viernes, 20 de enero de 2023

Escritora invitada: Susana Grimberg

 Palabras a medio decir.


Cómo explicarle que las piernas no la sostenían, que vivía en un estado permanente de terror (recordó el adónde vas, que la encerraba en sí misma), porque, aunque le dijera a las piernas que se movieran (¿adónde vas?) las piernas eran sordas. Justo a ella que había sido bailarina y que, por eso, tenía un oído absoluto, como lo llaman, pero que las piernas no podían escuchar.

¿Entrampada en lo inexplicable?

Nunca le gustó la palabra trampa. Demasiadas letras enrevesadas se cruzaban.
La infancia no termina nunca. Está ahí, al acecho. En cada palabra (soy una puta, por eso me pasa esto), en cada mirada (lo gélido paraliza), en cada gesto.

El resto de su vida transcurría con éxito, mientras el miedo se le pegaba al cuerpo.
Nunca entendió el por qué de las palabras que decía su madre. Pese a no entender, pensaba que alguna verdad había en ellas. Una verdad que podía escaparse sin que ninguna trampa lograra atraparla.

Trampa, presión, prisión.

Atrapada entre palabras desdibujadas (que sólo una artista, podía dibujar), desesperaba por desatarse mientras las miradas, reían.

Nadie iba a amarla porque entre tantas sogas, pocos podrían verla.
¿Después?
Un disfraz. Cualquier disfraz.

II
Los pensamientos la condujeron al bar de la esquina. Necesitaba una pausa. Eligió una mesa al lado de la ventana, se sentó y ordenó las hojas en las que había estado escribiendo lo que iba a hablar, el día siguiente, en la radio.

Relajada, le echó un vistazo a la carta del bar. En ese momento, la pregunta del mozo la sobresaltó.

_ Disculpe - se justificó el mozo. No fue mi intención asustarla.
_ No se preocupe. Es mi modo de ser.
_ ¿Y eligió lo que se va a servir?
_ Sí. Un cortado mitad leche y mitad café y una porción de la cheese cake con frutillas que veo, desde acá, en la heladera.
_ ¡Qué buena vista! - la sorprendió, Diego -. A la cheese cake, desde mi mesa, no hubiera podido verla.
_ Pero sí comerla – contesto Angie, feliz de verlo.
_ Se te ve muy bien.
_ No me creas. Soy buena actriz.
_ Ya lo sabía, pero hoy estás especial.
_ ¿Como un pebete de jamón y queso, con tomate y lechuga?
_ ¡Sí! Para comerte mejor
_ Así que ahora sos el lobo feroz.
_ Me lo diste servido, linda.
Cuando el mozo trajo el pedido, él se pidió un cortado.
_ ¿Algo más?
_ La tengo a ella.

Calor.

¿Cómo comer, si él ya le había dado el alimento que necesitaba?
Compartiendo, repartiendo, partiendo con la mirada para disimular.
Cada trozo, retazo, rincón, escondite de la tarta impasiblemente blanca, adornada por frutillas a modo de sombrero, pedía ser parte del juego.
Las horas pasaron rápidas hasta después.

III

No sabía qué le gustaba de ella. Algo en ella, adentro de ella. No las piernas que, aunque estaban buenas, él miraba, siempre, las de cualquier mujer, distracción que lo llevó a romperse la nariz contra un poste de luz o la frente, contra el vidrio de la puerta de entrada del edificio donde trabajaba.
Era algo de ella, el perfume que anunciaba su llegada, la piel, que pedía ser acariciada, la mirada, los labios entreabiertos rogando ser besados. Pese a que ella tenía gestos que lo disgustaban, ella le gustaba mucho igual. Le atraía la distancia que interponía entre ella y él y cualquier otro. No otro cualquiera, porque sabía que un otro cualquiera, jamás se le acercaría.
Ella era la invitación a la película a la cual nunca había sido invitado. Ella era una película en sí misma: extraña, extranjera, enigmática como recién salida de Hollywood (A sus oídos llegaron los acordes perdidos de Elvis Presley cantando “You were always on my mind” o Cannes y Brigitte Bardot con su inolvidable Je t'aime moi non plus, o Venecia, la de Venecia sin tí, de Charles Aznavour.
No sabía cómo, pero iba a acercarse a ella.

IV

Ella, Angie, (lejos de ser un ángel, era apenas un hada como Campanilla, medio diabólica, medio buena, siempre medio), no entendía por qué él, (poeta en decadencia como decía la compañera de al lado), por qué él, le guiñaba el ojo. Era gracioso, pero no tenía nada que ver con la situación. ¿Recién se conocían y ya le guiñaba un ojo? Simpático pero extraño. ¿Qué quería él de ella? Imposible saberlo.
Saberlo, saborearlo, gustarlo, apretarlo. Eso quería ella de él.
Él. Diego, poeta en decadencia, se preguntaba qué quería ella de él. Y se respondía, nada, nada de nada. Mientras él fantaseaba llegar a ese justo medio entre las piernas de ella. No de otra mujer. Nunca de otra mujer. Sólo de ella. Imposible saber si ella aceptaría rozarlo cuando él sólo quería abrazarla y algo más.

Abrazarla, saborearla, gustarla, apretarla, acariciarla, entrar en ella. Eso quería con ella.
El momento llegó casi sin hablarse: cuando estaban en el cine y él le dijo, como al pasar, que la quería o como cuando ella le dijo, como al pasar, que ella quería ser, como Valery Kaprisky, cuando Richard Gere, en Sin aliento, entraba en ella.

Después, a medio decir, medio torpes, medio inquietos, medio incrédulos, se encontraron, en la desnudez de los sueños.
Mención Especial. Concurso Nacional e Internacional "Abrazando Palabras". (2016) Instituto Cultural Latinoamericano.

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