El 13 de junio
se conmemora el Día del Escritor. En 1874, nació Leopoldo Lugones en Villa
María del Río Seco, en el corazón de la provincia mediterránea de Córdoba. Por eso
se eligió ese día para celebrar.
Leopoldo
Lugones, como poeta, irrumpió en el panorama literario argentino con el
poemario Los mundos (1893), que pasó prácticamente inadvertido. Su encuentro
con Rubén Darío, en Buenos Aires, en 1896, fue decisivo para reorientar la poesía
de Lugones. El retoricismo de Las montañas de oro (1897) no tardó en ser
sustituido por el tono irónico, extravagante e imaginativo de Los crepúsculos
del jardín (1905) y Lunario sentimental (1909).
En ambos libros
se respira una atmósfera refinada y decadente, plena de languidez y elegancia
modernistas, dentro de una corriente estética claramente influida por la
creación de Rubén Darío. Su estilo se distingue por su originalidad creadora, y
la precisión y la belleza lírica de sus versos.
A partir de
1910 Leopoldo Lugones cambió de registro poético para centrarse en una
exaltación de su tierra y sus gentes (Odas seculares, 1910). Posteriormente los
asuntos cotidianos, vistos al trasluz de una rutina íntima, se convirtieron en
el objeto de su siguiente entrega poética, titulada El libro fiel (1912), obra
a la que siguieron otros poemarios como El libro de los paisajes (1917), Las
horas doradas (1922) y Romancero (1924). Al final de su trayectoria poética,
Lugones se decantó por el cultivo de una poesía narrativa: Poemas solariegos
(1927) y Romances del Río Seco (que vio la luz, póstumamente, en 1938).
En su faceta de
narrador, Lugones sobresalió principalmente por sus relatos, recogidos en Las
fuerzas extrañas (1906), La torre de Casandra (1919), Cuentos fatales (1924) y
La patria fuerte (1933). En muchas de estas narraciones breves, Lugones ensayó
diferentes acercamientos fantásticos que pueden considerarse precursores de los
mejores relatos de algunos de los más grandes cultivadores de este difícil
género, como Horacio Quiroga, Jorge Luis Borges (uno de los mayores admiradores
de Lugones) y Julio Cortázar.
Publicó además
dos novelas espléndidas: un relato histórico sobre la guerra de la
independencia, titulado La guerra gaucha (1905), y unas meditaciones esotéricas
que, en forma de novela teosófica, aparecieron bajo el título de El ángel de la
sombra (1926). En la década de los años cuarenta, La guerra gaucha fue objeto
de una versión cinematográfica que se convirtió en uno de los principales
referentes del cine argentino de su tiempo.
Susana"Tabita", hija de Polo Lugones, vive en España actualmente |
También brilló
Leopoldo Lugones en su condición de ensayista, faceta en la que dejó algunos
títulos tan relevantes como El imperio jesuítico (1904), Las limaduras de Hephaestos
(1910) e Historia de Sarmiento (1911). Las conferencias sobre el Martín Fierro
de José Hernández, obra que leyó como poema épico, reunidas en El payador
(1916), constituyen sin duda un hito en la interpretación de la literatura
gauchesca. Además, dejó testimonio impreso de las constantes mutaciones de su
pensamiento político, plasmadas en Mi beligerancia y La grande Argentina.
(fuente: www.biografiasyvidas.com)
Su muerte
El 19 de
febrero de 1938 los dueños del hospedaje “El Tropezón” encontraron muerto a
Leopoldo Lugones. El señor que ingresó al cuarto y descubrió el cadáver no
sabía que se trataba del escritor más importante de la Argentina, el más
controvertido y, tal vez, el más talentoso. Las noticias macabras siempre se
difunden con rapidez. La muerte de Lugones no fue la excepción. El
acontecimiento fue tapa de todos los diarios que se editaban en Buenos Aires.
Nadie se privó
de dar su opinión sobre lo sucedido. Algunas fueron discretas, otras no tanto.
Lugones, además de poeta y ensayista fue un hombre comprometido políticamente
con la derecha más extrema y ya se sabe que quien se toma esas licencias no
puede pretender luego ser juzgado con imparcialidad por sus contemporáneos.
Sin ir más
lejos, el padre Leonardo Castellani, el testigo de su reciente conversión al
catolicismo, no se privó de calificar lo sucedido como un suicidio de
sirvienta. Caridad cristiana que le dicen.
Jorge Luis
Borges fue mucho más compasivo, a pesar de que sus diferencias literarias y
políticas con Lugones eran mucho más duras. Dijo el autor de “Inquisiciones”:
“Entonces, aquel hombre, señor de todas las palabras y de todas las pompas de
las palabras, sintió en la entraña que la realidad no era verbal y puede ser
incomunicable y atroz y fue callado y solo a buscar en el crepúsculo de una
isla, la muerte”.
Lo seguro es
que cuando aquel viernes 18 de febrero Lugones tomó la lancha en el Tigre la
decisión de suicidarse estaba tomada. Los dueños del hospedaje vieron descender
de la lancha a un hombre de alrededor de sesenta años vestido de riguroso
blanco. Sus modales era educados y serenos. Nadie lo reconoció entonces y a
nadie le llamó la atención su soledad.
La decisión de
matarse es probable que la haya meditado, pero el acto fue breve y definitivo.
El cianuro tiene esas ventajas. Encontrarlo muerto fue una desagradable
sorpresa para los dueños de la hostería, pero a los escritores y periodistas lo
que más les llamó la atención es que antes de morir dejara en la mesa del
cuarto un escrito en el que decía que no podía terminar de escribir la
biografía de Roca. ¡Interesante confesión de un escritor al borde de la muerte!
Interesante, pero no sé si verdadera, porque es legítimo suponer que no fue el
impedimento de escribir la biografía de quien de alguna manera fuera a principios
de siglo su maestro político, lo que lo llevó a tomar la decisión de
suicidarse.
Nunca se sabe
con certeza qué es lo que lleva a un hombre a quitarse la vida. Se supone que
vivir se ha transformado en una carga insoportable, se supone que los llamados
mecanismos de defensa han sido rotos, se suponen muchas cosas, pero la causa
íntima nunca llega a saberse del todo, es un secreto, un secreto que
posiblemente el mismo suicida lo desconozca.
Al momento de
morir Lugones era un hombre con muchos problemas. Problemas personales,
económicos y afectivos. También problemas políticos. Pero nadie se mata sólo
porque tenga problemas. Todos coinciden en señalar que la relación amorosa con
Emilia Cadelago, una jovencita muchos años más joven que él fue el desencadenante.
Es posible. Otro sostienen que en realidad la causa de esa muerte fue su hijo
Polo.
Lugones en sus
buenos tiempos, se jactaba, con la soberbia que lo distinguía, que era el
marido más fiel de Buenos Aires porque todas las noches dormía en su casa. Se
olvidó claro, que las relaciones extramatrimoniales se consuman a la hora de la
siesta. Cuando lo advirtió ya era tarde. Su hijo, quien había tomado al pie de
la letra sus alardes de fidelidad, la amenazó a ella con detenerla y a él con
internarlo en una colonia psiquiátrica. La amenaza era para tenerla en cuenta.
Se trataba de un policía torturador que siempre cumplía con lo que se proponía.
Sin contradecir
la hipótesis de que todo suicidio es un misterio, valdría la pena plantear como
hipótesis que fue esa singular y siniestra relación entre padre e hijo la causa
-o el emergente- que más gravitó en el desenlace trágico. Polo Lugones fue su
único hijo. Había nacido en 1897 y desde muy joven tuvo inclinaciones sádicas.
Años más tarde, su hija, Piri Lugones, admitía que su padre de muchacho violaba
gallinas y al momento del coito las degollaba porque el estremecimiento de la
muerte le prolongaba el placer. ¡Curiosa confesión de una hija sobre su padre!
En 1930, Polo
era comisario y su aporte a la cultura nacional fue la incorporación de la
picana eléctrica a los interrogatorios políticos. Polo Lugones fue torturador y
algo más que torturador. Mientras tanto la relación con su padre fue cada vez
más agresiva. Según se cuenta, en una oportunidad el padre le dice al hijo:
“Haber escrito “Lunario sentimental’ y haberte engendrado a vos fueron los
errores más grandes de mi vida”. Lo que se dice un padre amoroso. La respuesta
del hijo es breve pero demoledora: “No te preocupes, padre, nadie te los
atribuye”. Demoledora y, a decir verdad, talentosa, perversamente talentosa.
Jamás en mi vida he leído una manera tan elegante y siniestra de acusar al
propio padre de plagiador y cornudo.
A la hora de
indagar sobre las causas tampoco puede descartarse lo que se llamaría una
inclinación genética. No es la que más me convence, pero tiene sus adherentes.
Leopoldo Lugones se suicidó en 1938. Su hijo Polo lo hizo en 1971. Polo tuvo
dos hijas, Piri y Babú. Piri participó del mundo intelectual de los sesenta.
Fue amiga de escritores y artistas. Su vida fue trágica, pero no le faltaba
sentido del humor. Por ejemplo, se presentaba diciendo: “Soy la hija del
torturador y la nieta del escritor”.
Piri ingresó a
Montoneros en la década del setenta y fue secuestrada y torturada hasta morir.
Haberse negado a ir al exilio fue de alguna manera un suicidio. La leyenda
cuenta que en la sala de torturas les decía a sus verdugos. “Ustedes al lado de
mi padre son unos aprendices”. No concluyeron allí la saga de suicidios. Piri
tuvo tres hijos. Uno de ellos, Alejandro, también se suicidó y lo hizo en el
Tigre, un homenaje, tal vez inconciente, a su bisabuelo.
Están luego
quienes postulan que en la segunda mitad de la década del treinta hubo una ola
de suicidios, de suicidios de intelectuales se entiende, que fue algo así como
una respuesta de las almas bellas a un mundo que marchaba hacia la catástrofe.
Pude ser, pero tampoco me convence. De todos modos, lo cierto es que en
aquellos años se suicidan en la Argentina Alfonsina Storni, Horacio Quiroga,
Lisandro de la Torre, Enrique Méndez Calzada, Florencio Parravicini, Víctor
Juan Guillot. Como había anticipado Enrique Santos Discépolo en su tango “Tres
esperanzas’: “Cacha el bufoso, vamos a dormir”. (fuente:www.ellitoral.com)
Queridos
colegas, les deseo un hermoso día de festejos, y que la pluma y la mano de cada uno de ustedes, siga
haciendo soñar, a muchos que los lean…
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