La villa
Cuando estaba por llover y escuchaba el ruido del tren desde
casa él me decía “si, si viene el viento de ese lado, se escucha el tren”. La estación
estaba un poco más baja que la calle de casa y a veces desde la terraza veía la
punta de los árboles que estaban detrás.
“Cuando vinimos a vivir acá, esos árboles eran chiquitos,
así” y medía desde el piso como un metro hacia arriba. Ahora apenas se ve
la punta si miramos hacia arriba.
Cuando deja de llover, se huele a eucaliptus. Recuerdos de
infancia, de jugar a las escondidas y aparecer detrás de uno de los troncos, o
ir hasta lo de la tía María para avisarle que alguien la había llamado por
teléfono (no todos lo tenían).
“Menos mal que los árboles no los sacaron, para hacer
edificios o un barrio privado. Y eso pasó gracias a las marchas que han hecho los vecinos”, recordó
papá, orgulloso.
La villa se convirtió en una ciudad ya, las casitas de
techos de tejas, desaparecieron y dieron lugar a enormes edificios que ayudan a
poblar aún más la antes tranquila estación de trenes.
Esta tarde lloviznó, despacio. El sonido del tren me hizo
recordar muchas cosas. Tantas que mis ojos se llenaron de lágrimas. Estaba
sentada en casa, tomando mi café y esperando que los eucaliptus se llenen de
rocío para salir a disfrutar de su aroma.
©Silvia Vázquez
....................
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario