viernes, 23 de julio de 2021

Escritora invitada: Susana Grimberg

             “La ira y la pérdida de la razón.”.

                                                 “Desde que logré controlar mi cólera, la guardo en el bolsillo.                                                         La saco sólo cuando la necesito.” Talmud




Al borde de un ataque de ira

No voy a hablar sobre cuando la vicepresidente Cristina Fernández de Kirchner volvió a copar los medios con duras frases durante la audiencia en la que el Tribunal Oral Federal, trató los planteos de nulidad de la causa del Memorándum de Entendimiento entre la Argentina e Irán, que la tiene como acusada por supuesto encubrimiento de ese país en el atentado a la AMIA.

Al exigir la nulidad de la causa del Memorándum con Irán, la vicepresidente Cristina Kirchner, aseguró enfáticamente que esa investigación era "un disparate judicial, institucional y político", al tiempo que, como es su estilo, acusó al ex mandatario Mauricio Macri por la "persecución" judicial en su contra entre 2015 y 2019. A mi parecer, lo llamativo de su declaración es los juicios en su contra fueron iniciados cuando ella era presidente.
En ese momento, los medios y las redes sociales mostraron el lugar central que Cristina Kirchner posee en la política argentina. "Es un disparate que me acusen de encubridora", afirmó.

Como AMIA es un tema muy sensible para mí, reprimí no sólo mi indignación sino, francamente un ataque de ira.

Tampoco voy a hablar de los inciertos manejos respecto de las vacunas. Es que, al ideologizarse el tema, dejaron a mucha gente sin vacunar.
No se elige entre la salud y la economía si se privilegia la salud. Se elige entre más vacunas, cualquiera sea el origen, siempre y cuando esté aprobada por la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica, el Anmat.

La ira, la violencia y el maltrato.

Respecto del incremento de la violencia y el peligro de muerte que implica, nuestro Inconsciente descree de ese peligro, desde la imposibilidad misma de representación de la propia muerte. Justamente es en esto en lo que se funda el heroísmo, pues el héroe desdeña el peligro y la propia muerte le es ajena.

Sin embargo, que no haya representación de la propia muerte no hace que nuestro inconsciente no deje de deseársela al otro.” ¡Que se muera!” y otras frases parecidas, pronunciadas a diario, revelan los deseos de pequeños y cotidianos asesinatos.
Es preocupante la asiduidad con que cualquier sujeto, reacciona con un ataque de ira ante el intento del otro, el prójimo, incluso la pareja, de hacer valer un interés que le sea propio. El incremento del feminismo, da cuenta de esto.

En el diccionario etimológico de Joan Corominas, leemos que Ira deriva del latín: cólera, enojo. O sea, en la etimología aparecen sinónimos.
En realidad, hoy en día, tanto un piquete como una obra en construcción, un desvío en el tránsito, los pasajeros varados en otro país, suelen desencadenar un ataque de ira, gritos, forcejeos, trompadas.

La ira es una emoción como tantas otras, con la diferencia de que es esencial poder controlarla. Es una respuesta natural y hasta necesaria frente a amenazas, además de aportar respuestas para la supervivencia humana (por ejemplo, en caso de ataque).
La ira estimula al sistema nervioso incrementando el ritmo cardíaco, la presión sanguínea, el flujo de sangre a los músculos, los niveles de azúcar en la misma y la transpiración. Junto con los cambios físicos, también puede afectar el pensamiento.

En la sociedad moderna, estas emociones y reacciones son inhibidas en pos de la convivencia. Lo que convierte a la ira en acciones violentas es justamente la falta de control. Una pérdida de control típica es la del bebedor que, con sus sentidos alterados, empieza a insultar o golpear a otras personas. Pero no sólo él. En mi opinión, destruir propiedades que son de todos, no resiste ninguna excusa. Además, en nombre del bien, siempre se han cometido y se cometen los crímenes de lesa humanidad.

La mitología griega

La religión griega era politeísta: se adoraba a muchos dioses, que representaban, generalmente, las diferentes formas de expresión de la naturaleza humana.
Zeus, el más poderoso de los dioses griegos, era representado por los rayos que arrojaba desde la cima del Monte Olimpo; no tenía ningún texto sagrado o código de conducta, pero poseía numerosas historias y leyendas relacionadas con dioses, diosas, semidioses, criaturas míticas y seres humanos extraordinarios que, salvando las distancias, son muy similares a la vida cotidiana. Por ejemplo Eris, o la Discordia, una de las cuatro hijas de Zeus y Hera, conocida como la diosa de la disputa. Asociada con la rivalidad, los celos y la ira, era tan impopular entre sus compañeros dioses y diosas, que terminaba siendo la más rechazada por las deidades griegas.

Las furias, también llamadas las Erinias (erínein, ‘perseguir’) eran personificaciones femeninas de la venganza que perseguían a los culpables de ciertos crímenes. En Atenas, también se utilizaba eufemísticamente la perífrasis: “venerables diosas”. Se aludía a ellas como “ejecutoras de las leyes”, lejos de la ira que no era bien vista, como todo lo próximo a la desmesura.
Textos bíblicos

En la Biblia, la ira de Dios es la respuesta al incumplimiento de los preceptos. La idolatría, causa de la ira divina, fue la que llevó a Moisés a romper las tablas de la ley.
Miguel Ángel, en su escultura sobre Moisés, expresó con firmeza la ira. Confieso que cuando pude detenerme frente al Moisés, quedé totalmente subyugada por la fuerza y por los sentimientos que despertaba. Freud mismo, dijo: “intenté sostener la mirada despreciativa y colérica del héroe; muchas veces me deslicé a hurtadillas para salir de la semipenumbra de su interior como si yo mismo fuera uno de esos a quienes él dirige su mirada, esa canalla (el pueblo) que no puede mantener ninguna convicción, no tiene fe ni paciencia y se alegra si le devuelven la ilusión de los ídolos”.

No quiero dejar de lado a Caín y al crimen que, causado por su ira, le marcó el destino. Dice Lacan en “La ética...” que la cólera es esa pasión que precisa de una reacción del sujeto al fracasar la correspondencia esperada entre un orden simbólico y la respuesta de lo real.
Dios no se volvió, no miró el presente, le dio vuelta la cara. Caín se abatió y cayó. Enfurecido por el rechazo, Caín pierde su Edén pero, paradojalmente, entra en la existencia, con la marca de no haber sido responsable de su hermano, cuando cada uno es responsable por la vida de todos.

Cuando la ira incrementa la violencia

Como la ira ciega y ensordece, es difícil aplacar al que es empujado por ese sentimiento. El sujeto irascible se niega a aceptar que otro piense o actúe de una manera distinta y se corre el riesgo de bordear situaciones de extrema violencia. Es más, la ira, unida a la envidia, puede conducir a robar no sólo objetos sino ideas, escritos, ilusiones, a golpear hasta dejar inválido al otro, incluso matarlo.

Siempre sostuve que cuando se recurre a la violencia es porque se ha perdido la razón y, la pérdida de la razón conduce a naturalizar la violencia cotidiana. En mi opinión, podríamos pensar la justicia como la sublimación de la ira.

El pedagogo, filósofo y escritor Jaime Barilko, sostuvo que lo que identifica al hombre es la Ley, sostenida por la razón.

Maimónides hablaba de alcanzar el justo medio, el áureo camino que se aparta de los extremos.
Quiero concluir con esta frase de William Shakespeare:

“La ira es un caballo fogoso; si se le da rienda suelta, se agota pronto por un exceso de ardor”.
También, con este pensamiento del poeta latino Horacio (65 AC-8 AC)

“La ira es una locura de corta duración”.

Y, finalmente, con esta frase Filósofo latino Séneca (2 AC-65):

“La ira: un ácido que puede hacer más daño al recipiente en la que se almacena que en cualquier cosa sobre la que se vierte”.

©Susana Grimberg. Psicoanalista, escritora, ensayista y columnista.
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1 comentario:

  1. Mi agradecimiento a la escritora Silvia Mabel Vázquez por hacer extensiva a otros, mi nota sobre la ira, sentimiento que hoy, afecta a mucha gente.

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