Nélida ganó la 2da.Mención especial en el evento solidario del sábado 3 de agosto con este trabajo:
También escribe esto, para su nieto:
Y ahora es mayo
Frio
¿Alguien
puede explicar que es el frio? Alguien quizás construya un alegato, hablando de
ese frío que se cobra la vida de seres vulnerables en condición de calle.
Aquellos olvidados que en cada invierno nos enfrentan con una realidad que preferiríamos
que no exista y provocan en todos nosotros un profundo dolor. Los insensibles
simplemente dirán que es la ausencia de calor en el más específico lenguaje
técnico de la física. Pero no, yo no hablo de este ni de aquel frío. Yo me
refiero al frío que se colaba por esa franja que asoma por debajo de las
botamangas del pantalón y descendía hacia los talones, apoderándose de mis pies
silenciosamente. Me refiero a ese fío que de pronto ascendía y congelaba poco a
poco mis pantorrillas y mis rodillas con total impunidad. O aquel otro que se
posaba subrepticiamente sobre mis nudillos mientras mis manos recorrían
frenéticamente el tablero de la computadora, y de a poco se extendía a cada uno
de mis dedos, a mis palmas y al dorso de mi mano, y sigilosamente llegaba a mis
codos, mis hombros y mi espada, y anunciaba el final de su recorrido con un
brutal escalofrío.
Estoy
en casa, me he sentado en mi silla violeta y estoy mirando la televisión, a
salvo del frío. Detrás de la pared mis hijas conversan y escuchan música. Sus
voces y los acordes me llegan arrullados por el ruido de las máquinas de coser.
El
ruido de las máquinas detrás de la pared es un ruido que me devuelve recuerdos
de infancia.
Mi
madre se había ganando la vida desde sus siete años con la costura. De jovencita,
en el verano, cosía sentada en el jardín de la casa de la calle Campana. En
invierno, en esa casa de techos altos, el frio asaltaba de igual manera que hoy
asalta a quien ocupa ahora el lugar que hasta hace pocos días yo ocupaba
A
mí me ha tocado a lo largo de toda mi vida adulta, convivir con el tecleo de
máquinas de escribir y calculadoras primero, de computadoras más cerca en el
tiempo, para lograr mi sustento y el de mis hijos. Ese será el ruido que tal
vez a mis hijos le devuelva mi imagen cuando ya no esté aquí.
A
escasas treinta cuadras de casa, en una oficina en la que he trabajado
veintisiete años, esos ruidos continúan. Pero no son mis manos las que se
enfrían sobre los teclados, ni tampoco mis pies
sufriendo la invasión sobre la alfombra.
Sé
que esta mañana, alrededor de las ocho y media, las chicas habrán llegado, y
que ahora alguna ha salido a comprar el almuerzo.
Yo
continúo sentada en mi silla violeta. He encendido la computadora, y estoy
escribiendo. Toda mi vida he escrito, pero ahora el tiempo juega a mi favor. En
mi hábito no siento frío. Me basta apretar un botón en un control remoto y mi
habitación se convierte en un cálido ambiente.
Detrás
de la pared, continúo escuchando las voces y las risas de mis hijas.
En
la oficina alguna de las chicas habrá encendido el hornito y el ambiente
comenzará a oler a fonda, entonces alguien más buscará un desodorante en aerosol
y tratará de tapar ese olor, encenderá un sahumerio y agitará los palitos para
que el perfume despida sus efluvios. Pero mi tos ya no se escuchará. Es
curioso, aquí, en casa, no he tosido ni una vez desde el viernes.
Continuo
escuchando el rumor de los motores de las máquinas de coser y mi memoria comienza
su propio derrotero.
Entonces
los veo. Mamá cose. La tela se desliza sobre la mesa que papá construyó para la
máquina, y cae al piso, donde crece una montaña de prendas a medio hacer. Mi
hermana cose a mano, terminando vestiditos de nena que pronto estarán en las
vidrieras de los negocios de Villa del Parque. Yo enebro agujas.
Papá,
inclinado, apoya el brasero que creó con una base de garrafa vieja. Lo ha
encendido afuera, en un patio que pronto se transformará en otra parte de mi
casa en construcción. Ha dejado que las brasas ardan hasta que no emanen más
gases peligrosos, y protegiendo sus manos con guantes de descarne y un trapo
grueso, lo ha entrado para caldear el ambiente.
Estoy
en esta casa después de tantos años. Mi habitación entonces no existía, solo
formaba parte de un proyecto. Y el lugar donde mi evocación me lleva, es ahora
parte de la casa de mi hijo. Mis padres ya no están. Cada rincón del edificio encierra
su presencia. De pronto mi rostro dibuja una sonrisa: la niña que fui nunca ha
sentido frío.
También escribe esto, para su nieto:
Y ahora es mayo
Arribaste en diciembre
cuando las golondrinas festejan todavía el equinoccio.
Y ahora es mayo, primavera en las otras latitudes.
Con tu sonrisa
un par de golondrinas alzan vuelo
buscando un sol más tibio
rumbo al solsticio.
Culmina
un nuevo giro al sol.
un nuevo giro al sol.
Renace
la vida allá en el norte.
Y tu sonrisa
Iluminando inviernos incipientes,
entibiando el espacio en el que habito.
tuve muchas sonrisas,
transite tantos mayos.
Pero este es diferente:
Abrirá ese portal hacia un mañana
donde cuesta el asombro,
donde el tiempo se acota
presagiando el invierno.
Y en ese invierno
que asalta por la espalda,
que acecha,
que invade,
que ya no va a marcharse,
tu sonrisa es mi abrigo.
Nélida E. Bertolone
Nélida E. Bertolone
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