No olvidaré jamás aquella mañana del seis de enero. Hacía pocos días había cumplido mis primeros sesenta y un años.
Durante la noche anterior un sueño extraño llenó mi corazón de dudas, por eso me levanté muy temprano, no podía seguir durmiendo, algunas lágrimas mostraban mi tristeza.
Me senté en el borde de la cama y seguí llorando, mientras recordaba al Duende que en mis sueños me había dicho algo que yo no podía creer... por eso mi llanto y mi tristeza esa mañana del 6 de enero.
Con voz de Duende había dicho: “Me extraña que a tu edad no lo sepas, los Reyes Magos no existen, son los adultos, generalmente los padres, los que compran los regalos”.
Siguió hablando, sin importarle mi dolor y aunque yo no quería escucharlo y hacía lo posible para alejarme de él, su voz aguda y su risita chillona resonaban en mis oídos, hasta que al fin pude despertar.
Inicié las tareas del día sintiéndome muy mal, sin deseos de hacer nada.
Para distraerme un poco y aliviar mi pena salí a caminar y me encontré con muchos chicos jugando en las calles y comentando entre ellos los regalos recibidos, que por cierto eran muy hermosos. ¡Claro!, pensé, los padres de estos niños tienen el dinero suficiente para comprárselos.
Seguí andando, sin rumbo fijo, y así pasé por un barrio más pobre, por el hospital, por la iglesia y por último llegué a un barrio de emergencia y vi que todos los niños tenían algún juguete entre sus manos.
Los sentimientos eran similares en todas partes. Padres e hijos del barrio rico, la iglesia, el hospital o la villa llevaban en sus rostros la misma expresión de felicidad, sin relación con el valor material de los regalos, se reflejaban en sus miradas la emoción, la alegría, la sorpresa, el amor, todo el amor.
Fue entonces que mis labios volvieron a sonreír.
Esperé la noche para hablar con el Duende de mis sueños y cuando el llegó le conté lo que había visto.
Me escuchó con mucha atención y sonriente e inquieto como siempre, me dijo:
“Mientras haya gente buena, corazones abiertos, personas que amen a los niños, a las que nos les importe el color de la piel o la posición social, los Reyes Magos seguirán llegando, ellos jamás dejarán de venir”.
Su risita sonora se fue apagando, mientras él se elevaba hacia el cielo.
Desde la ventana, me quedé mirando al duende que se perdía en la noche y entonces me pareció ver las siluetas de los tres Reyes entre las estrellas, que montados en sus camellos se alejaban con las bolsas repletas de cartas ilusionadas.
Acaricié mi barba, como lo hago siempre que estoy feliz... una de aquellas cartas era mía.
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