viernes, 22 de enero de 2021

Vicente Blasco Ibañez- 154 Aniversario de su nacimiento

 



Biografía de Vicente Blasco Ibáñez

Por Ana L. Baquero Escudero
(Universidad de Murcia)


Nacido en Valencia en 1867 sus padres sin embargo, procedían de Aragón, circunstancia esta -la de las gentes aragonesas a la búsqueda de una vida mejor en las tierras valencianas- que aparecerá reflejada en su obra novelesca, quizá el caso más evidente el de Arroz y tartana. Criado dentro de ese ambiente del comercio valenciano al que estuvo ligada su familia, desde niño el autor vivió en medio de una tensa situación política. Y si bien no pudo obviamente vivir lo que supuso la revolución del 68 o la sublevación de los republicanos federales en Valencia al año siguiente, sin embargo en los años de 1871 -llegada de Amadeo I-, y especialmente de 1873 -proclamación de la República-, el todavía aún niño Blasco Ibáñez empezaría a empaparse del intenso ambiente político que rodearía prácticamente toda su vida.

Al encontrarse ligado por circunstancias personales al famoso editor Cabrerizo, el joven Blasco pronto empezaría a dar indicios de su temprana vocación literaria, al convertirse en ávido lector de libros entre los que destacaron especialmente, los de los autores románticos -Manzoni, Lamartine...-. Unos primeros contactos con el mundo de las letras que marcarían, sin duda, sus comienzos como escritor y que, en líneas generales, puede decirse que se prolongaron durante toda su vida. No en balde en la famosa carta que escribiera a Cejador fechada en 1918, Blasco atenuaba la influencia zolesca para resaltar y encarecer, por el contrario, la de Víctor Hugo.

Su íntimo contacto con la realidad valenciana no se limitó, por lo demás, a la gran urbe de la capital. También la huerta y en general el paisaje de su región dejarán en él una profunda huella. Recuérdense, por ejemplo, esas salidas con su madre a la huerta para llevar a su hermana Pilar a quien criaba una nodriza de allí, en donde el autor se sentiría hondamente impresionado por el espectáculo de unos campos desolados en los que se desmoronaba una barraca en ruinas, o el contacto con la vega valenciana que le proporcionó la compra de sus padres, en 1880, de un trozo de campo en Burjasot. Precisamente allí escribiría su primera novela titulada Carmen, quizá basada en unos precoces amores de su infancia.

Si la política y la literatura rodearon la vida de Blasco desde su más tierna juventud, también pronto se manifestará otra de sus grandes pasiones: su relación con el mundo de la prensa. Como sus primeras tentativas en dicho ámbito habrá que recordar el semanario El Miguelete, cuyo título sería sustituido por El Turia, revista de muy corta vida que aparecería en 1883 pero que abre camino, sin duda, a futuros proyectos periodísticos cuya realización más lograda sería El Pueblo. Precisamente en este mismo año se produce, la tan comentada por los biógrafos, escapada a Madrid, en donde entrará en contacto con uno de los folletinistas del momento que mayor popularidad obtuvo, y al que encuentra en situación de franca decadencia. Con Fernández y González permanecería un tiempo, colaborando incluso con él en la redacción de sus novelas, hasta que la intervención materna acabe con tal situación forzando al joven Blasco a regresar a Valencia. Allí seguirá la carrera de abogado iniciada en 1882 y entrará en el Partido Federal, desencadenándose a partir de entonces una larga cadena de manifestaciones públicas, rebeldías y persecuciones que lo condujeron en muchas ocasiones a prisión -unas treinta veces según testimonio del propio Blasco-. Precisamente su combatividad lo llevó a tener que huir en varias ocasiones de Valencia para evitar ser apresado. La manifestación, así, en contra de Cánovas, hizo que el autor tuviera que escapar en barca a Argel para pasar después a París. Desde allí Blasco enviaría a El Correo de Valencia sus crónicas periodísticas. Un género al que sería fiel el autor a lo largo de su vida, de manera que sus constantes viajes se vieron siempre acompañados de las consecuentes crónicas reunidas posteriormente en volumen. También en París comenzará a escribir la Historia de la revolución española, obra que refleja su interés por la Historia; una afición que también adquirirá plasmación literaria en su sostenido cultivo de la novela histórica. Si bien su relación con la realidad francesa supondrá un hito decisivo en su vida, sin embargo en estos momentos el escritor todavía continuaría vinculado a su tierra natal. Acogiéndose a una amnistía regresa a Valencia para casarse en 1911 con doña María Blasco del Cacho, matrimonio del cual nacerían Mario, Libertad, Julio César y Sigfrido.



Sin duda, esta época de la biografía del novelista se caracterizará por su intensa actividad en ámbitos bien diferentes. Una constante presente, por lo demás, a lo largo de toda su existencia pero que en estos años adquiere unos relieves particulares, por tratarse de los inicios que constituirán las bases esenciales sobres las que desarrollará sus experiencias posteriores. Años difíciles de penuria y estrecheces que evocaría Blasco con singular emoción, desde una acomodada y bien diferente situación personal, muchos años después. En ese amplísimo abanico de frentes abarcado por el autor, encontramos de un lado su intensa y nunca interrumpida actividad periodística, con la publicación tanto de las mencionadas crónicas de viajes, como de cuentos y novelas o artículos sobre cuestiones nacionales en los que hallamos a un Blasco siempre contundente en la defensa de sus principios. Géneros que marcarán la producción literaria de este escritor, quien abandonó la idea de escribir obras dramáticas tras la mala acogida de la única que llegó a estrenar. Lejos, no obstante, de contentarse con publicar sus colaboraciones en periódicos tanto del ámbito valenciano como nacional, el autor aspirará a la creación de su propio periódico, de forma que en principio dirigirá La Bandera Federal para fundar posteriormente, en 1894, El Pueblo. Un periódico de gran transcendencia y repercusión tanto en la vida literaria como política valenciana, y que sería objeto continuo de denuncias e incluso de transitoria suspensión.

Junto al Blasco interesado siempre por el mundo de la prensa periódica, encontraremos ya en esta etapa inicial valenciana, al Blasco dedicado también a los proyectos editoriales de manera que se asoció en un primer momento con Senent -con quien fundó la editorial La Propaganda Democrática-, y posteriormente con Sempere. No deja de resultar significativo que la primera obra que edita con este último sea la Historia de la Revolución Francesa de Michelet, traducida por el propio Blasco -una faceta esta, la de traductor, que destaca como una más en la multiforme y desbordante personalidad del autor valenciano-. En toda su vida Blasco mantuvo un permanente contacto con el mundo de la impresión y de la edición, siendo quizá, una de las consecuencias más relevantes de tal interés, la constitución de la Editorial Prometeo en 1914.

Si intensa resulta, por consiguiente, su vida en los ámbitos mencionados, mucho más lo será en lo concerniente a la política. Su actitud comprometida con la situación nacional no sólo se percibe con evidencia en sus manifestaciones escritas a través de la prensa, sino en sus ardorosas intervenciones públicas, ya fuera contra los estamentos religiosos -y recuérdese tan sólo la denuncia contra la opulencia de la iglesia reflejada en ese gran lienzo que se colocó en la redacción de La Bandera Federal, con ocasión de la entrada del nuevo arzobispo en Valencia en 1892-, o contra la marcha de los desastrosos acontecimientos que marcaron el final de siglo de nuestra historia nacional. La sublevación de Cuba que provocaría el inmediato envío de tropas, fue motivo de violentas acusaciones por su parte respecto a esta última situación -y cabría recordar al respecto, la crudeza de un artículo como «El rebaño gris», en el que denunciaba la situación de injusto envío de los hijos de los pobres-, y su intervención en una manifestación declarada ilegal contra Estados Unidos, desencadenaría un Consejo de guerra que lo enviaría a prisión. Precisamente para huir en un primer momento de tal arresto, el escritor se refugió en una barraca de Almácera para esconderse después en un despacho de vinos propiedad de un joven republicano. En aquel lugar, como recordaría Blasco, escribió un cuento titulado «Venganza moruna» que dejaría olvidado y que al serle devuelto tiempo atrás, constituiría el germen de La barraca. Embarcado clandestinamente huirá a Italia, experiencia que de nuevo daría lugar a un nutrido grupo de crónicas sobre aquel país que envía a El Pueblo, y que agruparía posteriormente bajo el título En el país del arte.

Sus contactos, por otro lado, con la vida política, lo llevan a vivir muy de cerca las tensiones surgidas en el seno de los republicanos. Son años de intenso compromiso que lo impulsan finalmente a presentarse como diputado por Valencia, elecciones que gana con toda claridad y que consiguen para él la inmunidad parlamentaria. Sus escritos y su siempre combativa actitud seguirán siendo, con todo, objeto de denuncias, y el autor continuará viéndose envuelto en duelos y comprometidas situaciones. Aunque, sin duda, el período álgido de su vida política llegaría años después, en esos violentos enfrentamientos con quien en un principio fuera amigo y aliado, Rodrigo Soriano.

Si nos referimos ya a la faceta exclusivamente literaria desarrollada por Blasco en esta etapa inicial vinculada esencialmente a sus orígenes patrios, debemos nuevamente recordar sus primeras incursiones tanto en el ámbito del relato corto como de la novela, dentro de la más pura tendencia romántica. Como botón de muestra baste recordar su colección de cuentos Fantasías (1887) -con títulos de por sí tan relevantes de su tonalidad literaria, como «El castillo de la Peña Roja» o «La espada del templario»-, o esas novelas históricas como El conde Garci-Fernández ¡Por la Patria! -esta última dentro de la especie del episodio nacional-, que muestran el temprano interés del escritor por la narrativa histórica que mantendrá con posterioridad, para cerrar incluso su producción novelesca. Y junto a las mismas, esos voluminosos folletines, La araña negra¡Viva la República!Los fanáticos, en los que la influencia de modelos franceses como Sue y, claro está, Hugo, resulta evidente -por no mencionar la del tan próximo Fernández y González-. Si las dos primeras verían la luz entre 1892 y 1894, la tercera aparecerá en 1895 -Smith señala, no obstante, que apareció como cuadernos por entregas en un periódico, posiblemente entre 1893 y 1894-, compartiendo pues, cronología con el inicio de su ciclo de novelas valencianas. Aun cuando el escritor repudió esta producción juvenil, sin embargo en vida del mismo estas obras volvieron a ser editadas circunstancia que ocasionó un serio disgusto a Blasco. Como en líneas generales se lo produciría el habitual descubrimiento de la existencia de ediciones no autorizadas de sus obras.

Muy distintas a estas primeras obras serán las que empezará a publicar en el folletín de su periódico El Pueblo. Una publicación en la que no sólo lo político, sino también lo literario e incluso la crítica musical tuvieron cabida. Como sus biógrafos comentan parece ciertamente curiosa a aquél que se aproxima a las páginas de dicho periódico, esa singular fusión de contenidos de índole tan variada, destinados además preferentemente a un tipo de lector -la clase trabajadora -, en principio podría pensarse poco acorde con el perfil intelectual que se desprende de la línea editorial seguida. Considerando, no obstante, la auténtica preocupación que Blasco mantuvo acerca de la necesidad de educar al pueblo y que lo impulsó a la puesta en marcha de ese préstamo popular de su propia biblioteca -lo que supuso, en definitiva, su deterioro y práctica extinción-, hasta proyectos posteriores de más amplio calado como la creación de una Universidad Popular, puede entenderse la singularidad y naturaleza de tal publicación. En el folletín de El Pueblo fueron apareciendo así algunas de las novelas que constituirán el ciclo valenciano -Arroz y tartanaFlor de MayoLa barraca-, de cuya ajetreada y difícil gestación sus biógrafos conservan interesantes testimonios. Si Arroz y tartana refleja el ambiente del comercio valenciano que conoció tan de cerca el autor, Flor de Mayo es la novela de los pescadores. Para documentarse acerca de ella el autor solía acudir a la playa de la Malvarrosa, lugar en donde coincidiría con el pintor Sorolla al que lo atarían fuertes vínculos desde entonces, y en donde construiría con posterioridad una casa en la que llegaría a residir y escribir diversas obras. Un lugar que, de alguna forma, debía ser una especie de trasunto del Médan de Zola, convertido por aquellos años en auténtico ídolo literario para el autor -y a quien llegaría a conocer personalmente en París-.

Pero será la tercera de las novelas valencianas que publica, La barraca, la que llegaría a consagrarlo como gran escritor del momento. Una obra en la que el autor se hizo eco de unos hechos históricos acontecidos años antes en la huerta valenciana y que como se indicó más arriba, le impresionaron hondamente. Tras ésta llegarían Entre naranjosSónnica la cortesana y Cañas y barro. Si para escribir esta última el escritor se desplazó a la zona de la Albufera, de manera que su escenario, como en La barraca, es el del mundo rural, con Sónnica el escritor resucitó un antiguo episodio del Sagunto asediado por los cartagineses, que suponía una nueva incursión del autor en el relato histórico, en esta ocasión en la variante de la denominada novela arqueológica.

Aparecida Cañas y barro en diciembre de 1902, será el 4 de febrero de 1903 cuando la publicación en el mismo periódico de Blasco de un violento artículo en su contra, de su antiguo aliado Rodrigo Soriano, imprima un viraje decisivo en la vida del autor. Durante esta época en que Blasco vivió entre Madrid y Valencia, esta última llegaría a convertirse en un auténtico campo de batalla en donde se enfrentarían los partidarios de los dos contrincantes. Una lucha que alcanzó insólitos extremos de virulencia y que acabaría por hacer que el escritor fuera distanciándose progresivamente del terreno de la política. En sus últimos años como político activo llegó incluso a renunciar a su acta de diputado, aun cuando después volviera a ser elegido por sexta vez. Su cansancio tras tanta tensión y violencia acumulada lo hace retirarse del terreno político y lo que es aún más relevante, abandonar Valencia, para residir de forma definitiva en Madrid.

Si como se señaló, a raíz del enfrentamiento con Soriano se abre una nueva etapa en la existencia de Blasco, podría decirse algo similar respecto al desarrollo de su trayectoria novelesca. Abandonando el proyecto de seguir con el ciclo de novelas valencianas, la próxima que publica, La catedral, presenta rasgos muy distintos. Con razón, el propio autor hablaría, a partir de dicha obra, de una segunda época en su evolución novelesca caracterizada por la tendencia social. Unas novelas que se alejan ya del espacio natal para abarcar otras geografías distintas, dentro todavía, de la española. El inicio de esta nueva etapa novelesca de Blasco coincide, por consiguiente, con esa época caracterizada por la combatividad y exaltación de sus principios contra las acusaciones de sus detractores políticos. Tras La catedral (1903), aparecerán El intruso (1904) -la última que escribe en la Malvarrosa-, La bodega (1905) y La horda (1905). Cuatro novelas ambientadas en cuatro escenarios distintos: Toledo, Bilbao, Jerez de la Frontera y Madrid, y en las que el escritor denuncia los males que aquejan a la nación.

En esta nueva etapa de su vida, instalado ya en Madrid, el escritor conocerá a una dama chilena, doña Elena Ortúzar esposa de un agregado comercial de la embajada de Chile. Una mujer que marcará de forma decisiva su vida y a quien visitaría constantemente en París, adonde ésta se desplazará con su esposo. Precisamente en la mencionada carta a Cejador y pese a la discreción con que se refiere a ello, Blasco establece una línea de separación entre esas novelas sociales y las tres que escribiría a continuación, que suponen, sin duda, una nueva inflexión en su evolución literaria. Escribe a Cejador: «Por aventuras particulares de mi vida viví entonces temporadas cortas y numerosas en París. Me iba de Madrid a París como el que toma el tranvía. Y a este continuo cambio de ambiente mental atribuyo estas tres novelas, que empezaron a marcar en su factura la novela tal como la hago actualmente». Las novelas a las que se refiere son La maja desnuda (1906), Sangre y arena (1908) y Los muertos mandan (1909). Que éstas ofrecen una faz muy diferente de las novelas de tendencia es algo en lo que la crítica coincide unánimemente. Frente al compromiso y denuncia social de aquéllas, ahora el escritor concentra su interés en el estudio de la interioridad de sus personajes, por lo que no resulta extraño que se haya podido hablar respecto a las mismas, de novelas psicológicas. Unas novelas vinculadas además por la constante temática amorosa que se alza ahora como el eje primordial en torno al que se construye el relato.

Si en las mismas cabe, pues, percibir ese nuevo vuelco en la existencia de Blasco, consecuencia de sus intensas relaciones amorosas con Elena Ortúzar, es precisamente esta misma circunstancia la que explica la escritura de una nueva novela que el escritor concibió tras Sangre y arena y antes de Los muertos mandan. Se trata de La voluntad de vivir escrita en 1908 y que supone, sin duda, uno de los casos más singulares en la historia literaria, por las circunstancias que la rodearon. Concebida en un momento de crisis de dicha relación, la obra aparecía claramente como una novela de clave en la que el autor había reflejado con toda evidencia realidades de su entorno más inmediato. Leída la misma por un íntimo amigo, Luis Morote, y advertido por éste del escándalo que sin duda habría de provocar, Blasco ordenaría finalmente la destrucción de los doce mil ejemplares ya impresos. Un episodio, por consiguiente, realmente llamativo dentro de la historia de la literatura y en torno al cual sus biógrafos han expuesto diversas interpretaciones.

Hombre de acción caracterizado por su permanente deseo de movilidad, el escritor que había emprendido ya en el verano de 1907 un viaje por Europa hasta Turquía y fruto del cual sería su libro Oriente, iniciará en 1909 un viaje todavía más importante rumbo a Argentina. Contratado para dar una serie de conferencias junto a Anatole France, el escritor sería acogido tanto en Lisboa, de donde sale su barco, como en Buenos Aires, de forma apoteósica, desarrollando allí una serie de conferencias sobre muy diversos temas, si bien destacan especialmente las de temática vinculada al ámbito español -«Las grandes figuras del descubrimiento», «Cervantes»...-. Su fascinación por estas tierras -y por las de Chile que también visitará-, hará que no sólo les dedique un libro titulado Argentina y sus grandezas, sino que regrese a España con ambiciosos planes relativos a su pronta vuelta a aquél país. Surge así en Blasco el deseo de convertirse él mismo en colonizador, de manera que a su regreso a Argentina y tras los pertinentes permisos, fundará en geografías muy diferentes y alejadas una de otra, Cervantes y Nueva Valencia. Es este, sin duda, uno de los períodos de la vida de Blasco en el que el carácter aventurero del mismo se pone más de manifiesto, ya que tuvo que adaptarse a unas formas de vida en aquellas tierras completamente agrestes que nada tenían que ver con la de las grandes capitales a que estaba acostumbrado. Si bien superó revueltas y situaciones de tremenda tensión como la que hizo temer incluso por su vida, al contraer unas peligrosas fiebres, sin embargo todos sus empeños y esfuerzos se vieron condenados finalmente al fracaso. En 1914 abandonará pues, definitivamente, Argentina y regresará a París.

Fruto de su contacto con el Nuevo Mundo sería también un nuevo proyecto en este caso exclusivamente literario, que debía dar lugar a un nuevo ciclo novelesco. En una entrevista publicada en un periódico de Buenos Aires de 1912, el escritor se refería al mismo, precisando incluso los títulos y la temática general de cada una de las novelas que lo compondrían. Un proyecto que en principio sólo tuvo como resultado Los argonautas, voluminoso texto que habría de servir de pórtico a las obras siguientes.

En París, sin embargo, conocerá Blasco el estallido de la Primera Guerra Mundial, circunstancia que nuevamente mediatizará su escritura literaria puesto que abandonando el proyecto hispanoamericano adopta ahora una nueva actitud combativa a favor de la causa aliada. Desde una perspectiva abiertamente francófila comenzará a publicar cuatro meses después del inicio de la conflagración, el primer número de una publicación semanal titulada Historia de la guerra europea de 1914, obra que llegará a alcanzar una considerable extensión -nueve tomos-. Y lo que será para él aún más relevante, publica una novela sobre la guerra, Los cuatro jinetes del Apocalipsis, en la que según León Roca se translucen ecos de su propia realidad biográfica. Con ella comenzará un nuevo ciclo en su producción novelesca, en torno a la contienda bélica, constituido por tal obra que aparece en 1916, por Mare Nostrum (1918) y por Los enemigos de la mujer (1919).

Agotado por tantos esfuerzos acumulados y por su delicado estado de salud, el escritor se dirige en principio a la Costa Azul para descansar. Su espíritu viajero no obstante, lo lleva nuevamente a Italia y su necesidad de afrontar diferentes retos, lo embarcará en un nuevo proyecto: el cinematográfico, en el que afronta como una de sus mayores ilusiones una versión del propio Don Quijote de la Mancha. La relación de Blasco con el cine es sin duda, otro de los capítulos más fascinantes de su biografía y que lo singulariza también respecto a otros escritores del momento, intensificando aún más esa aureola de autor popular que nunca lo abandonó. En vida del autor se llevaron al cine, varias de sus obras, siendo especialmente llamativa la transcendencia de Los cuatro jinetes. Si cuando la novela vio la luz no obtuvo ninguna llamativa repercusión en el ambiente literario del momento, la solicitud en 1918 de una traductora norteamericana para publicarla en inglés en los Estados Unidos cambiará la vida de Blasco. El triunfo de la novela es tan arrollador que a Blasco le costaría trabajo, como señalan sus biógrafos, darse cuenta de las repercusiones de su éxito. Ante los deseos del público norteamericano por conocer de cerca al autor de la novela, Blasco sería invitado a dar una serie de conferencias por el país que incrementaron aún más su popularidad. Nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad de Washington, en su discurso el autor anuncia su intención de escribir toda una serie de novelas sobre Estados Unidos. Invitado asimismo a México, la gran impresión que éste le causa lo mueve de nuevo a concebir un proyecto novelesco, El águila y la serpiente, que no llegaría a concluir; su deplorable impresión, no obstante, de la política del país reflejada en El militarismo mejicano, le valió la declarada hostilidad de los mejicanos.

Tras sus viajes por el continente americano -y también Cuba fue objeto de la visita del novelista-, el escritor regresa a Europa con la idea de escribir la gran epopeya en América realizada por los conquistadores españoles, nuevo ciclo que en esta ocasión sí obtuvo plasmación literaria -si bien no en toda la extensión prevista-.

Retirado a la Costa Azul, ya en Menton en Villa Fontana Rosa, escribiría con celeridad aún mayor de la habitual El paraíso de las mujeres, un singular ensayo de relato fantástico, mediatizado en esa ocasión por circunstancias extraliterarias, provenientes aquí de un proyecto cinematográfico que no llegó, sin embargo, a realizarse. A estas alturas de su vida, nos encontramos, pues, a un Blasco muy lejano de ese joven emprendedor valenciano que tiene que sobrevivir dentro de un ambiente de estrecheces e incomodidad. Su popularidad está llegando a su punto álgido y su situación personal es la de un acomodado millonario a quien su fortuna, sin embargo, no le hace deponer su espíritu inquieto y emprendedor.

En 1922 aparecerá La tierra de todos, una novela que supone una prolongación del ciclo americano interrumpido por la guerra, pese a no ser continuación de Los argonautas, y al año siguiente La reina Calafia, novela ambientada en California. Precisamente en agosto de este mismo año ultima los preparativos de otro ambicioso proyecto: dar la vuelta al mundo. Algo que efectivamente llevará a cabo y que como era previsible en él, dio lugar a una voluminosa obra titulada La vuelta al mundo de un novelista. A su regreso a Francia, instaurada ya en España la Dictadura de Primo de Rivera, resurge el Blasco combativo que denuncia con violencia tal situación, pese a que ello supusiera su consciente renuncia a la Academia Española. Sus virulentos ataques asimismo hacia Alfonso XIII desencadenan toda una serie de procesos contra él y la persecución y acoso de su familia en España; su camino hacia la gloria y el reconocimiento oficial se vería, por consiguiente, truncado definitivamente.

Si en su retiro de la Costa Azul Blasco lleva una acomodada vida de escritor millonario -y su colección de relatos Novelas de la Costa Azul, se hace eco en su propio título de esta etapa de su vida-, no puede decirse, no obstante, que la actividad del escritor decayera pese a que su estado de salud parecía exigir una mayor tranquilidad y cuidado. Emprende así un nuevo ciclo que según su propio testimonio planeaba también hacía años, al que se refiere como novelas españolas evocativas, cuyo primer fruto será El Papa del mar, publicada en 1925. A ésta seguirá A los pies de Venus (1926) y póstumamente ya, En busca del gran Kan y El caballero de la Virgen (1929). Se trata en los cuatro casos de novelas históricas que, si bien presentan muy distinta configuración literaria, suponen un curioso retorno del escritor al género con el que inició su producción novelesca. Póstumamente también apareció El fantasma de las alas de oro, novela en la que nuevamente se reflejan experiencias vitales del autor.

Fallecido en enero de 1928 en su villa de Menton, si en Francia se le brindó una gloriosa despedida, sus restos, no obstante, permanecieron allí hasta que en 1933, ya instaurada la República en España, regresaran a Valencia en donde fueron objeto de un solemne y emotivo recibimiento. Habiendo dejado muchos proyectos sin desarrollar -y no sólo en el ámbito literario-, la vida de Vicente Blasco Ibáñez no puede decirse, sin embargo, que estuviera libre en ningún momento de empresas y de un sin fin de actividades diversas, consecuencia de ese espíritu siempre inquieto y activo del escritor. No puede resultar por ello extraño que se hayan escrito tantas biografías sobre él, muchas de las cuales delatan ya en sus propios títulos la naturaleza aventurera y novelesca de éstas -Genio y figura de Blasco Ibáñez. Agitador, aventurero y novelistaVicente Blasco Ibáñez, sus novelas y la novela de su vidaLa mejor novela de V. Blasco Ibáñez: su vida-. Una vida, en definitiva, caracterizada por la movilidad y el incesante deseo de explorar nuevos caminos que repercutirá, en gran medida, en su propia evolución literaria.

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