viernes, 18 de diciembre de 2020

Escritora invitada: Susana Grimberg

 “Variaciones sobre el amor”.

“En el amor hay siempre algo de locura, pero también hay siempre en la locura algo de razón”. Friedrich Nietzsche


El amor en tiempos de aislamiento

Esta situación de encierro por temor al coronavirus que está haciendo estragos, me recordó al Decamerón, cuando en el año 1348, diez nobles florentinos, siete varones y tres mujeres, intentando salvarse de la peste negra, se escaparon de Florencia y se encerraron en una villa de las afueras de la bella ciudad. Una vez afuera se propusieron contarse cuentos eróticos. Ese es el tema de la novela escrita por Giovanni Bocaccio.

Italia fue uno de los países más afectados por la pandemia del coronavirus Covid-19 siendo el lugar para que se escriba el Decamerón del siglo XXI que revelaría el juego de siempre: la vida entre el amor y la muerte.

En un encuentro de escritores, se me acercó una persona para pedirme que escriba sobre las dificultades que plantea la convivencia y la dificultad para que “el otro lo entienda”, pese a que ambos se amen. Cuando llegué a mi casa pensé que no es sencillo con-vivir con otro, aunque se lo ame. Estilos distintos, tiempos distintos y, el errado deseo de que siendo dos, puedan convertirse en uno. En realidad, la incomunicación es inherente al orden de lo humano. ¿Por qué? Porque entre dos, sólo dos personas, hay un muro y ese muro es el lenguaje.

Como dije en otra oportunidad, la palabra es no-toda, quiero decir que ninguna palabra encierra una verdad. Menos un significado absoluto sino que el sentido surge al poner a cada palabra en relación con otra. Entonces, si el lenguaje arma el muro, la comunicación es difícil de lograr desde el momento en que cada palabra puede tener diversos sentidos y depende de la interpretación que cada uno haga de ella. La torre de Babel es una metáfora de la comunicación entre personas que hablan, se mal entienden y se desentienden en el mismo idioma.

Decir “aún, ahora” no es lo mismo que decir “a una hora”. Aún ahora es sinónimo de todavía mientras que “toda vía”, remite a cualquier camino o vía para andar. Frases y oraciones pueden ser parecidas, pero también pueden estar sujetas a una diferente interpretación.
Si digo me quiero ir, no es lo mismo que decir quiero irme. ¿Por qué? Porque la diferencia está en el lugar en que pongo el me: en la primera frase, el énfasis está puesto en “me quiero” ir y, en la segunda, en quiero “irme”. Hay una canción que dice “Volverte a ver” lo correcto sería decir “volver a verte”.

En este punto, voy a tomar la reflexión de uno de los protagonistas de “Sobre héroes y tumbas”, la para mí, fue la más importante e influyente novela de Ernesto Sábato:

“Creo que la verdad está bien en las matemáticas, en la química, en la filosofía. No en la vida. En la vida es más importante la ilusión, la imaginación, el deseo, la esperanza. Además, ¿sabemos acaso lo que es la verdad? Si yo digo que aquel trozo de ventana es azul, digo una verdad. Pero es una verdad parcial, y por lo tanto una especie de mentira. Porque el trozo de ventana no está solo, está en una casa, en una ciudad, en un paisaje. Está rodeado del gris de ese muro de cemento, del azul claro del cielo, de aquellas nubes alargadas, de infinitas cosas más. Y si no digo todo absolutamente todo, estoy mintiendo. Pero decir todo es imposible, aun en este caso de la ventana, de un simple trozo de la realidad física. La realidad es infinita y además infinitamente matizada, y si me olvido de un solo matiz, ya estoy mintiendo”.

Compartir vs competir

Estaba conversando, con una querida amiga, la escritora Liliana Díaz Mindurry, sobre el amor en los tiempos del consumo, de la rapidez, de la superficialidad en las relaciones amorosas, cuando tropezamos con la cuestión de lo alejadas que están las parejas de un compromiso afectivo real. Hablamos, también, de las parejas que se disuelven al poco tiempo de convivencia por sentir que la “costumbre”, obstaculizaba el enamoramiento, la pasión, el deseo. Sin embargo, George Bataille, escribió: “El hábito tiene el poder de profundizar lo que la impaciencia no reconoce”.

En otro orden de cosas, nos llamaba la atención la dificultad de los miembros de cada pareja para compartir, inmersos en el afán de competir que se observa en las relaciones humanas en general.
Es importante saber cuánto influye el ideal del amor que, cada uno de los miembros de la pareja, tiene desde antes de que se conocieran. También, el ideal de pareja de los padres y abuelos. Cuando pueden compartir y, ser escuchados, en estas historias, hay más posibilidades de que la pareja pueda sobrevivir, porque el amor es una historia cuyos autores no son escritores como Flaubert y su “Madame Bovary”, Dumas y “La dama de las camelias” o Marguerite Duras y su libro “Hiroshima mon amour” o El arrebato de Lole B Stein. sino nosotros mismos.
En este punto, vuelvo a recordarles la frase de Julia Kristeva: “el lenguaje amoroso es un vuelo de metáforas; es literatura”.

Amar la libertad

Hace unos años, leí una nota sobre el último libro de Ian Mc Ewan, La ley del menor. El autor de la nota nos cuenta la historia de Fiona Maye, magistrada del Tribunal Superior de Justicia, mujer sensata, brillante, que ve sacudida su vida por dos cosas fundamentales: una crisis matrimonial y un caso sobre el que tiene que fallar.

Por un lado Jack, su marido, le dice que quiere vivir una historia de amor, una pasión, y que ni siquiera quiere separarse, solo vivirla, como una de las últimas historias que le quedan, la última oportunidad para la pasión después del agotamiento de un matrimonio donde la normalidad es el propio fracaso. Por otra parte, está Adam Henry, un chico con leucemia que está a punto de cumplir los dieciocho años y que se niega a recibir una transfusión por ser Testigo de Jehová, y que morirá si no la recibe. La Jueza Fiona Maye tendrá que fallar por lo que se acerca al hospital para conocer a Adam y saber si Adam sabe o no lo que le pasaría. Y su vida cambiará, también, no sólo por no aceptar la propuesta de su marido, sino por darle vida y pasión a una pareja cuya vida se había tornado gris.

La psicoanalista francesa Elizabeth Roudinesco, destaca que después de décadas de cuestionamientos, la familia, vuelve a ser aquel lugar en el que todos quieren ser incluidos.
En mi nota sobre “Familias ensambladas” sostuve que el matrimonio por amor es un logro de la libertad. En “El malestar en la cultura”, Sigmund Freud señaló que el ser humano “toma el amor como punto central y espera la máxima satisfacción del amar y ser amado”. El amor sexual era considerado entonces el método por excelencia para conseguir la felicidad. Y esta idea hoy sigue manteniendo su vigencia.

“Seamos agradecidos de nuestros padres, porque si ellos no se hubieran tentado, nosotros no estaríamos aquí” (Talmud).

Para el judaísmo, la pareja y, su consecuencia, la familia, son el núcleo básico para garantizar la identidad de un sujeto y para transmitir sus valores. Pero hay otra cuestión propia del pensamiento judío y es, también, la de darle lugar a la posibilidad de que el amor se termine y, por eso el divorcio.
El amor, la seducción, el deseo de salir al encuentro del otro aún cuando todo parece haber sido perdido, es decir, a los encuentros y desencuentros propios de la vida de una pareja, también hace referencia el Talmud.

En mi opinión, es indispensable respetar y rescatar las singularidades, porque, en el panorama actual de las parejas, independientemente de la edad (hay jóvenes viejos y viejos jóvenes), se observa una cierta tendencia al aburrimiento fácil, los vínculos se agotan rápidamente y las personas muestran una gran intolerancia a las diferencias. Por otra parte, por el alargamiento de las expectativas de vida, existe un miedo a pensarse con otro/a para siempre, sin otras opciones u alternativas.

En mi opinión, pocos pueden anticipar qué puede depararles el futuro. Si la pareja nunca está tranquila como para disipar nubes y apaciguar angustias, menos lo estará si sus miembros compiten entre sí nada más que para salir triunfante de una discusión en vez de compartir palabras, caricias, pensamientos.

Cuando Zigmund Bauman insiste en que en la “sociedad líquida” el viento se lleva las palabras, yo considero que “palabra y piedra lanzadas no retroceden”. El descuido por el otro al proferirlas, puede dañar profundamente a los miembros de la pareja. A mí parecer, es muy importante que, en la pareja, se propicie el diálogo, que se de lugar a la palabra de un modo tal que sea posible confiar uno en el otro, además de compartir los sabores y sin sabores de la vida en común, ahuyentar temores y, recrear en cada instante, un campo amoroso que posibilite proyectarse en el futuro.
Quiero retomar, para concluir, el pensamiento del narrador de “Sobre héroes y tumbas”:
“Ahora imagínese lo que es la realidad de los seres humano con sus complicaciones y recovecos, contradicciones y además cambiantes. Porque cambia a cada instante que pasa, y lo que éramos hace un momento no lo somos más. ¿Somos, acaso, siempre la misma persona? ¿Tenemos acaso siempre los mismos sentimientos? Se puede querer a alguien y de pronto desestimarlo y hasta detestarlo. Y si cuando lo desestimamos cometemos el error de decírselo, eso es una verdad, pero una verdad momentánea, que no será más verdad dentro de una hora o al otro día, o en otras circunstancias. Y en cambio el ser a quien se la decimos creerá que ésa es la verdad, la verdad para siempre y desde siempre. Y se hundirá en la desesperación.”


Quiero concluir con este pensamiento de Leonard Cohen, que ya he mencionado en otras oportunidades:

“El amor no tiene cura, pero es la única cura para todos los males”
También con esta frase de Fernando Pessoa:

“Amo como ama el amor. No conozco otra razón para amar que amarte. ¿Qué quieres que te diga además de que te amo, si lo que quiero decirte es que te amo?”

Susana Grimberg. Psicoanalista, escritora, ensayista y columnista.
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