Estaba sentada en la cocina esperando que se termine de
cocinar la salsa.
¿Sabes qué, tía?
Sentí ese aroma especial, el mismo que se olía cuando
pasaba por delante de la ventana de tu cocina. Desde la
vereda ya sabía que estabas cocinando salsa. Y no acostumbro a ponerle laurel.
Era eso, tía. El aroma a laurel. Recordé tantas cosas…
Las tardes juntas viendo como cosías vestidos de novia, de
fiesta, polleras que me enseñaste a cortar y coser. Vestidos de muñecas…
En medio de todo eso, el tío, apurado por cenar a las siete
de la tarde, y vos entre costuras e hilos enredados, cintas al vies y cierres, pero
con la comida al fuego.
Paso por la puerta de tu casa, hoy tan cambiada… El jardín
que tanto cuidabas está lleno de yuyos y hay una pared que divide el patio
donde cosías en verano.
Te extraño,¿ sabés?
El olor a laurel no es el mismo del tuyo. Algo le falta.
Nunca sabré qué es. O sí, tu mano asturiana para cocinar. Tu paciencia y temple
para aguantar en tus espaldas horas de máquina y tizas.
Seguiré usando laurel en mis salsas, si eso hace que te
recuerde así. Donde sea que estés, seguro me estás viendo. Seguro me visitarás
el próximo cumpleaños prometiendo volver y yo, diciéndote que no me falles al
año siguiente por que te iba a buscar. Pero al final no volviste. No tengo dónde ir a buscarte. O posiblemente
sí. Estás acá conmigo. En el aroma a laurel y en tus azaleas repletas de capullos.
©Silvia Vázquez
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El laurel convoca los recuerdos, así es. Gracias.
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