Yo y yo
Era yo, sí era yo! Tan igual como si me estuviera mirando al
espejo. Pero con unos años menos.
Foto no era, era pintura. ¡Era pintura! Calculo que de 1800
por el material, pero… ¿Cómo estaba yo ahí? Con el pañuelo al cuello que mi
abuela me había dejado como única herencia aquel abril que partió.
Había decidido ir al Museo porque la muestra cerraba pronto,
después de todo no era algo que se iba a repetir . Caminé por la galería
principal hacia los ventanales de fondo y ahí estaba. Al lado de una puerta de
madera, iluminado con un spot de luz fuerte, cegadora…
El cabello recogido con una trenza, la carita pálida y
triste. Si, era yo, no había dudas.
“¿Quién es el autor de ese retrato?”- pregunté.
“No lo sabemos”, me respondió la curadora. Y eso que ella
sabía bastante de arte, tanto que había montado un mes antes una exclusiva
colección de Miró.
“Ese cuadro estaba en medio del resto, seguramente vino por
equivocación, no sabemos el autor, no está firmado”.
Me sentía rara, mi imagen plasmada en un lienzo por un
artista desconocido, mi imagen ahí, ahora y yo mirándola, mirándome.
Sentí que detrás mío había alguien, cuando una mano me tomó
la mía y me sumergió dentro de la pintura. La mano me apretó fuerte y de un
salto aparecí del otro lado.
“Apurate que ahí viene”, me dijo mi voz. “No te asustes, que
te voy a ayudar”.
Mi yo, corrió hacia atrás conmigo y salimos de encuadre.
En el salón, parado detrás de una columna, estaba él,
apuntando a la pared vacía donde alguna vez hubo un cuadro de mí misma.
Ahí, sin entender mucho lo que pasaba, nos sentamos en el
banco de “El Retiro”, para descansar un poco de la corrida.
©Silvia Vázquez
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