Ella tiene las manos ásperas, pero no el corazón. Es
tan suave como una seda, y a pesar de los años, el brillo de sus ojos se asoma
entre las pestañas largas y oscuras.
Nació en el campo, vivió en el campo y amó y sufrió
allí.
Un día de improviso, se vio rodeada de baúles,
envoltorios y papeles, y asomada a la baranda de un barco, divisó por última
vez su tierra natal.
Formó aquí una gran familia, construyó su casa y
siguió trabajando con sus manos ásperas. Recién sus hijos las conocieron suaves,
cuando sus caritas eran acariciadas por su amor.
Su memoria, sigue tan viva como antes de partir, pero
ahora pertenece aquí, a otros rostros, a otros cielos. Porque aunque el cuerpo
le pertenece a otras tierras y en ese rincón siga viva esa “morriña” tan
particular de todos quienes alguna vez partieron, ella sabe que aquí es donde
la aman, ella revive con los relatos de su infancia.
Ella revive cuando cuatro enormes ojos la miran y le
dicen “abuela”.
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Me gustaron la historia de los gatos y Manos ásperas.
ResponderEliminarAtentamente,
María Lourdes Giovannetti | mariquitagiovannetti@hotmail.com