LA PERICANA
Vieja horrorosa,
legendaria en San Juan y San Luis. Da rebencazos a los chicos que sorprende en
sus picardías o fuera de sus casas sin permiso de sus padres, a la hora de la
siesta.
La siesta
Lucas nunca
dormía siesta. Las dos de la tarde en su pueblo eran un sinónimo de “ horno” en
verano. San Juan se calentaba por demás a esa hora de la tarde. Aunque su madre
insistía tratando de convencerlo con un helado luego de la siesta, no había
caso.
Lucas se
internaba en el fondo del patio, donde las cañas duplicaban su altura en busca
de nuevas aventuras. El sol le pegaba fuerte en su sombrero de paja
deshilachado. El disfrutaba de ese momento. Las dos de la tarde se convertían
en el paseo habitual suyo y de su amigo Marcos .
Aquel día
salieron preparados para el calor. Cada uno llevaba una botella de agua fresca
y pañuelos atados en el cuello.
Prevenidos
desde chicos por sus madres, no hacían caso de las habladurías respecto de la
Pericana. Creían que era una manera de asustar a los niños, y ellos, ya no lo
eran, con 11 años recién cumplidos.
Como decía,
se internaron entre las altas cañas, apartándolas con la mano, como hacían
todos los días. Cuando hicieron unos metros, se sorprendieron con lo que estaba
delante de sus ojos. Dos gorriones
llevaban entre sus picos a dos de sus vecinos, los Almada, que vivían a
una cuadra de su casa. A pesar del peso de aquellos gorditos saludables, los
cuervos levantaron vuelo rápidamente hacia la montaña que estaba al sur.
Los Almada
gritaban desaforados, pero nadie los escuchaba. Lucas y Marcos, intentaron volver a su casa pero fue
inútil. Las cañas se habían unido y les impedían pasar por donde lo habían
hecho minutos atrás. Un chillido insoportable acompañaba las corridas de los
dos amigos, que en vano intentaban escapar.
Detrás de
Marcos, un gorrión con su boca abierta lo cazaba de la oreja y lo levantaba en
el aire. Otro hacía lo mismo con Lucas. Ambos volaban más alto que los
cañaverales hacia la montaña del sur.
A lo lejos
veían una cueva entre las piedras. Se acercaban peligrosamente a una velocidad
inusitada. Los gorriones los depositaron ahí, y taparon la entrada con una
piedra tan grande que impedía ver los rayos del sol de la tarde.
Sintieron
miedo. Lucas sacó de su bolsillo una interna pequeña con la que alumbró la
cueva.
Al fondo,
sentada sobre una húmeda manta tejida, estaba ella, la famosa Pericana. No era
tan irreal la historia que les contaron. Tal vez aquellos niños que habían
visto volar estaban ahí también.
Se frotaron
los ojos y la vieron. Ahí , con las piernas cruzadas sobre la manta levantó sus
brazos y los señaló.
“ Ya son
míos, les dijo”. “A partir de hoy obedecerán sin chistar. Tráemelos aquí”
Se dirigió a
un espantoso ser con brazos enormes quien desplegó unas alas marrones, los
llevó frente a ella. La Pericana sacó su rebenque y les dio un par de golpes
hasta que sus lágrimas brotaron de los ojos.
Detrás de
ella, estaban semidormidos los Almada.
Cerraron los
ojos como si eso les hiciera sentir menos dolor.
Cuando los
abrieron, estaban en casa de Lucas, acostados en el catre al lado de la ventana
del cuarto de su madre, fingiendo que dormían.
La puerta se
abrió. La mamá de Lucas entró en el cuarto, con un helado en cada mano. Ya eran
las cinco de la tarde pero aún hacía calor en San Juan…
©Silvia Vázquez
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