viernes, 15 de marzo de 2024

Narrativa: El retorno

 

El retorno

 

Miré por la ventana. La nieve ya estaba desapareciendo de los campos polacos. La primavera estaba a pleno. Hacía apenas 1 año había nacido mi hermana Anna, en la misma casa que cinco años atrás habíamos estrenado mis padres y yo.

El viento soplaba fuerte pero la tarde se sentía apacible. En la radio se escuchaban las últimas noticias. Hitler se había suicidado por la mañana . Sentí un alivio. Ya no se escucharían los estruendos de las bombas  a toda hora. Ya no vería pasar filas de soldados nazis por las calles  de Blazowa, destruyendo todo a su paso. Pero mi pueblo ya nunca más sería tranquilo. Nuestro padre tomó la decisión de partir.

Las valijas estaban preparadas al lado de la puerta del frente. El tren salía esa misma noche hacia Southampton, donde un barco cargado de gente con los mismos sufrimientos a cuestas, nos esperaba.

 Buenos Aires estaba oscuro, no había nadie conocido esperando en el puerto. Los paisanos habían quedado allá lejos, esperando detrás de las rejas de sus casas un futuro mejor. Papá no quería esperar.

Cuando bajamos del barco, controlaron nuestros documentos y nos permitieron salir. Un amigo del tío Marek  había preparado todo muy cuidadosamente para que no tuviéramos inconvenientes. Así fue, cada uno de nosotros tenía  una valija de cartón en la mano, menos Anna que era muy pequeña. Caminamos hasta una oficina donde nos esperaba un médico, que estampó un sello en los papeles, y pasamos a una sala enorme donde controlaron toda nuestra vida metida en las valijas de cartón.

.Esa noche dormimos en el Hotel de Inmigrantes. Era enorme, y cómodo, y no escuchaba ruidos ensordecedores. Me despertaba para recordar que ya no estaba en casa, y me volvía a dormir esperanzado el  día que vendría.


Todavía recuerdo esas imágenes cuando despierto por las mañanas en casa. . La nieve y el miedo quedaron allá en  Blazowa.

Afortunadamente la ciudad nos trató bien. Papá consiguió trabajo pronto y nos fuimos a vivir no muy lejos del centro.

Cada vez que podíamos, dábamos un paseo por el puerto para ver los barcos cargados de gente, y revivíamos nuestra tarde aquella, cuando pisamos este suelo.

Años más tarde, nos mudamos a Oberá, Misiones. Habíamos aprendido el idioma pero nos costaba todavía integrarnos. La timidez, era parte de nuestra vida.





Trabajé como carpintero. Era de los buenos. El abuelo y papá me habían enseñado los primeros pasos cuando era un niño aún.

Pasaron muchos años y aún siento en la piel ese frío de las mañanas de invierno, el dolor en las plantas de los pies, por caminar en la nieve. El olor a leña, las hojas de los árboles moviéndose al compás del viento. Siempre soñé con volver a mi pueblo.

 

Ahora camino despacito sobre los adoquines húmedos de las calles de Blazowa. Ya no están las mismas ventanas con rejas negras ni las niñas de trenzas rubias asomadas en ellas.

Yo tampoco soy el mismo. Mis piernas están acompañadas de un bastón de madera dura y fuerte. Mis escasos cabellos blancos se asoman bajo una gorra gris abrigada que mi hija mayor me regaló antes de viajar.

            -Abrigate abuelo- me dijo Victoria- acordate que en Polonia hace mucho frío.     

 Me tomó de la mano, y caminamos unas cuadras hasta el centro. Allí, sobre un banco de piedra, apoyé mi bastón, dejé a un lado la gorra gris, y miré hacia el cielo.

Estaba oscuro, algunas estrellas se estaban asomando.

Doblando la esquina, estaba yo, jugando con los cordones de mis botas marrones, esperando que papá vuelva a casa con algo para comer. Lejos, se oían las bombas caer sobre los campos sembrados.

Me entregué a mis recuerdos tranquilamente, miré a mi nieta, apoyé mi cabeza sobre su hombro y me dormí, esperando que mamá me llame para compartir entre los cuatro la cena recién servida.

 

 ©Silvia Vázquez


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