viernes, 1 de marzo de 2024

Escritor invitado: Javier Cajal

 Javier está iniciándose en la escritura. Le damos la oportunidad de ser leído? Vamos a incentivarlo a que lo siga haciendo...



Manuscrito del Dragón 


Solo era un escritor más, sin ideas novedosas. Sin una imaginación brillante ni mucho menos ingeniosa, nada a destacar. Excepto claro, la inconmensurable pasión de plasmar aquellos pensamientos intermitentes sobre las fibras de celulosa. Aquel mundo rústico dónde los interminables conflictos sacudían la cotidianidad efímera del hombre. Sí, Un mundo donde los seres mitológicos se hacían presentes, donde la ficción no era más que el vago pensamiento de un niño dotado de abrupta imaginación. Un escritor como cualquier otro, con el ambiguo egocentrismo digno del más soberbio de los nobles, sólo podía imaginar hablar de los seres mitológicos en sus obras, más sin embargo.

 ¿Cuántos libros ya existían sobre aquellos dragones? 

¿Cuántas historias fueron descritas a lo largo de la historia sobre héroes? 

Sí, el pesimismo del fracaso atormentaba su corazón como la fantasía arremetía con la razón. No importa pensó, mientras observaba fuera de su ventana, aquél escritor quedó ensimismado observando la tenue luz proveniente del hogar vecino, una vela como cualquier otra. Insignificante, repugnante, pero diligente; no importa cuán horrible sea, ella ha de cumplir su papel inclusive si su vida ha de consumir, musitó con una voz imperceptible en la negrura de la consonante noche. La luna se ocultaba intimidada por un nuevo amanecer, un nuevo día de estremecedoras esperanzas. 

Finalmente los primeros rayos de la mañana inundaron el pueblo desbordado del somnoliento suspiro de los hombres. Seguía dormido, sin ánimos de despertar. Pues se había desvelado observando la llama tan tenue en la lejanía de un hogar. Una figura de enormes proporciones quedaba plasmada en las retinas de aquél pueblo, no era la primera vez que veían un dragón más sin embargo fue la primera vez que vieron uno de esas proporciones, aquella bestia agraciada de enormes alas elegantes como la seda, observaba aquel pueblo. Sus ojos irradiaban el más puro anhelo destructivo, digna de la criatura más vil. Sus enormes alas arremetían con fiereza sobre las nubes, aquellos dientes oxidados exhalaban chispas que harían temblar al más valiente de los héroes. 

En un pueblo alejado de toda región afamada, aquel escritor como cualquier otro de tantos escritores quedaba atónito al ver aquella criatura, las palabras no podían describir semejante ser. Bello, honrado, intimidante, elegante, ninguna era suficiente para expresar aquella admiración repentina. Dudó de sí mismo y exclamó cómo cuál campesino empobrecido clama por una mejor cosecha. 

¿Quién era yo para tan siquiera evitar hablar de estas criaturas? 

Se iluminó como se iluminan las velas de hogares aledaños con la llegada de la penumbra nocturna. Por fin sabía con total certeza lo que debía escribir. 

Qué importaba ser otro texto más del sinfín de historias, que importaba morir en el anonimato, todo eso era insignificante ante la majestuosidad de tan hermosa criatura. Los dragones son criaturas nómadas mencionó un anciano mientras vislumbraba al dragón, dicho eso la semilla de la duda fue plantada en aquel pueblo. Seis puestas de sol transcurrieron desde que se dejó entrever aquél dragón. Todos los amaneceres dicho dragón surcaba con gran majestuosidad aquella planicie cerúlea, aquel lienzo inmaculado. 

Reinante sobre el más incierto pensamiento de credulidad humana ante la ficción. Las miradas de admiración iniciales se opacaron dejando paso al cinismo humano, el miedo se apoderó de ellos. ¿Por qué el dragón continuaba en ese pueblo? ¿Qué quería de aquellos campesinos y pueblerinos? Era desconcertante imaginar por qué una criatura como esa frecuentaba aquél pueblo, más sin acercarse nunca a los hombres. Una belleza inmaculada, una fuerza inamovible, una ferocidad inalcanzable representativa del ser más noble del planeta. En aquel escritorio de algarrobo quedaba plasmada la admiración de un pobre autor, ausente del presente, ignorante del incierto futuro. En la lejanía de tan hermoso paisaje, una figura de aspecto tenebroso rugía haciendo retumbar al cielo, haciendo acobardar al más valiente. Abrió su mandíbula dejando expuestos aquellos dientes corroídos de óxido, filosos y amenazantes capaces de arrebatar toda vida. Bramó cual tormenta, allí a ojos de unos pocos descendió una llamarada. Bastó un instante, un momento congelado en la inmensidad de aquel lienzo inmaculable. 

Aquel niño dotado de gran imaginación veía esa llamarada descendiendo como un ciervo ve los ojos de su depredador. Aquel momento congelado a ojos del niño fue súbitamente interrumpido, una explosión masiva irradiaba desde el centro de esa llamarada, expandiéndose como una mariposa tras cernir sus alas y emprender vuelo. Sus pupilas se dilataron mientras sus huesos quedaban expuestos, aquél niño dotado de imaginación dejó de imaginar, aquella vela aledaña fue consumida por el macabro fuego. En su escritorio de algarrobo aquel escritor ausente del presente escribía numerosas oraciones vacías, llenas de su admiración por tan majestuoso dragón, dejó escapar un largo suspiro mientras entrecerró los ojos en su paz imperturbable. 

Aquellas ventanas cristalinas cedieron ante tal macabro fuego, aquella oración inconclusa fue consumida en el vacío de la tragedia. Una lágrima recorrió su mejilla como un niño recorre una planicie de hermosas flores, finalmente su pensamiento cedió ante la cruda realidad que arremetió bruscamente contra él. Siempre lo supe pensó, los dragones y héroes no eran más que vaga ficción. Aquel desdichado autor comprendió finalmente que ese dragón de gran envergadura, de dientes corroídos por el óxido. No era más que un avión de guerra, aquella llamarada que impactó a un miserable niño dotado de imaginación, no era sino otra cosa que el arma más letal de tan cínica humanidad. Un autor desdichado, empobrecido, soberbio y egocéntrico, descifró mientras su alma era consumida. 

Al fin entendió, esa felicidad que añoraba ya la había encontrado. No se trataba de ser exitoso, bastaba con plasmar aquella pasión en palabras textuales. 

Una mueca de tristeza quedaba dibujada en aquel desdichado rostro, lo esencial fue invisible a sus ojos, solo allí en el tormento de pensamientos tuvo su añorada felicidad. 

Hiroshima 1945. 


©Javier Elías Cajal

Tres de Febrero, Buenos Aires

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