PALABRAS PARA MI HIJA
Cuando yo me vaya
a descubrir otras huellas en tierras desconocidas,
no sé si habrá acordes de mi música preferida
que ensalcen mi piel de algas y espumas.
No sé si estarán los tulipanes morados que adoro
o panales de miel en mis desayunos,
yo no sé si seguirán cantando los jilgueros en mi ventana
o podré tomarme un buen vaso de vino
entre los sones de la amistad con mis buenos amigos
con los que siempre destilamos las almas y las risas.
¿Me encontraré con mi madre?...
Quizás venga corriendo a mis brazos sedientos
levantándose de esa cama nefasta
infectada de negros suspiros y miradas de niebla
entre húmedos despidos y cruces ya pulidas.
Ya no sé si sentiré el dulce frescor del otoño en mi cara,
oliendo un celeste cielo de espejos,
sintiendo en mis pies el crujir de las hojas amarillas
y el susurrar de sus hermanas prontas a caer.
Ya no sé si sorberé el jugo de las frutillas rojas
que son mi deleite,
o podré alcanzar a acariciar unos labios, esos que erizan mi piel…
Por eso te digo, hija querida,
no llores el vacío silencioso de mi sillón favorito
no sientas el frío tacto de un retrato inerte,
ni me extrañes los días de lluvia
Yo me iré feliz de haber sentido los hálitos de un hada,
con tus cuidados, con tus sonrisas
con los abrazos que me donaron el fuego de un amor sincero
en los días tristes, cuando aparecías,
como un sol esplendente tapando mis brumas.
Yo me iré feliz de haberte tenido,
de haberte hecho con gramos de mi corazón
al latido de miradas cómplices y las manos abiertas,
como pájaros volando con las alas extendidas.
Y entonces ya no importa si Allá no hay luces ni centellas,
ni flores para libar, ni céfiros acariciantes,
ni soles que estallen, ni mares sinuosos…
Yo seré feliz, si tu navegas en risas
y lloraré contigo al acíbar de tus penas.
Aunque esté ya marchita en las negruras de la soledad
o camine triste en la injusticia del olvido,
siempre tu recuerdo llenará mis ojos de estrellas
o me sentiré feliz en la santa dicha de esperarte.
Quizás, tan solo quizás… Nos volvamos a abrazar
reverdeciendo los pulsos de sentirnos vivas
para sentirte, otra vez, con enorme dicha
mi hija querida, la nunca perdida.
©Raquel Pietrobelli

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