Yo escribo sobre mis rodillas, en una tablita con que viajo siempre, y la mesa escritorio nunca me sirvió para nada ni en Chile ni en París ni en Lisboa.
Escribo de mañana o de noche y la tarde no me ha dado nunca inspiración, sin que yo entienda la causa de su esterilidad o de su mala gana respecto de mí.
Mejor se ponen mis humores si yo afirmo mis ojos viejos en una masa de árboles tiernos.
Mientras yo fui criatura estable en mi raza y mi país, escribí lo que veía o tenía muy inmediato. Escribí, como quien dice, sobre la carne caliente del tema.
Desde que soy criatura vagabunda, desterrada voluntaria, parece que no escriba sino en el medio de un vaho de fantasmas. Todo el mundo, el aire, el cielo y la tierra se me han vuelto pura saudade. La tierra de América y la gente mía, viva o muerta, se me han vuelto un cortejo melancólico pero muy fiel, que más que envolverme me forra y me oprime, y rara vez me deja ver realmente el paisaje y la gente extranjera.
Escribo sin prisa generalmente, y otras veces con una rapidez vertical, de rodado de piedras en la cordillera.
Me irrita en todo caso detenerme y tengo siempre al lado cuatro o seis lápices con punta, porque soy bastante perezosa, y tengo el hábito regalón de que me den todo hecho excepto los versos.
Cómo hago mis versos
Fragmento Conferencia
Montevideo, enero de 1938
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