viernes, 11 de junio de 2021

Narrativa

 



A  ciegas

 En las oscuras galerías los libros hablan. Él, sentado en el sillón mullido de terciopelo verde, lee.

La tarde cae, y ni lo nota. Sus ojos pueden ver apenas, ya casi nada, pero insiste en terminar esa obra en inglés que tanto ole apasiona.

No queda nadie en el salón, la puerta rechina cuando la bibliotecaria le anuncia que debe cerrar. Inmutable, cierra el libro y lo deja sobre la mesa de madera.

Al otro día, realzará la misma ceremonia. A la misma hora llegará, pedirá el mismo libro y lo leerá hasta que baje el sol.

Cuando termine de leerlo, sabrá qué fue de los esclavos del barco del Capitán Cereno, la novela de Meville, y luego se sumergirá nuevamente en los laberintos para recordar A Ariadna y Teseo.

Es posible que pronto pierda totalmente la visión, por eso devora cada libro una y otra vez.

Es posible que solo queden en su memoria, las imágenes de aquellas historias y sus protagonistas.

Por años será “el escritor que dijo que el paraíso sería una biblioteca”.

Seguramente estará disfrutando de ella, sentado en un sillón de terciopelo verde, junto a la ventana, aunque ya o necesite de la luz ni de los ojos para leer, ya que su memoria prodigiosa renueva a diario cada palabra.

Se servirá un vaso de leche, o tal vez con un vaso de agua le alcance, e invitará a Ocampo, a Bioy o a Petit de Murat para discutir con ellos el último párrafo de Baterbly…

©Silvia Vázquez

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