La ignorancia es la noche de la mente: pero una noche sin luna y sin estrellas. Confucio.
¿Y los padres, dónde están?
Referirme a la cuestión escolar, en plenas vacaciones de invierno, puede pensarse como paradojal, pero es tal la importancia del vínculo entre padres e hijos, que opté por referirme al tema, siempre pensando que durante las vacaciones hay actitudes nocivas que pueden modificarse además de las positivas que deben ser subrayadas.
Si bien, otros pueblos pueden definirse por su respeto por las normas, el nuestro, lamentablemente, cultiva una perversa y destructiva pasión por violentarlas. En mi opinión, es una conducta perversa no poner límites al propio hijo y ocultarse detrás del “ya lo sé, pero aun así”, importante aporte a la cuestión, por parte del psicoanalista francés Maud Manoni.
En verdad, el mejor legado de un padre a sus hijos es no sólo apoyarlo en los estudios sino alentarlo para que pueda crecer y ser un sujeto independiente.
Es por todos sabido que con sólo cumplir con lo que las leyes estipulan, nuestro país podría funcionar mucho mejor. Superar la velocidad permitida, no respetar las rampas que permiten desplazar los cochecitos de bebés o los changuitos para las compras y, por sobre todo, el traslado con sillas de ruedas, todo esto típico de la viveza criolla, y de lo que sucede en las grandes urbes, tan sólo por disfrutar del acto de incumplir con la ley.
Padres y profesores, deberían transmitir que los derechos de cada persona terminan cuando empiezan los derechos del otro y que ese es el límite a la “supuesta” libertad de “hacer lo que se me canta”, porque no hay libertad donde se desconoce al otro, implícito en la mencionada frase.
Interrumpir el dictado normal de las clases, avalados por padres tomados por el síndrome de Peter Pan, es uno de los hechos que más se han repetido en los últimos tiempos.
En el país de nunca jamás.
Escuchar a los padres descalificar la labor del docente, ya sea en la escuela primaria o en la secundaria, además de considerar que en la escuela, pasar de grado o de año, tan importante no es, lleva a pensar que estos padres no han dejado de ser niños. Sí, son mayores, pero son como Peter Pan: al negarse a crecer, no dejan que sus hijos crezcan y descubran que la ayuda de maestros, los libros y el estudio, más la magia que encierran, pueden llevarlos a vivir de una mejor manera, relacionarse con otros, conocer idiomas, descubrir la vida.
Es para reflexionar que si los chicos que matan o roban son inimputables porque se supone que no son plenamente conscientes de sus actos. ¿Cómo es posible que ellos, alentados por ciertos padres que añoran volver a los 70, años en los que la muerte era un ideal, pretendan imponer políticas, presupuestos incluidos, por la fuerza? ¿Dónde están las autoridades educativas, temerosas de aplicar las disposiciones legales y administrativas disponibles? ¿Por qué, las autoridades no hacen la denuncia judicial por toma y usurpación de los establecimientos, haciendo responsables a los padres de los menores por los daños a los bienes y la seguridad de los mismos alumnos ocupantes?
En verdad, la caída de los principios éticos ha ido trastocando la vida de mucha gente, tanto como los lazos sociales se ido han disgregando.
Como la precarización del trabajo y de la vida, producen la descomposición de las relaciones entre las personas y el debilitamiento de los vínculos, es vital cuidar que cada adolescente tenga un grupo de pertenencia en el que pueda obtener los recursos necesarios para forjar un Yo que le permita vivir en libertad. La educación y el ambiente adecuado creado por los padres, son los elementos con los que cuenta la sociedad para con sus hijos.
Tanto los niños como los adolescentes y adulos aprenden de las frustraciones, pero ciertos padres, más interesados en ellos mismos que en sus hijos, avalados por una psicología que no sabe de límites, se resisten a esta enseñanza de vida.
Los padres que, como dije en el título, no se sabe dónde están, lo que deberían saber es que la mejor manera de limitar a un hijo, es no ponerle límites además de alentarlo para que realice el deseo de ellos, deseo de repetir o de volver a vivir lo sucedido en la década del setenta, tiempos que, para muchos, no fueron los mejores.
El gusto por la violencia, y llegar hasta tomar una escuela, ha ido minando en los jóvenes el deseo de estudiar y los padres, que han olvidado qué es y cómo ser padres, alientan a la confrontación permanente.
En lo personal, mi padre siempre me dijo que él me había legado una herencia que nadie me podría robar: el gusto por el estudio, el placer de leer y aprender y yo, aprendí a estudiar y a enseñar.
Insisto: son los padres los que deben alimentar el deseo de saber, partir de lo conocido a lo por conocer. Ellos mismos, son los que pueden y deben transmitir el gusto por la lectura, por el estudio. El placer que despierta poder acceder a nuevos mundos, al de la historia, al de los descubrimientos, el de las matemáticas como herramienta para comprender el funcionamiento del mundo, el del lenguaje, además del mundo de las novelas
Y los profesores, ¿Dónde están?
Pese a que Freud dijo que psicoanalizar, educar y gobernar dan cuenta de lo imposible en los tres trabajos, para intentar hacer posible lo imposible, en la escuela tanto en la primaria como en la secundaria los alumnos deben contar con los días de clases estipulados.
Tiempo atrás, Carmen Vázquez Cuerda, una amiga que vive en España, compartió conmigo este pensamiento de Saturnino de la Torre. Autor de “Diálogos con el mar”, escribió que educar es llevar un barco de valores en lo profundo del alma. El buen educador ha de tener algo de marino, un poco de poeta y mucho de pirata, para impactar por asalto al estudiante con la suavidad del gesto y el valor de la palabra, para sacar lo más rico que yace en su alma.
Si todos sabemos que el alumno no aprende sentado, rígido, quieto, escuchando y tomando nota, sino haciendo, estudiando, creando, los profesores pueden proceder del mismo modo: inventando, creando, enseñando a articular conceptos, aprendiendo de lo que los mismos alumnos nos enseñan.
Los jóvenes, necesitan poder desarrollar la aplicación al estudio, la pasión por saber, la necesidad de esmerarse para alcanzar una meta y, no es sin la ayuda de los padres y de los mismos docentes que esto puede ser posible.
Quier destacar que la Argentina es líder en cantidad de maestros estatales por alumno además de que lo es también por tener uno de los calendarios escolares más cortos del mundo. En la Argentina, en la escuela primaria estatal, hay un maestro cada 12 alumnos cuando años atrás eran 16. Menos alumnos, más docentes: más dedicación por alumno.
Por ejemplo, en Chile y Brasil, hay 21 alumnos por docente, cifra con la que no estoy de acuerdo pero que ha funcionado, además de que hay provincias en las cuales la cantidad de docentes por alumno, superan a países con mayor calidad educativa (Finlandia, Corea del Sur y Dinamarca).
Fíjense que la cifra de docentes fuera del aula es mucho mayor que la de los docentes "de aula".
Uno de cada tres docentes en la provincia de Buenos Aires, no cumple tareas educativas en el aula por lo que la mayor dedicación es inexistente. Por otra parte, hoy, la escuela pública, se ha transformado, en realidad, en un lugar de contención para los más pobres, creando una mayor grieta entre los incluidos y los excluidos.
También, hay que tener en cuenta que, con justeza, los docentes reclaman sueldos dignos pero también debemos considerar que el Estado dedica enormes recursos a la educación: es el rubro que insume la mayor proporción en el presupuesto de las provincias y casi todo se dedica a sueldos.
Entonces, ¿qué ha pasado? Entre otras cosas, y pido disculpas si me equivoco, los estatutos del gremio tienen regímenes de licencias tan amplios que la mitad de los docentes pueden ausentarse casi sin motivo aparente. Sabemos lo fácil que es obtener certificados médicos "de favor", para justificar ausencias.
Los archivos de las escuelas están inundados de certificados con "afonías" o "artrosis" para justificar que los educadores no pueden hablar o no pueden escribir. En la editorial de La Nación, del 26-03.2017, leemos que en la Ciudad de Buenos Aires pueden obtenerse 64 días hábiles de licencia, de los 180 días de clase que garantiza la ley nacional 25.864. “Estas licencias obligan a un doble gasto, para pagar el sueldo del ausente y el sueldo del suplente. Ahí está una de las raíces de los sueldos que no alcanzan.” A su vez, “las ausencias, perjudican el rendimiento de los alumnos, quienes también comienzan a faltar y decaen en su contracción al estudio”.
Así como el ausentismo afecta el "ritmo escolar", los días de clases perdidos perjudican la secuencia en la enseñanza, ya que los chicos se olvidan y se debe comenzar de nuevo para retomar la ilación de los contenidos. En el nivel secundario la deserción escolar agrava la cuestión y, como siempre, los más perjudicados son los más pobres.
Tomás Abraham, en su libro “La lechuza y el caracol” (Ed Sudamericana, 2012), al referirse a los filósofos, dice: “Todos ellos nos enseñaron que pensar es buscar un problema donde hay un mandato, un dilema, donde se enuncia una vía regia, una dificultad cuando las cosas se presentan fáciles, una novedad cuando todo parece destinado y necesario, una salida, cuando se nos impone un sistema”.
Como sostuve en mis notas anteriores, tradición y transmisión tienen la misma etimología y ambas remiten a trasladar, transportar, transferir ideas, principios, sentimientos a través de las generaciones, la exigencia de los padres a estudiar debe mantenerse siempre.
Son los mismos padres los que deben incentivar que los hijos estudien porque esa es la posibilidad de aprender a pensar, de poder profundizar lo que les fue transmitido, además de abrirles las puertas para trascender lo conocido.
La violencia en los establecimientos educativos, desde los años setenta, ha ido en aumento tanto en los Estados Unidos como en casi la totalidad de Europa.
En la Argentina, como consecuencia de la crisis social, cultural y familiar que se está sufriendo, los hechos de violencia se han incrementado considerablemente.
Es que la ley, según Santiago Kovadloff, (La Nación. 18-06-2010), “se ha convertido en un mandamiento desoído. A fuerza de verse vulnerada, su palabra ha perdido función rectora”.
Quiero concluir con esta reflexión de Albert Einstein, necesaria tanto para los padres como para los docentes.
“Dar el ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás; es la única manera”.
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