viernes, 4 de diciembre de 2020

Poesía

 Y llegó el día, desapareció

la magia de sus piernas

y la musa de su balón,

pero perdura el eco, la reverberación 

del cántico de su Nombre.


Se fue “el distinto” por ser pobre, 

el despreciado por estar entre “los ricos”.


No se verá más al insolente, “al soberbio” 

que no respetaba Autoridad alguna,

y engañado o no, amaba a los sencillos, 

a los maltratados, a los que no podían 

decir de sus dolores.


El mujeriego, el arrogante, el falopero 

ya no molestará con sus dramas y extravagancias,

los mediocres, los verdaderos egoístas y caretas,

los resentidos, por no haber tenido su suerte,

ya no se atreven a decir más nada 

y están muriendo con la saliva de su odio.


Contemplamos en cada uno de nosotros  

lo complejo, lo divino, la locura sin remedio

vemos al hijo de Dios y al esclavo del demonio, 

al hombre tan maravilloso como caótico

tan lleno de amor puro 

como de egoísmo y vanidad. 


Murió “el dios” para sus devotos  

quedando para el mundo, “el Diego”

tan increíble como efímero.

Que se equivocó como cualquiera,

¿quién de nosotros? 

los moralistas, los religiosos,

los que tuvimos una buena educación,

un pasar acomodado, 

una niñez con muchos sueños

puede decir: ¡yo no hubiera vivido así!


Se fue tal vez el cristiano laico 

más amado de los últimos sesenta años

porque aún con sus errores y caídas 

ayudaba a los demás, 

y no me vengan con su ideología

porque la tipificación o las “etiquetas”

son fruto, muchas veces, 

de los que “saben mucho”

y no hacen nada por el otro.


Acaba de morir 

el jugador más controvertido 

pero, sin dudas, el mejor de todos los tiempos

porque jugaba como nadie

porque desafiaba todos los límites

y más que nada, 

porque hacía que todo el mundo 

fuera feliz con la pelota.


¡Gracias! ¡Muchas gracias!,

                                           Diego Armando Maradona.


 ©Juan Portí.


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