El cafecito
Habían gastado todos los ahorros para comprar el campito.
Viajaron desde lejos porque les parecía que la oportunidad era buena, que se lo
habían recomendado y que no podían perder la posibilidad de cambiar de vida.
El era muy responsable en su trabajo y ella se adaptaba perfectamente
a los cambios.
La chacrita en Aguas Blancas era un sueño cumplido. Blanca
acomodó todo de tal forma que cuando llegó la mudanza fue rápida la adaptación
al lugar, extraño para ellos, que vivieron siempre en la ciudad.
Trabajaron duro, los dos, luego que sus hijos viajaron al
exterior a estudiar. La decisión no fue fácil pero lo hicieron.
La mañana amaneció plena de mariposas, decían que era buen
augurio. En la ventana del fondo, Blanca preparaba las mesas para recibir a la
gente. Abrían a las 4, para tener listas las tazas, platos, tortas y masitas
que acompañaban el café, recién hecho.
La plantación era pequeña, pero les servía para mantenerse,
y disfrutar del paisaje
Era una elección de vida, el emprendimiento simple pero
trabajoso. Ellos mismos habían seleccionado las semillas de café, recomendadas
por el ingeniero agrónomo.
Afortunadamente dieron buenos frutos. El café estaba listo
para ser servido.
“Café y libros” estaba abriendo sus puertas por primera
vez, con la vista hacia los cerros salteños.
Cada mesa tenía tres libros, para que los comensales
eligieran y pudieran leer mientras tomaban su café.
La idea seguramente iba a prosperar. Solo había que esperar
a que los anuncios dieran sus frutos.
Por suerte, la gente del pueblo recibió de buen agrado los
papelitos de promoción que ellos mismos dejaron en los mostradores de los
negocios.
Ambos estaban nerviosos, pero felices. Jamás imaginaron que
una hora más tarde cruzarían la tranquera sus dos hijos, con las valijas
repletas de amor, para ser los primeros clientes de “Café y libros”.
©Silvia Vázquez
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