El retorno
Miré por la ventana. La
nieve ya estaba desapareciendo de los campos polacos. La primavera estaba a
pleno. Hacía apenas 1 año había nacido mi hermana Anna, en la misma casa que
cinco años atrás habíamos estrenado mis padres y yo.
El viento soplaba fuerte
pero la tarde se sentía apacible. En la radio se escuchaban las últimas
noticias. Hitler se había suicidado por la mañana . Sentí un alivio. Ya no se
escucharían los estruendos de las bombas
a toda hora. Ya no vería pasar filas de soldados nazis por las
calles de Blazowa, destruyendo todo a su
paso. Pero mi pueblo ya nunca más sería tranquilo. Nuestro padre tomó la
decisión de partir.
Las valijas estaban
preparadas al lado de la puerta del frente. El tren salía esa misma noche hacia
Southampton, donde un barco cargado de gente con los mismos sufrimientos a
cuestas, nos esperaba.
Cuando bajamos del
barco, controlaron nuestros documentos y nos permitieron salir. Un amigo del
tío Marek había preparado todo muy
cuidadosamente para que no tuviéramos inconvenientes. Así fue, cada uno de
nosotros tenía una valija de cartón en
la mano, menos Anna que era muy pequeña. Caminamos hasta una oficina donde nos
esperaba un médico, que estampó un sello en los papeles, y pasamos a una sala
enorme donde controlaron toda nuestra vida metida en las valijas de cartón.
.Esa noche dormimos en el Hotel de Inmigrantes. Era enorme, y cómodo, y no escuchaba ruidos ensordecedores. Me despertaba para recordar que ya no estaba en casa, y me volvía a dormir esperanzado el día que vendría.
Afortunadamente la
ciudad nos trató bien. Papá consiguió trabajo pronto y nos fuimos a vivir no
muy lejos del centro.
Cada vez que podíamos,
dábamos un paseo por el puerto para ver los barcos cargados de gente, y
revivíamos nuestra tarde aquella, cuando pisamos este suelo.
Años más tarde, nos
mudamos a Oberá, Misiones. Habíamos aprendido el idioma pero nos costaba
todavía integrarnos. La timidez, era parte de nuestra vida.
Trabajé como carpintero.
Era de los buenos. El abuelo y papá me habían enseñado los primeros pasos
cuando era un niño aún.
Pasaron muchos años y aún siento en la piel ese frío de las mañanas de invierno, el dolor en las plantas de los pies, por caminar en la nieve. El olor a leña, las hojas de los árboles moviéndose al compás del viento. Siempre soñé con volver a mi pueblo.
Ahora camino despacito
sobre los adoquines húmedos de las calles de Blazowa. Ya no están las mismas
ventanas con rejas negras ni las niñas de trenzas rubias asomadas en ellas.
Yo tampoco soy el mismo.
Mis piernas están acompañadas de un bastón de madera dura y fuerte. Mis escasos
cabellos blancos se asoman bajo una gorra gris abrigada que mi hija mayor me
regaló antes de viajar.
-Abrigate abuelo- me dijo Victoria- acordate que en
Polonia hace mucho frío.
Estaba oscuro, algunas
estrellas se estaban asomando.
Doblando la esquina,
estaba yo, jugando con los cordones de mis botas marrones, esperando que papá
vuelva a casa con algo para comer. Lejos, se oían las bombas caer sobre los
campos sembrados.
Me entregué a mis
recuerdos tranquilamente, miré a mi nieta, apoyé mi cabeza sobre su hombro y me
dormí, esperando que mamá me llame para compartir entre los cuatro la cena
recién servida.
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