El sábado 20 de
abril tuve la dicha de poder viajar a la Provincia de La Pampa, más
específicamente a la ciudad de Anguil, a 586 km de Buenos Aires.
Me recibió muy
amablemente la bibliotecaria, Cristina Sphan, con quien conectamos por medio de
la Sra Olga Carassay, ex directora de la Escuela de Anguil.
Cristina me
mostró las instalaciones de la biblioteca, que está en la vieja estación de
ferrocarril. Cuenta con numerosos libros, revistas, fotografías y recuerdos de
la vieja época cuando el tren llegaba a ese pueblo.
Firmando libro de visitas |
Cristina
recibió la donación de libros que llevé y también adquirió algunos ejemplares
de mi libro “Aceptalo, tenés 50” y “Rocío de palabras”.
Cristina Sphan-Susana y yo |
Luego se sumó la Sra.
Presidente de la Biblioteca, Silvia Carassay Moyano, quien resumió la actividad del lugar. Como
toda biblioteca popular, necesitan de la colaboración de los vecinos, para
recaudar fondos, ya que reciben solamente una parte del dinero para pagar sueldos.
Para ello organizan eventos a tales fines.Entre los objetos preciados y guardados en la biblioteca, hay un telégrafo, faroles y tarros tamberos, un acordeón,sombreros tejidos a mano y ponchos.
Telégrafo |
Farol ferroviario y tarros lecheros |
Me sentí
sumamente halagada, ya que ella misma tomó fotografías para publicar en la
página de la biblioteca y me regaló una de las bolsas con el logo,que son
vendidas para recaudar fondos. La pizarra con
apuntes delataba un taller literario que está en marcha.
Perfectamente
clasificados, los libros y revistas, se suman a una colección de fotografías de
pueblos originarios, en especial del cacique Pincen. Entusiasmada con la idea
de saber quién fue, investigué lo siguiente:
EL CACIQUE
RANQUEL PINCEN
Silvano Pincén, nieto del cacique-fotografía original- gentileza Biblioteca |
Sobre el nombre
del cacique Pincén se han planteado varias conjeturas, El más correcto, el
originario asignado por caciques y ancianos de su tribu, es Tapiseñ o Piseñ
(las cosas que dice). El más común y utilizado fue siempre Pincén, aunque él
mismo firma en algunas oportunidades como “Vicente Catriano Pinseñ”. Más al ser
bautizado, en 1879, en su cautiverio de Martín García, adopta el de “José
Pincén”. El “José” lo toma del padre lazarista José Birot que ayudaba a los
indios en sus desgracias en esa isla, donde los diezmó una feroz epidemia de
viruela.
nstalados ya
los borogas en Carhué, la tribu ranquel del cacique Rinque, donde estaba
Pincén, emigra a otras tierras de ranqueles en Chadileuvú. Con una hija
adoptiva de este jefe, Añatú Rinque (venida a la toldería con su madre, una
cautiva sanjuanina), se casa el entonces capitanejo Pincén cuando tenía
alrededor de 25 años y ella 14. Esta mujer blanca no se separará nunca de su
esposo, ni aún cuando le ofrecieran llevarla al seno de los suyos, de donde
provenía. Pincén se casa cristianamente con ella durante su prisión en Martín
García. Añatú Rinque de Pincén vivió, según sus descendientes, unos 117años.
Pincén nació en
Carhué hacia 1807, de madre cristiana (una cautiva cordobesa o quizás de San
Juan o San Luís). Era blanco y alto, bastante más alto que sus hermanos
ranqueles y aún más que los araucanos.
Pincén |
A la muerte de
su suegro el ranquel Rinque, Pincén es elegido cacique de su tribu. Supo tener
caserío en Malal (corral), entre Santa Rosa de Toay y Trenque Lauquen, donde
vivía con sus 15 mujeres, diez de las cuales eran cautivas blancas.
Aguerrido desde
muy joven, participó del hostigamiento que el cacique Runquel le hizo a las
fuerzas expedicionarias del General Juan Manuel de Rosas en 1833.
Pincén combatió
al huinca (cristiano) durante casi toda su vida, hasta pasados los 70 años,
siempre con lanzas, cuando sus adversarios ya disponían de los fusiles
Remington, grandes cañones y ametralladoras, a más del apoyo del ferrocarril y
el telégrafo.
Se las
arreglaba Pincén, con astucia, inteligencia y rápidos desplazamientos para
cruzar cuando quería la famosa “Zanja de Alsina”, hecha construir por el
gobernador del mismo nombre. Era un espectacular foso de 3 metros de ancho por
3 de profundidad y 400 (¡cuatrocientos!) kilómetros de largo, sembrado de
fortines.
El cacique
organizó una fuerza que podemos llamar de elite, pues sobre la base de 300
lanzas fieles y muy adiestradas, se convirtió en el terror del Oeste pampeano.
Su idea era formar con todos los indios un gran ejército para defender sus
tierras enfrentando a muerte a “Don Gobierno”.
Sus principales
capitanejos también adquirieron renombre, como su sobrino Pichi Pincén (Pincén
Chico), con fama de ser el mejor baquiano de la época, y Nahuel Payún (barbas
de tigre).
Al coronel
Conrado “Toro” Villegas, que le seguía los pasos, lo combatió por años, y
llegaron a respetarse mutuamente.
Cnel. Villegas |
En una
oportunidad es sorprendido por una fuerza militar cuando llevaba un arreo
maloneado cerca de la Zanja de Alsina y debe retirarse con sus hombres
dispersos. Perseguido por un oficial que lo hiere de bala, cae del caballo.
Queda inmóvil hasta que llega su adversario, quien le pregunta: “¿Estás muerto
Pincén?”. “¡No –le grita el indio- sólo encogido!”, al tiempo que salta sobre
su enemigo, lo desarma y le quita el caballo.
En 1877 Pincén
da un golpe que llamaríamos “sicológico” para humillar al coronel Villegas. Le
roba gran parte de sus famosos “caballos blancos”, que eran su orgullo.
Sorprendió a los guardias, al lado mismo del comando.
Villegas trata
de perseguirlo y lucha con sus hombres con la retaguardia india. Agotados sus
caballos debe apearse y aceptar la lucha cuerpo a cuerpo. Está herido y tendido
en el suelo, por haber recibido varios lanzazos. A punto de ser ultimado, llega
Pincén al lugar y ordena: “¡No matar al huinca!”. Le perdona la vida pero “le
quita el sable, la lanza, las espuelas y las jinetas”. Villegas volvió solo y
herido al fuerte, con un mensaje de Pincén: “Decile a tus jefes que el
Remington no sirve con nosotros”. Esto no figura en los partes oficiales, lo
narra el citado Juan José Estevez, dando sus fuentes testimoniales.
En una
oportunidad, llevaba Pincén 4.000 potros robados en estancias, cuando las
tropas militares le preparan una emboscada a la salida de un cañadón. Las
fuerzas del gobierno estaban esperándolo pie en tierra y con los fusiles listos
para aniquilar la indiada que precedía al ganado. Pincén, advertido por sus
“bomberos” (vigías adelantados), decide lanzar los caballos delante a la
carrera, que atropellan, matan o hieren a los soldados, a quienes ataca con
lanzas.
Los combates de
Foro Malal (corral de los huesos) y los enfrentamientos de la Tapera de Díaz,
lo tienen como protagonista que siempre sabe golpear y escapar.
La caída de Pincén
El 11 de
noviembre, inexplicablemente, por descuido de sus “bomberos” (vigías), Pincén
es sorprendido en las cercanías de los toldos de Malal por una partida mientras
cuidaba animales. Estaba desarmado, solo con su pequeño hijo Nicasio, a quien
llevaba en ancas. La única resistencia, aunque imposible de lograr, hubiera
sido huir, pero con el hijo a sus espaldas, teme que lo maten con los fusiles a
pocos metros y listos para hacer fuego.
El subteniente
Rhode lo captura y lleva la preciosa presa al coronel Conrado Villegas a su
cuartel en Montes del Potrillo. Comunicada la novedad al general Julio
Argentino Roca, entonces ministro de guerra, éste ordena se lo confine en la
isla Martín García con su familia, previo paso por Buenos Aires para mostrarlo
como trofeo.
Con la captura
del viejo cacique, se cumplía la sentencia del ex ministro de guerra Adolfo
Alsina, quien había escrito: “… Pincén, indio indómito y perverso, azote del
Oeste y Norte de la provincia, jamás se someterá, a no ser que por un golpe de
fortuna, nuestras fuerzas se apoderasen de su chusma (los no guerreros, como
también mujeres, ancianos y niños). Si esto no sucede, Pincén se conservará
rebelde aun dado el sometimiento de todas las otras tribus hostiles…” (cita de
“Prado, “Guerra del Malón”).
En un descanso
en Junín, se lo lleva a una fonda ante un fotógrafo. Cuando éste prepara su
gran aparato con trípode, el indio pronuncia unas palabras que traduce el
lenguaraz: “Ha creído que con ese instrumento lo van a matar y pide poder
despedirse de sus mujeres”. Por esos testimonios gráficos se sabe que el viejo
cacique vestía como gaucho, con chiripá y botas de potro, camiseta y camisa blanca.
La caída del
jefe ranquel fue celebrada como una gran victoria nacional. Así lo reflejan los
diarios “La Prensa” y “La Nación” de aquellos días. Este último diario, el 12
de diciembre de 1878, bajo el título “El Cacique Pincén” decía: “Ayer llegó a
esta ciudad el famoso cacique Pincén, que fue hecho prisionero, últimamente por
las fuerzas que expedicionaron a las tolderías, a las órdenes del coronel
Villegas. Acompañan al cacique varias mujeres, que son otras tantas esposas
suyas. El soberbio prisionero fue alojado en el cuartel del Batallón 6 de
Infantería de Línea. Muchas personas, fueron ayer a conocer personalmente al
cacique. Pincén se muestra muy abatido. Parece que extraña los aires de la
Pampa”.
Hasta se
difundió una carta que el héroe del momento, el coronel Conrado Villegas, envía
a su esposa: “Al llegar del desierto… ha sido el mayor premio a mis desvelos
recibir noticias de la amada de mi corazón, en el momento que regresaba de la
pampa trayendo prisionero al indio más indomable, Pincén…”.
Pincén confinado en la isla Martín
García
Pasa Pincén 3
años de terrible cautiverio en la isla Martín García, una guarnición qué luego
fuera prisión de varios presidentes constitucionales de la República,
derrotados por golpes militares. Está obligado a vivir miserablemente. Pese a
la imposición de trabajar como peón de pico y pala, la comida debe ser
suministrada por la caridad de frailes lazaristas que recolectan en parroquias
porteñas. Lo acompañan una hija menor y otros dos hijos más (un varón y otra
mujer) que quedaron ciegos por la viruela, una enfermedad traída a América por
los huincas.
Como costumbre
impuesta de la época, la “caridad de la civilización” se hacía con las mujeres
indígenas capturadas (o secuestradas), distribuyéndolas como sirvientas
(“chinitas”) gratuitas en casas de familias distinguidas que se comprometían a
catequizarlas. Instruirlas o pagarles por su trabajo no era obligatorio. Pero
muchas “chinitas” jóvenes eran entregadas a los soldados fortineros para
divertirlos y servirlos como esclavas.
Desde la isla
prisión, otro detenido cristiano le escribe al cacique una carta patética que
él firma y le envía al entonces ascendido a general, Conrado Villegas. Tiene
fecha 6 de mayo de 1882, a los 75 años de edad. Dice así:
“Señor General: aquí me
tiene Vd. padeciendo enfermo y con mis hijos ciegos Luisa y Manuel que quedaron
ciegos de las viruelas en Junín la única que esta buena es Ignasia que la edado
a nuestra madrina asta que se me saque de este presidio como me prometió.
“Yo mi general estoy mas
para morir, pues pedir un informe al médico yo me siento morir, alver mis hijos
tan desgraciados y que no pueda yo darles ni un pan.
“En fin mi general si se
es padre sabrá aserse cargo lo que sufro.
“Si consigue mi liverta
tiene un esclavo mientras viva”.
José Pincén (cacique)
Y la carta
tiene un agregado:
“Si a Ignasia la edado a
sido por conservar su honra como se me recomendó la conservase y aquí es
imposible porque estamos en un cuartel todos entreberados y yo todo el día en
los trabajos”
Muerte solitaria de Pincén
Ya octogenario,
Pincén es liberado pero abandonado a su suerte. Luego de visitar a su esposa,
hijos y demás familia en Trenque Lauquen, sintiéndose ya muy enfermo y próximo
a terminar sus días, con el deseo de morir solo, deambula trabajando de peón de
estancias. Se dijo haberlo visto por distintos sitios y la última vez habría
sido juntando maíz en chacras de San Emilio. No se sabe exactamente cuándo ni
dónde falleció. Una leyenda dice que fue en “Los Toldos” y que “unos huincas”
lo enterraron en medio del campo envuelto en un cuero de potro.
El 29 de
febrero de 1970, la revista “Siete Días” de Buenos Aires, publica un artículo
con declaraciones de Martina Pincén de Chuquelén, ya centenaria pero lúcida,
quien recordaba muy bien a su abuelo el cacique Pincén. Como su antepasado,
esta altiva mujer ranquel, odiaba aún al huinca y no se trataba con blancos.
Cuenta Martina
que su abuelo era muy cariñoso y apegado a la familia. Alegaba que no eran
salvajes como se dice si no que cultivaban la tierra y criaban ganado. “Los
toldos eran todas casas. Paja arriba, barro abajo. Paredes de barro y paja…
tomamos mate toda la vida”.
Martina se
refiere con rencor a “¡Ese Villegas!” y a los gringos, contando que “un hombre
gordo es el que vino a buscarlo. Querían todo lo que tenía el finado: campo,
hacienda, quitaron todo y lo llevaron. Los gringos… blancos le dicen Vds., pero
son huincas (cristianos)… los huincas venían a matar, por eso el indio mataba
también… los gringos son más rastreros que los indios…”. Posiblemente Martina
llama gringos a estancieros y pulperos.
La nieta de
Pincén y sus otros familiares se lamentan: “Nadie sabe si sus restos descansan
en alguna parte o fueron devorados por los caranchos”.
Fuente: http://www.institutomalvinas
©Silvia Vázquez
.....................................
Excelente relato sobre el cacique. Uno se proyecta a la época y siente admiración por los personajes.
ResponderEliminar