¡Oh! ¡Qué hermosa apariencia tiene la falsedad!”
Williiam Shakespeare
La hipocresía y el desmentido perverso
Según el Diccionario etimológico de Joan Corominas, la palabra Hipocresía proviene del griego tardío Hypokrisia, propiamente “acción de desempeñar un papel teatral y, también, deriva del latín “hypocrita” que significa actor teatral. En griego es una palabra compuesta por “hypo y crytes” que significa máscara y respuesta respectivamente.
En Grecia, los hipócritas eran actores teatrales que, por lo general al momento de comenzar su espectáculo, utilizaban una máscara para adentrarse más en el papel y transformarlo en un momento pleno de fantasías para entretener al público. Tiempo después, el término también fue empleado a las personas que vivían fingiendo ser otro, alguien con más poder.
La hipocresía es hoy en día utilizada como un calificativo despectivo hacia quien, se sabe, que no dice la verdad o que no está hablando con sinceridad.
En realidad, un hipócrita es el tipo de persona que no desea que sean conocidos sus verdaderos sentimientos o pensamientos y que siempre oculta sus verdaderas intenciones. Por eso, las personas hipócritas no sólo no son de confiar sino que jamás serían un modelo a seguir.
Es cierto que hay personas que actúan con hipocresía ya sea por miedo, dolor o vergüenza pero, también está el que para sobresalir o destacarse por sobre los demás, miente. También, hipócrita es el sujeto que movido por la envidia y sus ansias de poder, propicia el rumor, siempre cargado de mentiras y con la intención de aplastar al otro.
El término envidia procede del latín invidia, derivado de invidere, que significa "mirar con malos ojos, con envidia" y éste, de videre, “ver”. (Diccionario etimológico de Joan Corominas). Quien está invadido por este sentimiento, mira con “malos ojos” las cualidades, éxitos o posesiones de los demás, lo cual le lleva a acumular rencor, además de una profunda insatisfacción. Por otra parte, el afectado por la envidia, oculta sus emociones y finge no importarle nada de lo que sucede a su alrededor.
S Freud, en Psicología de las masas y análisis del Yo, dirige la mirada hacia la brutalidad y crueldad de la guerra y dice que “un puñado de ambiciosos y farsantes inmorales” (yo diría hipócritas), no habrían logrado desencadenar todo el mal que solo ellos podían hacer. Se refugian en que lo que hacen, argumentando que lo hacen por el bien del otro y no lo hubieran hecho sin los millones de seguidores que fueron sus cómplices. Incluso, atribuye estos horrores a la envidia originaria. “Ninguno debe querer destacarse, todos tienen que ser iguales y poseer lo mismo”. La mal llamada justicia social o el igualitarismo, apunta a que cada uno debe denegarse muchas cosas para que “también los otros deban renunciar a ellas o, lo que es lo mismo, no puedan exigirlas”.
Esta exigencia de igualdad es, por otra parte, la que propiciaron y propician los populismos. También los estados totalitarios declaman, para conquistar al pueblo, que ellos luchan por la igualdad, con la salvedad oculta de que no va a haber lugar para las diferencias intrínsecas a cada sujeto.
Por otra parte, no hay que obviar que la exigencia de igualdad de la masa sólo vale para los individuos que la forman, no para el conductor. Todos tienen que ser iguales entre sí, pero todos claman por un líder que sea diferente y que sepa mantenerlos unidos.
S. Freud en 1915, un año de haber comenzado la Primera Guerra Mundial, al escribir “Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte” dijo: “El sujeto forzado a reaccionar permanentemente en el sentido de preceptos que no son la manifestación de sus tendencias instintivas, vive, pensándolo desde la psicología, muy por encima de sus medios y puede ser calificado, objetivamente, de hipócrita, se dé o no clara cuenta de esta diferencia, y es innegable que nuestra civilización actual favorece con extraordinaria amplitud este género de hipocresía. Podemos arriesgar la afirmación de que se basa en ella y tendría que someterse a hondas transformaciones si los hombres resolvieran vivir con arreglo a la verdad psicológica”.
Hay, pues, muchos más hipócritas de la cultura que hombres verdaderamente civilizados, e incluso puede plantearse la cuestión de si una cierta medida de hipocresía cultural no ha de ser indispensable para la conservación de la cultura, puesto que la capacidad de cultura de los hombres del presente no bastaría quizá para llenar tal función.” Por otra parte, dijo también: “También nosotros (…) somos, como los hombres primordiales, una gavilla de asesinos”.
También, en 1915, Freud analizó las complejas relaciones que unen la guerra y la muerte y dijo que la guerra había destruido la ilusión de que las adquisiciones culturales iban a ser inmutables. Sin embargo, el hombre civilizado, siempre se comportó respecto a la muerte de la misma manera que el hombre primordial de Tótem y tabú. En 1932, en el mismo momento en que el nazismo se preparaba para arrasar con Europa, Einstein y Freud reflexionaron sobre los medios más idóneos para mantener a raya la guerra y que, para que el derecho se impusiera sobre la violencia, era importante favorecer el proceso cultural.
Ocultar lo que se piensa y decir otra cosa para quedar bien, suele llamarse hipocresía, un concepto que pone las cartas sobre la mesa. La hipocresía, al fundarse en la frase “ya lo sé, pero aún así, da cuenta de un pensamiento perverso.
Las máscaras de algunos los políticos.
La hipocresía es un mecanismo típico de los psicópatas tanto en la política como por fuera de la misma, que alimenta el engaño y la doble moral. La naturaleza humana es mezquina y lamentablemente muchas personas por miedo, celos o envidia, terminan siendo hipócritas por necesidad o por piedad. Es el arte de mentir hacia fuera y hacia adentro. Si, como dijimos, la palabra proviene del latín “hypocrisis” y del griego que significa “fingir”, la hipocresía consta de dos formas, la simulación y el disimulo. La simulación es mostrar lo que se desea aparentar, en cambio el disimulo oculta lo que no se quiere mostrar.
Lamentablemente, la hipocresía es considerada por algunas personas, como un mal necesario para la sociedad y tiene que ver con el inmenso grado de descomposición social en la misma sociedad que ha terminado considerando a la hipocresía como algo útil y necesario en pos de una convivencia mejor.
Vivimos en una sociedad individualista y consumista, que conduce al egoísmo, al egocentrismo, a preocuparse únicamente de la felicidad personal, y que carece de un sentido comunitario y solidario. El consumismo conduce a la tendencia de poseer y tener, es decir, cuanto más tiene el individuo, más necesita tener.
El hombre de hoy, al padecer de una inmensa pobreza espiritual, llena su vacío interior con cosas materiales y, para empezar a cambiar la sociedad habría que empezar por la familia como núcleo central de la sociedad, es decir educar y formar a los hijos con los valores morales, ya que ellos son el futuro de la humanidad.
Quiero concluir con este pensamiento de William Shakespeare:
“Porque no sirvo para adular, ni hablar con claridad, ni sonreír a la cara de la gente, halagar, engañar y hacer trampas, doblarme con reverencias a la francesa y simiesca cortesía, he de ser tenido como un enemigo rencoroso.”
Y con esta reflexión de Aldous Huxley
“Casi todos nosotros buscamos la paz y libertad; pero pocos de nosotros tenemos el entusiasmo para tener los pensamientos, sentimientos y acciones que llevan a la paz y felicidad”.
Susana Grimberg. Psicoanalista, escritora, ensayista y columnista.
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