viernes, 15 de julio de 2022

Cuento: Epitafio para mi bandoneón- Tercera parte, por Leonor Pires

 3° PARTE

 "EPITAFIO PARA MI BANDONEÓN"

Caminó muchas calles cargando los pesados libros hasta llegar a la librería de compraventa, le temblaban las manos al dejarlos, salió rápido para que no lo vieran llorar.

No recordaba cuanto tiempo llevaba caminado para llegar a su domicilio, en los bolsillos de su raído abrigo los medicamentos, el dinero que le había quedado apretado en la mano y el peso del mundo entero sobre sus hombros.

La puerta de la casa estaba entreabierta y María sonriendo amorosamente lo esperaba en el hall algo preocupada, cuando ella lo tuvo cerca se alarmó, estaba desconocido, le preguntó que le estaba ocurriendo, pero él no tenía ánimo para contarle su desgracia, se echó en sus brazos como un niño desamparado y le confesó que tenía miedo.

María pidió permiso a su madre para llevarlo a vivir con ellas y con su hermano. no quería dejarlo solo ni un momento. Pusieron un biombo que estaba arrumbado en la vivienda y un catre, sus pertenencias eran lo de menos, nada importante, salvo su bandoneón.
Su preocupación para pagar el alquiler ya no existía y no tendría que salir a trabajar de noche por el momento. Ahora tenía otra vez una familia.

La señora Ana se encariñó con él, lo cuidaba como a su propio hijo, le hacía las comidas sanas que debía comer y con alguna gratificación que los inquilinos del edificio le concedían por los servicios impecables, le compraba los medicamentos. La señora Ana puso el bandoneón en un lugar privilegiado para que no lo perdiera de vista, era su obsesión, vivía por él y de él cuando podía.

La enfermedad avanzaba, lo tuvieron que internar, pero en la primavera regresó a la casa de su familia adoptiva un poco recuperado. A María y a su hermano tampoco les iba muy bien.
En Buenos Aires, el tango que había estado algo relegado como espectáculo, comenzaba a resurgir y fue ganando posiciones de privilegio, los viejos bailarines se iban reemplazando por otros más jóvenes y preparados profesionalmente.

La señora Ana sufrió una corta enfermedad y partió de este mundo. María quedó a cargo del trabajo que había sido de su madre y su carrera de bailarina quedó terminada. Su hermano, hombre de la noche, de juego y cabaret, no contaba con otro ingreso y vivieron los tres como pudieron en el ático del edificio.

Las luces de las marquesinas de los locales de la avenida se filtraban a través de la ventana y hacían que el descanso no fuera el adecuado, de lo que nunca se habían percatado ya que sus trabajos habían sido nocturnos y descansaban de día mientras la señora Ana hacía la limpieza del edificio.

En la década de los años 70´ la Plaza Dorrego, en el corazón del barrio de San Telmo, comenzó a tomar la forma de una feria de antigüedades y cosas viejas, donde se exhiben y venden testimonios del pasado de Buenos Aires. Se construyó sobre el adoquinado de la plaza y comenzaron a la vez a surgir a su alrededor locales de comida, de arte, antigüedades de categoría y algunos Shows de tango y se fue haciendo famosa por su excentricidad.

(útima parte,final, viernes 22)

Leonor Pires
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