viernes, 21 de octubre de 2022

Cuento

 

La villa

 

Cuando estaba por llover y escuchaba el ruido del tren desde casa él me decía “si, si viene el viento de ese lado, se escucha el tren”. La estación estaba un poco más baja que la calle de casa y a veces desde la terraza veía la punta de los árboles que estaban detrás.




“Cuando vinimos a vivir acá, esos árboles eran chiquitos, así” y medía desde el piso como un metro hacia arriba. Ahora apenas se ve la punta si miramos hacia arriba.

Cuando deja de llover, se huele a eucaliptus. Recuerdos de infancia, de jugar a las escondidas y aparecer detrás de uno de los troncos, o ir hasta lo de la tía María para avisarle que alguien la había llamado por teléfono (no todos lo tenían).

“Menos mal que los árboles no los sacaron, para hacer edificios o un barrio privado. Y eso pasó gracias a  las marchas que han hecho los vecinos”, recordó papá, orgulloso.

La villa se convirtió en una ciudad ya, las casitas de techos de tejas, desaparecieron y dieron lugar a enormes edificios que ayudan a poblar aún más la antes tranquila estación de trenes.

Esta tarde lloviznó, despacio. El sonido del tren me hizo recordar muchas cosas. Tantas que mis ojos se llenaron de lágrimas. Estaba sentada en casa, tomando mi café y esperando que los eucaliptus se llenen de rocío para salir a disfrutar de su aroma.

©Silvia Vázquez

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