viernes, 29 de mayo de 2020

Lo original de la suerte o la desgracia. Por Ramiro Miret Pérez




Me crié en Villa Cañás, pueblo agrícola ganadero del sur de la provincia de Santa Fe en Argentina, siempre digo que me crié y no que nací porque la realidad cuenta otra historia y es que mi madre me dio a luz en Venado Tuerto. Todo por obra y gracias del médico obstetra que la atendió durante todo el embarazo que por aquellos tiempos tuvo la brillante idea de vacacionar la última semana de febrero y se le extendió unos días, así que me tocó salir a pelear por un lugar en esta vida en una ciudad cerca de mi pueblo, a escasos 50 km. Igual para mi es todo lo mismo, no me gusta mucho hablar de límites y fronteras, creo que esas cosas siempre perjudicaron el crecimiento de nuestra especie, aunque, de igual manera, no imagino cómo sería el contorno de la civilización. Tal vez, la misma ambición nos haría librar una batalla a diario. Un desastre. Pero bueno, no me gusta, por eso llevo tatuado en mi mano menos hábil la frase “sin fronteras”. Así me considero.
Desde muy niño y tomando de ejemplo nacer en otra ciudad, subir al auto y partir, era una práctica habitual en mi infancia, Rubén, mi padre, siempre ligado a la actividad política e institucional, frecuentaba reuniones en diversas ciudades, por entonces salíamos en familia los cuatro. Santa Fe capital, Rosario o la hoy ciudad autónoma de Buenos Aires eran destinos fijos, sumado a las vacaciones de verano en la costa o en el sur de Brasil, viaje que Miret hacía sin ceder el volante y a toda carrera por llegar antes a disfrutar de las playas y los peixe fritos. Los fines de semanas largos en el campo de Córdoba que tenían en sociedad con mi tío y otras familias de nuestra ciudad también y los kilómetros a Benito Juárez de los parientes de Paoloni se sumaban a la lista de momentos en familia arriba del auto. Lo importante, quizás sin darnos cuenta, era viajar, siempre viajar. Tal vez de ahí venga mi locura, esa adicción que tengo, aún que sin padecerla y opuestamente disfrutándola, por la carretera y más tarde por los aeropuertos.
Entre medio de algunas de estas salidas me tocó, particularmente, vivir algunos momentos históricos en primera persona. A la gente que vive en grandes ciudades o capitales del mundo tal vez puede parecerle normal haber pasado diez minutos antes de que los aviones se estrellaran sobre las Torres Gemelas, o en la mañana haber caminado sobre Arroyo y Suipacha hasta la farmacia de calle Juncal, previo a que explote la bomba en el atentado en la Embajada de Israel. Para los que venimos de pueblos o ciudades muy pequeñas, no nos es habitual toparnos con grandes hechos o manifestaciones, más que algún paro de camiones o la “carpa docente” a los que tenemos la posibilidad de viajar a la Capital.
Pero una vez me pasó algo extraño, a mediados de diciembre de 2014 llegamos a Barcelona con Ana María y Pablo, mi madre y mi hermano respectivamente a visitar a familiares. En una charla con mis padrinos consultaron si queríamos recorrer algo más de Europa, entre las opciones estaba Grecia, pero fue dada de baja rápidamente ya que en invierno no se recomienda la visita, si lo que quieres es disfrutar del mar y otros paisajes más allá del contenido histórico cultural, así que unificamos el concepto y decidimos París, saldríamos el sábado 10 de enero con destino a la capital gala pero lo que no sabíamos era que en nuestros libros de destino se cruzaría la masacre de Charlie Hebdo y 16 personas más en la sede de su semanario el miércoles anterior, nosotros ya teníamos todo reservado, hospedaje e incluso algunas excursiones. El domingo 11 una manifestación inundó París con cerca de 2 millones de personas rumbo a la plaza de la Bastilla, lo que simbólicamente para el argentino es Plaza de Mayo.
Ómnibus blindados, pintados de color negro, polarizados en su máximo nivel, hasta con cierto brillo reflectante que no permitía distinguir, en lo más mínimo, lo que ocurría adentro del habitáculo, recorrían la ciudad custodiados por las fuerzas francesas, Josep mi padrino quien dedicó más de cuarenta años de su vida a ser chofer de una empresa similar me contó lo siguiente, <<en esos coches, seguro, van primeros ministros, mandatarios, y algún otro de alto rango jerárquico>>. Pero uno no toma dimensión de lo que te cuentan en ese preciso instante, sino unos días después o 5 horas más tarde cuando, por fin logramos atravesar la marea humana, que reclamaba el cese de violencia y justicia por estos personajes acribillados. Una vez resguardados en el hostal, encendí el televisor, y pude verme a mí mismo alejándome de mi ser, como una cámara se aleja del personaje en un film y me vi ahí, sentado en la cama de un cuarto de hotel, de un país que no conocía, mirando las proyecciones de un noticiero en otro idioma, pasando como diapositivas imágenes de lugares donde yo mismo había estado hacía apenas unos momentos atrás, parecía una ficción, pero estábamos ahí, en un hospedaje a escasos 50 metros de donde fusilaron al ilustrador y a todo su equipo de trabajo. Y también a unos 200 metros de donde la policía alcanzó a los asesinos y sin medir derechos humanos, palabras, reclamos, ni nada que se asemeje, arremetió contra sus humanidades dejando los cuerpos como colmenas imperfectas, cambiando abejas por plomo y brillosa miel por oscura y salada sangre que bosquejó la acera con un halo de justicia.
Mi padrino tenía razón, cuando comentó, que en aquellas naves negras que a él le había tocado manejar, llevando al cónsul de no sé qué país, estaban en París para cumplir la misión de llevar al reducido séquito de los primeros ministros, presidentes y reyes que maniobraban los hilos de las marionetas en las tierras europeas, todos se habían hecho presentes en la multitudinaria marcha que yo, ahora, miraba detrás de una pantalla plana empotrada a la pared del hotel. Pensaba en lo surrealista de esa ocasión que planeamos ir a recorrer y visitar esa hermosa ciudad y nos topamos con un lugar casi sitiado, soldados resguardando la seguridad del pueblo a los alrededores de la Catedral de Notre Dame, miradas desconfiadas caminando por Champs-Élysées, aunque más allá de todo la Torre Eiffel nos esperaba con una vista impávida.
No sé si es parte de la suerte o de la desgracia, si es el ying o será el yang, el hecho de quedar expuesto en situaciones que el destino tiene reservado para cada quien y uno no se imagina lo que vendrá, poco predecible resultó mi futuro de hoy.
Este retiro involuntario, o voluntario al fin, al que estamos sometidos se asemeja a tener que batirse en un duelo a muerte con balas de goma, así de interminable y morbosa como la compleja sensación de incomodidad de mirar a un ciego a los ojos.

                                   

Hoy vuelvo a caminar por ese mismo pensamiento de asombro, me encuentro en una habitación no muy grande, con una ventana que da al oeste, sobre avenida Meridiana, donde veo dormir el sol cada tarde y puedo ver sus primeros brillos reflejar en los edificios de enfrente cada mañana. Llevo no sé cuántos días confinado, prefiero esa palabra ya que decir encerrado me suena a jaula, a presos, a zoológico, a vis a vis y aunque por estos días no tenga a disposición mi libertad, la de salir a la calle, ni el pasaporte al día para visitar a mis amigos y mi familia, pienso mucho en esto de estar aquí, llevando de la mejor manera este acoso de la pandemia mundial, que si bien, no me roza sólo a mí, me halla en un sitio al que yo elegí sin imaginar que el pañuelo del mundo estaría planchado y doblado de esta manera.
Por último me lleva el recuerdo a octubre de 2016 a un viaje que hicimos con Lucas, nos encontramos aquellos mismos colectivos negros surcando las proximidades de la Puerta de Brandeburgo en Berlín, rumorearon unas ancianas que se trataba de una reunión muy importante para firmar un tratado o una tregua, descubrimos la visita de Vladimir Putin y François Hollande a Angela Merkel y era posta. El Francés y la alemana le estaban pidiendo al ruso el cese del bombardeo en la zona de Siria, pedían algo serio por Siria, más allá de la broma y nosotros estábamos ahí andando esas calles como si nada, como dos turistas criados en un pueblito en el sur del culo del mundo, como la primera vez que visitas una ciudad, que no te alcanzan los ojos para apreciar y descubrir tanta belleza, tanta arquitectura, caminábamos sin recordar que en el History Channel y en las bibliotecas hay infinidad de capítulos hablando de ello, volvimos en mitad de la noche hasta el hotel como si Kennedy y Oswald no hubieran existido. Como si nunca en la historia hubieran asesinado a un presidente.

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3 comentarios:

  1. EXCELENTE RELATO, EN EL QUE EL LECTOR PUEDE DEJARSE LLEVAR Y SUMERGIRSE EN LA HISTORIA.

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  2. Excelente relato, en el que el lector puede sumergirse e imaginar cada situación descripta, trasladándonos al momento de los hechos.

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  3. Muy bueno! Muy buen escritor Ramiro.

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