jueves, 20 de octubre de 2022

Escritora invitada: Susana Grimberg

 Aventurarse por los caminos del amor.

“Porque sin buscarte, te ando encontrando por todas partes, principalmente cuando cierro los ojos.” Julio Cortázar



 

El lenguaje del cine

Hoy, vamos a seguir andando por los caminos del amor porque aún en nuestros días, el amor sigue siendo un tema para conversar, “versar” con otro u otros, sobre la maravilla de amar. Lo vemos, lo sabemos a través de la literatura y del cine. Y, justamente respecto del cine, voy a volver a mencionar “Cinema Paradiso”, película italiana, de 1988, dirigida por Giuseppe Tornatore con la inolvidable música compuesta por: Ennio Morricone.

La película relata el amor en todas sus manifestaciones: el amor de los padres, el amor fraternal, el amor entre el hombre y la mujer, el amor a Dios. Y narra la historia de un cineasta italiano que, desde muy chico, había descubierto su amor por el cine, justamente mientras ayudaba a proyectar películas en la sala Cinema Paradiso.

La mayor parte de la película transcurre poco después de la Segunda Guerra Mundial, a fines de la 1940.

En esos aciagos momentos, Salvatore, que en ese entonces tenía seis años de edad, hijo travieso y por demás inteligente, de una viuda de guerra, se deja llevar por el amor por el cine que transmite Alfredo y pasa cada momento libre en el cine donde desarrolla una profunda amistad con él. Por otra parte, Alfredo, compadecido por el pequeño, le permite ver películas en la cabina de proyección.

En varias escenas de la película, se escuchan los abucheos de la audiencia, provocados por las escenas censuradas: las películas de repente se saltaban eludiendo las escenas de besos o abrazos, tan sólo porque el sacerdote local había ordenado que estas secciones fueran recortadas. Seguramente, los que las vieron, también las guardan, no como Alfredo, que no sólo las escondió en su cabina sino en la memoria. La mayoría de las escenas censuradas eran sobre los besos, apasionados unos, muy tímidos otros, pero todos rebalsados de amor.

El enamoramiento

Lo mencionado nos lleva a hablar del enamoramiento, un estado que “recuerda más a los fenómenos anímicos anormales que a los normales”, escribió Freud, en 1912. Es posible hablar desde el amor a sí mismo hasta la elección de un objeto de amor, al que los enamorados se refieren a través de canciones, poemas, cuentos y novelas, en las que se intenta describir los sentimientos ante su presencia y, por qué no, la ausencia de amor.
Como a Freud le atraían los mitos griegos, llamó “narcisismo” a un conjunto de características psicológicas sobre la base del mito griego de Narciso, que despreció a la ninfa Eco y al verse un día reflejado en el agua e intentar apoderarse de esa imagen, sin saber que era la suya propia pero que para él era un ideal, murió ahogado. Al rechazar el amor por un otro distinto, y entronizar su yo como el objeto único de amor, Narciso muere.

El tema, ligado al amor a sí mismo, da cuenta también de que el reconocimiento especular se vincula al desarrollo del yo. El psicoanalista francés J. Lacan teorizará la fase del espejo como momento constituyente en el proceso del desarrollo del yo, que tiene que ver con la captación amorosa de sí. Lacan dirá que la imagen de sí, se construye en relación a otro y la fase del espejo señalaría la constitución del primer esbozo del yo.

El mito nos habla de un reflejo, de un querer verse a sí mismo en el otro, que en este caso es la pareja, sin poder verlo como un otro diferente con el que podría crear un lazo de amor, sostenido en las diferencias y no sólo en las coincidencias.
Lo que muchas veces ocurre es que suele aparecer un sentimiento de omnipotencia que apunta a negar la dependencia frente al otro, situación que genera que el sujeto se convierta a sí mismo en un único y grandioso objeto de amor.

El narcisismo, normal en un estadio dentro de desarrollo psicosexual, puede cobrar dimensiones psicopatológicas. Lo cierto es que del amor a sí mismo, el sujeto pasará al amor por un otro separado, distinto de él.

El psicoanalista francés J. Laplanche nos dice que encontrar el objeto sexual es siempre reencontrarlo y, el objeto a reencontrar es un sustituto del objeto perdido.
Lacan, al referirse al amor, dijo que “El amor es dar lo que no se tiene”, pero también que el amor da cuenta del deseo de que dos sean Uno. Las ideas de oposición y la de coincidencia responden, pese a su contradicción, a una trama de hechos reales en los que la pareja humana funda su vínculo.

El hecho de que cada sexo parece buscar en el otro una parte de sí mismo perdida, se relaciona, también, con este pensamiento del Talmud: “Es natural que sea el hombre el que corteja a la mujer y no la mujer al hombre. Porque la mujer fue una parte del hombre y aquel que perdió, busca reponer su pérdida“.

La ilusión de unidad

El amor tiende así a la ilusión de la unidad. Si no es más que el deseo de ser Uno, ¿cómo es posible amar al otro, si a través del amor al otro pretendemos ser uno con el otro? ¿No será que cada uno se ama en el otro y a través del otro?

En mi novela “El espejo de las palabras”, dice la protagonista que uno se ve en las palabras del otro, a lo que le agrego que esto es así porque el mismo lenguaje es un espejo. Por eso la importancia de saber elegir las palabras destinadas al otro, es pos de un mejor estar.
En realidad, pese a que los vínculos amorosos han mejorado la manera de entenderse, que el divorcio facilita terminar con vínculos enfermos, que el lugar de la mujer es de mayor reconocimiento y libertad, la pareja sigue siendo una fuente importante de sufrimiento en la existencia humana.

El sociólogo Zygmunt Bauman, en su libro Amor líquido, nos habla de la fragilidad de los vínculos humanos, a causa de que el consumo sin freno y sin límites éticos, ha marcado el modo de amar de los seres humanos, de modo tal que los miembros de la pareja pueden ser considerados, por ambos, casi al unísono, como descartables. Es que los vínculos duraderos despiertan el temor de una dependencia paralizante, al tiempo que, según Bauman, tampoco parecen rentables desde la lógica comercial.

En este contexto, al independizarse la sexualidad cada vez más del amor, adquiere las formas de una transacción circunstancial y los vínculos amorosos pueden disolverse con gran facilidad.

Los seres humanos no han renunciado a convivir y reproducirse y, los que resuelven no casarse, no por eso renuncian a la vida en pareja ni a compartir un hogar. Coincido con Santiago Kovadloff, con que no se aspira al aislamiento sino a la convivencia, sea ésta la que fuere y con quien fuere.

El curso de la vida amorosa del individuo depende en gran medida de cómo se logra el desplazamiento del impulso amoroso desde personas de la familia primaria a aquellos que forman un círculo más amplio.

Freud destaca una corriente de amor sensual y una corriente de ternura en los vínculos amorosos, que en un primer tiempo en la evolución del sujeto actúan de modo independiente sin confluir en una unidad. Recién en la maduración y la evolución afectiva del sujeto, la corriente de ternura y la de sensualidad se depositan en la relación amorosa, además, no se puede amar a alguien sin a la vez desearlo.
El enamoramiento implica el vínculo sexual. La pareja puede ser tal, cuando ambos encuentran el lenguaje común para el deseo y la ternura.

“Eres mi vida / ¿Cómo iba yo a imaginarme que esta ciudad estaba hecha a la medida del amor? / ¿Cómo iba a imaginarme que estuvieras hecho a la medida de mi cuerpo mismo? / Me gustas. / Eres mi vida.
Fragmento del guión de Hiroshima mon amour escrito por Marguerite Durás.

Vivir es convivir y para poder convivir hay que reconocer que no estamos solos, que está el otro y que con él tenemos que ver el modo de poder convivir aunque el otro no se nos parezca en nada. Es otro, ni mejor, ni peor. Es sencillamente otro y, como dijo Charles Chaplin, "El tiempo es el mejor autor: siempre encuentra un final perfecto."
Según el diccionario etimológico de Joan Corominas, existir, del latín exsistere, salir, nacer, aparecer, deriv. de sistere que es colocar. Entonces, no basta con estar para existir, sino que esto siempre requiere un movimiento hacia los otros seres, incluso hacia las cosas.
Quiero concluir con esta frase del poeta chileno Pablo Neruda (1904-1973).

“Conocer el amor de los que amamos es el fuego que alimenta la vida.”
Con este pensamiento del escritor francés Stendhal (1783-1842);

“El amor es una bellísima flor, pero hay que tener el coraje de ir a recogerla al borde de un precipicio”.

Y con esta reflexión del dramaturgo estadounidense, Althur Miller (1915-2005):

¿Puede uno recordar el amor? Es como tratar de evocar el aroma de las rosas en un sótano. Puedes ver la rosa, pero nunca el perfume.

Susana Grimberg. Psicoanalista, escritora, ensayista y columnista.

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