viernes, 19 de junio de 2020

Escritor invitado: Abel Rivera García, desde Colombia

UN AMOR EN CUARENTENA.




No había pensado que eso pudiese ser posible algún día.
Mi corazón, no ha podido aceptar que algo inesperado
pudiese alejarnos, e interrumpir los encuentros
de todas las tardes, con Mariela en el malecón;
y todo, por virtud de un sabio mandato legal,
expedido para contener la zafia virulencia
de esa inclemente pandemia mortal.

No he podido conformarme con su ausencia,
y me siento forzado por tan inesperadas medidas
que impone con rigor la Salubridad Pública.
¡Pero, nada puede contra la pasión entre los amantes!
¡Ni todos los huracanes ni las riadas más impetuosas!
Por lo que, acordamos vernos furtivamente en la playa
en estas tardes coloridas y nostálgicas de abril.
Hoy por la tarde, hemos acordado vernos a escondidas.
Desde la atalaya de mi piso residencial costanero,
observo al infinito en un celestial ocaso de bermejos tonos,
reflejados sobre ese mar en calma de mi Santa Marta.
Y de pronto, allí en tan bello escenario natural, la veo a ella,
mi bella Mariela, solitaria y descalza, caminando sobre la arena
que besan las olas en un apacible y cadencioso vaivén.
Por fin la tuve ante mí, y la apreté entre mis brazos de oso;
y la colmé de besos en su boca de fresa encarnada,
mientras nos acariciaba una suave brisa marinera
perfumada de algas, de caracolas y mar.
Permanecimos embebidos en caricias y suspiros,
hasta cuando el arrebol que enmarcaba el momento,
dio paso a la noche estrellada y a nuestra despedida.
¡Adiós, mi hermosa Mariela, reina de mi corazón!
¡Mañana te espero con el alma en mis manos!

©ABEL RIVERA GARCÍA.

Santa Marta, Magdalena, Colombia.
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