UN AMOR EN LOS 50'
Segunda Parte
Ya pronto Umberto terminaría con el Servicio Militar, pero para sorpresa de todos, menos para Isabel, él resolvió “engancharse” como suboficial en el ejército aconsejado por su protector, eso le garantizaba tener un sueldo que les permitiría contraer matrimonio en un corto plazo, que era lo que ambicionaban y decididos a ignorar la inexorable opinión de la señora Ramallo.
Una tarde de domingo que Isabel lo esperaba en la plaza como siempre, en su lugar apareció el hermano menor, para avisarle que Umberto había contraído una enfermedad pulmonar y que estaba muy grave. Acompañada por Norma fueron tres domingos seguidos a verlo al Hospital, donde se encontraban también con la madre y los hermanos de él, un médico que estaba asistiéndolo les informó que no había esperanzas para el muchacho. Si esto fue una conmoción para Isabel, peor fue detectar que estaba embarazada.
En esa época en que la pacatería y las apariencias pesaban mucho, pensando en los prejuicios, sobre todo los de su madre, tenía que poner solución inmediata a la situación. Le contó a su amiga lo que estaba tramando y ella compartió la idea, sin dejar de impresionarse por la frialdad de Isabel a la hora de salvar su reputación.
Ella volvió una vez más al hospital con la ilusión de que el diagnóstico fuera equivocado, pero él seguía tan grave que no la reconoció, regresó decidida a aponer en marcha su nefasto plan.
Fue a ver a Raúl y le contó la verdad de los hechos, adelantándose a su pedido él le ofreció la solución: “Casémonos”- le dijo - y ella aceptó sin turbarse. La boda se concretó un mes después con el asombro de todos los conocidos., que si bien sabían que Raúl estaba loco por ella, no dejaron de sorprenderse. La señora Ramallo estaba encantada, se hacía realidad el sueño de que su hija se casara con un profesional. Raúl pensó que el nuevo barrio era el lugar ideal para instalar su consultorio y sin dar explicaciones a nadie se realizó el matrimonio.
Dos meses antes del nacimiento de su hijo, el hermano menor de Umberto fue a buscar a Isabel a la salida de misa para decirle que él se estaba recuperando y que podía volver a visitarlo, se turbó al verla embarazada, pero ella antes de saber lo que el muchachito le iba a decir, con el nerviosismo que la dominaba, apresuradamente le informó: - Me casé -, y no le preguntó por Umberto, ella lo había dado por muerto y a esa altura de las circunstancias deseaba que así fuera. El muchachito se retiró sin pronunciar palabra, compungido, sorprendido, angustiado, sin saber cómo le iba a dar la noticia su hermano.
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Isabel tuvo al hijo de Umberto y dos niñas con Raúl, él seguía perdidamente enamorado a pesar de la indiferencia de ella. Él le permitió ponerle de nombre de su padre al niño, a quien quería mucho, era un chico excepcional, y lo trataba como a su verdadero hijo.
El progreso trajo consigo la ampliación de la ruta Panamericana, el asfalto ya se encontraba a la altura de la calle Paraná, los días domingo el obrador entraba en receso y el lugar se convertía en encuentro de chicos y grandes de los alrededores que iban a disfrutar del aire y del sol. Los niños jugaban en los cúmulos de arena y de canto-rodado que allí se encontraban, y otros disfrutaban de algún improvisado partidito de futbol.
Corría el año 1962. El domingo otoñal era particularmente soleado, e invitaba a disfrutar del aire libre, Raúl tenía guardia en el Hospital y ella les propuso a sus hijos ir a jugar a la “Panamericana”, aceptaron rápidamente. Isabel tomó un libro y se dirigieron al lugar que estaba a muy pocas cuadras de su casa.
Gruesas rodajas de troncos de los grandes eucaliptos y otros hermosos árboles que habían embellecido “La quinta de Güemes” y otras aledañas, estaban dispersos a los lados de la inminente ruta. Ella buscó uno adecuado para sentarse, igual que otras personas que hacían uso de ellos. Su hijo pronto se unió a un grupito de chicos de su edad para integrar el improvisado “equipo” de fútbol, y las niñas estaban eligiendo piedritas en el montículo de canto rodado junto a otras que hacían lo mismo y además se deslizaban por ellas, lo que las divertía muchísimo.
Umberto tenía capacidad para el estudio pero no era suficiente hábil para desempeñarse con una pelota, el cansancio sumado a su inexperiencia hizo que trastabillara varias veces y en una oportunidad rodó sobre el terreno y fue a tropezar con los pies de un hombre que estaba caminando de un lado para otro hacía largo rato, a su madre no se le había escapado la actitud de esa persona y a cada momento suspendía la lectura para controlar que todo estuviera en orden. El hombre que estaba de espaldas a ella a unos cuarenta metros de distancia, con un gesto suave y amable lo ayudó a levantarse del suelo, le sacudió la arena y la tierra, miró si sus rodillas y sus piernas estaban bien y lo abrazó tímidamente, luego le dio un golpecito en la espalda y lo impulsó a seguir jugando. Isabel observaba la escena y cuando todo volvió a la normalidad se enfrascó otra vez en la lectura.
El sol parecía derramar una tira de oro sobre la copa de los árboles y la tarde comenzaba a entibiarse, llamó a las niñas, pero ellas pidieron quedarse diez minutos más y la madre consintió. De repente una voz que la estremeció llamó: - ¡Isabel! ¡Vamos ya es tarde!... - Una niña que jugaba con las suyas se despidió de ellas con un beso y salió corriendo hacia donde estaba el mismo hombre que había socorrido a su hijo, mientras les decía a sus eventuales compañeras:
¡Vengan el domingo próximo que yo también vendré y las voy a esperar!
A pesar de los doce años transcurridos Umberto seguía tan guapo como entonces, ahora estaba cerca de ella, sacudiendo amorosamente la arena que la niña llevaba en sus ropas, permaneció sentada un rato más, sus piernas no la podían sostener, nunca había preguntado si él estaba vivo o muerto, prefirió ignorarlo.
Él no la reconoció, Isabel usaba lentes, sus cabellos ahora eran castaños y su figura había perdido su esplendor, posiblemente debido a la maternidad que no la había beneficiado.
Cuando su hijo llegó a donde ella lo esperaba le preguntó quién era el señor que lo ayudó a levantarse, él le respondió con inocencia: - Se llama como yo y es muy bueno, él me preguntó mi nombre y me dio un beso.
Umberto había estado abrazando a su hijo, sin saberlo, y a su hijita le había puesto el nombre de la primera mujer que amó en su vida. Obviamente no la había olvidado. Acarició a su hijo tratando de sentir algo del calor que pudiera haberle dejado su padre, pero sólo sintió que se helaba su corazón y sintió un agudo dolor en el pecho, pasaron rápidamente por su mente recuerdos que ella había querido borrar, nunca quiso saber que había pasado con él, ahora tomaba conciencia de lo mucho que Umberto habría sufrido. Y ella, a pesar del maravilloso marido que tenía, el recuerdo y el remordimiento no le había permitido tener un matrimonio feliz.
Fue una mala jugada de la vida, de los prejuicios y de su arrogancia que fue más grande que su amor.
Leonor Pires
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Excelente narración delicada y emotiva. Gracias Leonor!!!
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