viernes, 9 de agosto de 2019

Cuento: La pericana



LA PERICANA
Vieja horrorosa, legendaria en San Juan y San Luis. Da rebencazos a los chicos que sorprende en sus picardías o fuera de sus casas sin permiso de sus padres, a la hora de la siesta.





La siesta

Lucas nunca dormía siesta. Las dos de la tarde en su pueblo eran un sinónimo de “ horno” en verano. San Juan se calentaba por demás a esa hora de la tarde. Aunque su madre insistía tratando de convencerlo con un helado luego de la siesta, no había caso.
Lucas se internaba en el fondo del patio, donde las cañas duplicaban su altura en busca de nuevas aventuras. El sol le pegaba fuerte en su sombrero de paja deshilachado. El disfrutaba de ese momento. Las dos de la tarde se convertían en el paseo habitual suyo y de su amigo Marcos .

Aquel día salieron preparados para el calor. Cada uno llevaba una botella de agua fresca y pañuelos atados en el cuello.

Prevenidos desde chicos por sus madres, no hacían caso de las habladurías respecto de la Pericana. Creían que era una manera de asustar a los niños, y ellos, ya no lo eran, con  11 años recién cumplidos.

Como decía, se internaron entre las altas cañas, apartándolas con la mano, como hacían todos los días. Cuando hicieron unos metros, se sorprendieron con lo que estaba delante de sus ojos. Dos gorriones  llevaban entre sus picos a dos de sus vecinos, los Almada, que vivían a una cuadra de su casa. A pesar del peso de aquellos gorditos saludables, los cuervos levantaron vuelo rápidamente hacia la montaña que estaba al sur.

Los Almada gritaban desaforados, pero nadie los escuchaba. Lucas  y Marcos, intentaron volver a su casa pero fue inútil. Las cañas se habían unido y les impedían pasar por donde lo habían hecho minutos atrás. Un chillido insoportable acompañaba las corridas de los dos amigos, que en vano intentaban escapar.
Detrás de Marcos, un gorrión con su boca abierta lo cazaba de la oreja y lo levantaba en el aire. Otro hacía lo mismo con Lucas. Ambos volaban más alto que los cañaverales hacia la montaña del sur.
A lo lejos veían una cueva entre las piedras. Se acercaban peligrosamente a una velocidad inusitada. Los gorriones los depositaron ahí, y taparon la entrada con una piedra tan grande que impedía ver los rayos del sol de la tarde.
Sintieron miedo. Lucas sacó de su bolsillo una interna pequeña con la que alumbró la cueva.

Al fondo, sentada sobre una húmeda manta tejida, estaba ella, la famosa Pericana. No era tan irreal la historia que les contaron. Tal vez aquellos niños que habían visto volar estaban ahí también.

Se frotaron los ojos y la vieron. Ahí , con las piernas cruzadas sobre la manta levantó sus brazos y los señaló.
“ Ya son míos, les dijo”. “A partir de hoy obedecerán sin chistar. Tráemelos aquí”
Se dirigió a un espantoso ser con brazos enormes quien desplegó unas alas marrones, los llevó frente a ella. La Pericana sacó su rebenque y les dio un par de golpes hasta que sus lágrimas brotaron de los ojos.

Detrás de ella, estaban semidormidos los Almada.

Cerraron los ojos como si eso les hiciera sentir menos dolor.

Cuando los abrieron, estaban en casa de Lucas, acostados en el catre al lado de la ventana del cuarto de su madre, fingiendo que dormían.

La puerta se abrió. La mamá de Lucas entró en el cuarto, con un helado en cada mano. Ya eran las cinco de la tarde pero aún hacía calor en San Juan…

©Silvia Vázquez
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