, nacido en Bangu, Río de Janeiro, el 26 de febrero de 1920. Según datos de la plataforma Alibrate, red social para que los usuarios recomienden y evalúen títulos, en julio de 2019, Mi planta de naranja lima se encontraba entre los diez libros infantiles mejor puntuados por los usuarios. Los críticos aún no se ponen de acuerdo sobre si José Mauro de Vasconcelos es el escritor brasileño más leído en el mundo o el segundo más leído, después de Jorge Amado. Lo que es cierto es que Mi planta de naranja lima cuenta, cincuenta y dos años después de su publicación, con más de cien ediciones y ha sido traducida a, por lo menos, treinta y dos idiomas.
La historia de este libro es sencilla: Zezé tiene cinco años, es el quinto de seis hermanos y su familia vive en medio de la pobreza. Es un niño muy inteligente —aprendió a leer solo, por ejemplo—, sueña con convertirse en poeta y llevar corbata de lazo, y tiene por mejor amigo a su planta de naranja lima, a quien él llama “Minguito”. Su padre y hermanos, que viven de frustración en frustración, castigan sus travesuras con golpizas que más de una vez lo han tumbado en cama. A punto de perder la fe en el mundo —porque a los cinco años también se puede perder la fe— se reconcilia con la ternura gracias a la amistad de Portuga, un adinerado señor que pronto supone para él una nueva figura paterna. Pero, como si la vida de Zezé no tuviera suficiente drama, Portuga muere en un accidente y, casi al mismo tiempo, el Municipio corta su planta de naranja lima. Y ahí termina la historia.
Desde la mirada de los lectoresNo conozco a nadie que haya leído Mi planta de naranja lima y haya salido indemne. Desde las primeras páginas, el libro advierte al lector que se va a poner a prueba su sensibilidad. Dice el subtítulo de la portada: “Historia de un niño que un día descubrió el dolor”. Luego, la dedicatoria nos adelanta la muerte de los dos hermanos más cercanos a Zezé. Y, por si fuera poco, el epígrafe de la primera parte dice: “En Navidad, a veces nace el Niño Diablo”.
Estamos, pues, frente a un cóctel decididamente conmovedor creado sobre la base de las experiencias de la infancia de Vasconcelos en Bangu, donde vivió en condiciones muy semejantes a las que se narran en el libro. En una entrevista que dio en 1980 para el diario Los Andes, de Argentina, el autor afirmó: “tuve, sí, experiencias muy fuertes, que me conmovieron profundamente, y tal vez por eso me decidí a contarlas, recreándolas en mis libros. Mi padre era director de un hospicio, y yo estuve en contacto con ese mundo tremendo y alucinante de la locura. Dos hermanos míos se suicidaron”.
Antes de dedicarse a escribir, intentó estudiar Medicina, pero abandonó la carrera. Luego, fue nadador, jugador de fútbol, entrenador de boxeadores, pescador, maestro y enfermero en la selva amazónica. Y, mientras tanto, escribía. En la misma entrevista, señaló: “Considero inexplicable el éxito de algunos libros míos. En varias oportunidades, me pidieron la receta para hacer un best seller y no supe darla porque no la conozco”. Aun así, ganó mucho dinero con sus libros, por lo que le propuso a su editor brasileño disminuir a la mitad el pago de sus derechos de autor para rebajar el precio de los libros y que estos puedan llegar a gente de escasos recursos.
El mensaje de Zezé
El crítico y editor argentino Daniel Gigena escribió sobre la obra, por el cincuenta aniversario de su publicación: “No recuerdo que la violencia familiar fuera objeto de análisis en el aula, como sí lo era la imaginación frondosa de Zezé en su amistad con la planta de naranja lima”. Y eso sucedía en la mayoría de escuelas, tal vez porque eran épocas en las que no se hablaba de la violencia familiar en voz alta. O, tal vez la respuesta la tenga Haydée M. Jofre Barroso, ensayista y traductora que escribió en el prólogo a la edición argentina: “Es el corazón de su público lo que él [el autor] busca, mucho más que su intelecto: sus libros son mensajes de un espíritu a otro, y nunca una vacía demostración de academicismo”.
Y sí, José Mauro de Vasconcelos enseñó a sus lectores, a través de Zezé, un cálido e inefable camino a la ternura.
Existen en la historia de la literatura personajes infantiles memorables cuyos mundos ficticios —o no tanto— han formado el imaginario de muchas generaciones. Están, por ejemplo, el aventurero Tom Sawyer, el redimido Pinocho o el astuto Pulgarcito. En este olimpo infantil, tiene un lugar el tierno, melancólico y soñador Zezé, protagonista de la novela Mi planta de naranja lima, publicada en 1968 .
Estamos frente a un clásico de la literatura infantil cuya popularidad ha opacado a su autor, José Mauro de Vasconcelos, mestizo de india y portugués, nacido en Bangu, Río de Janeiro, el 26 de febrero de 1920. Según datos de la plataforma Alibrate, red social para que los usuarios recomienden y evalúen títulos, en julio de 2019, Mi planta de naranja lima se encontraba entre los diez libros infantiles mejor puntuados por los usuarios. Los críticos aún no se ponen de acuerdo sobre si José Mauro de Vasconcelos es el escritor brasileño más leído en el mundo o el segundo más leído, después de Jorge Amado. Lo que es cierto es que Mi planta de naranja lima cuenta, cincuenta y dos años después de su publicación, con más de cien ediciones y ha sido traducida a, por lo menos, treinta y dos idiomas.
La historia de este libro es sencilla: Zezé tiene cinco años, es el quinto de seis hermanos y su familia vive en medio de la pobreza. Es un niño muy inteligente —aprendió a leer solo, por ejemplo—, sueña con convertirse en poeta y llevar corbata de lazo, y tiene por mejor amigo a su planta de naranja lima, a quien él llama “Minguito”. Su padre y hermanos, que viven de frustración en frustración, castigan sus travesuras con golpizas que más de una vez lo han tumbado en cama. A punto de perder la fe en el mundo —porque a los cinco años también se puede perder la fe— se reconcilia con la ternura gracias a la amistad de Portuga, un adinerado señor que pronto supone para él una nueva figura paterna. Pero, como si la vida de Zezé no tuviera suficiente drama, Portuga muere en un accidente y, casi al mismo tiempo, el Municipio corta su planta de naranja lima. Y ahí termina la historia.
Desde la mirada de los lectoresNo conozco a nadie que haya leído Mi planta de naranja lima y haya salido indemne. Desde las primeras páginas, el libro advierte al lector que se va a poner a prueba su sensibilidad. Dice el subtítulo de la portada: “Historia de un niño que un día descubrió el dolor”. Luego, la dedicatoria nos adelanta la muerte de los dos hermanos más cercanos a Zezé. Y, por si fuera poco, el epígrafe de la primera parte dice: “En Navidad, a veces nace el Niño Diablo”.
Estamos, pues, frente a un cóctel decididamente conmovedor creado sobre la base de las experiencias de la infancia de Vasconcelos en Bangu, donde vivió en condiciones muy semejantes a las que se narran en el libro. En una entrevista que dio en 1980 para el diario Los Andes, de Argentina, el autor afirmó: “tuve, sí, experiencias muy fuertes, que me conmovieron profundamente, y tal vez por eso me decidí a contarlas, recreándolas en mis libros. Mi padre era director de un hospicio, y yo estuve en contacto con ese mundo tremendo y alucinante de la locura. Dos hermanos míos se suicidaron”.
Antes de dedicarse a escribir, intentó estudiar Medicina, pero abandonó la carrera. Luego, fue nadador, jugador de fútbol, entrenador de boxeadores, pescador, maestro y enfermero en la selva amazónica. Y, mientras tanto, escribía. En la misma entrevista, señaló: “Considero inexplicable el éxito de algunos libros míos. En varias oportunidades, me pidieron la receta para hacer un best seller y no supe darla porque no la conozco”. Aun así, ganó mucho dinero con sus libros, por lo que le propuso a su editor brasileño disminuir a la mitad el pago de sus derechos de autor para rebajar el precio de los libros y que estos puedan llegar a gente de escasos recursos.
El mensaje de Zezé
El crítico y editor argentino Daniel Gigena escribió sobre la obra, por el cincuenta aniversario de su publicación: “No recuerdo que la violencia familiar fuera objeto de análisis en el aula, como sí lo era la imaginación frondosa de Zezé en su amistad con la planta de naranja lima”. Y eso sucedía en la mayoría de escuelas, tal vez porque eran épocas en las que no se hablaba de la violencia familiar en voz alta. O, tal vez la respuesta la tenga Haydée M. Jofre Barroso, ensayista y traductora que escribió en el prólogo a la edición argentina: “Es el corazón de su público lo que él [el autor] busca, mucho más que su intelecto: sus libros son mensajes de un espíritu a otro, y nunca una vacía demostración de academicismo”.
Y sí, José Mauro de Vasconcelos enseñó a sus lectores, a través de Zezé, un cálido e inefable camino a la ternura.
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