“La envidia y el resentimiento en la política”.
La palabra envidia proviene del latín invidere, compuesta de "in" (poner sobre, ir hacia) y "videre" mirar. Envidia significa, pues, "poner la mirada sobre algo". Envidia (Latín: Invidia) en la mitología romana, era la diosa que personificaba la venganza y los celos. Su equivalente en la mitología griega era la fusión entre Némesis y Ptono.
Envidia, que aparece algunas en la mitología tanto griega como romana hizo de nuevo su aparición en el mito de Narciso y Eco.
Narciso era un bello joven del cual se enamoraban tanto muchachos como muchachas, e incluso ninfas, entre ellas Eco (la cual había sido castigada por Juno (Hera) a poder pronunciar solamente la última parte de lo que otros decían por haber hechizado con sus palabras a Júpiter (Zeus)). Eco se enamoró de Narciso, pero limitada por la maldición de Juno, terminó extinguiéndose por la pena hasta que solo quedó de ella su voz.
Más tarde, una muchacha desconocida -que también se había enamorado de Narciso y que había sido rechazada, suplicó a Envidia que algún día el desdeñoso joven conociera el dolor del amor no correspondido, momento en el que Envidia logra que un día, estando Narciso muy sediento y habiéndose acercado a un río para beber agua, vea su reflejo y se sienta perdidamente atraído por él. Viendo Narciso que no podía tener a la persona que deseaba, acabó arrojándose al río y los dioses lo transformaron en la flor que lleva su nombre.
La envidia y el resentimiento, no sólo suelen llevarse muy bien, sino que coinciden en el deseo de destruir al otro. La frase “muere de envidia”, remite a alguien que muere por causa de la pasión que, a fuerza de querer destruir o dañar a otro, se torna mortífera para el mismo sujeto que la siente.
EL crimen original
La envidia, está entre los siete pecados capitales. Es más, en el Génesis, leemos que fue por celos y envidia que Caín no sólo mató a Abel sino que, con este crimen, paradojalmente marcó el inicio de su existencia en la tierra.
Podríamos pensar el nombre, como la marca del destino. Nombre "al que nos sentimos unidos como a nuestra piel" dijo Freud. Como Caín, que no es sin Eva, porque es ella la que lo nombra como lo adquirido de Dios. Caín deriva del verbo hebreo canitti, cuyo significado es "adquirí, compré".
Leamos el Génesis IV, versículo 1). El hombre conoció a Eva, su mujer, ella concibió y parió a Caín; ella dijo: Adquirí (canitti) un varón de Dios".
Desde el comienzo hay un tropiezo. Algo hace obstáculo entre el hombre, Adán, y Eva-Madre-Mujer. Él creyó que conocía el mundo luego de haber probado del fruto del árbol del conocimiento, fruto prohibido y por eso deseado. Sin embargo, la introducción de Abel atenta contra ese conocimiento porque el mismo nombre conlleva un factor letal. Su nombre quiere decir “Nada, soplo, fugacidad”. El texto explícita una división de tareas para Caín y para Abel. Caín, el agricultor. Trabajar la tierra, penetrarla, surcarla, nos da la pista, de que algo del orden de un ideal viril activo, se puso en juego.
Dijo Lacan en "La ética en psicoanálisis" que las relaciones instrumentales, de las primeras técnicas, de los actos mayores de la agricultura, la de abrir el vientre de la tierra, se encuentran tan naturalmente metaforizados alrededor de algo muy preciso que es “el órgano sexual femenino, más exactamente la forma de abertura y de vacío".
Abel, el pastor, según algunos historiadores era el que ejercía un trabajo pasivo, delicado, en profundo contraste con la rudeza del agricultor. En "Los mitos hebreos" de Graves y Patai, Eva nombró a Abel, según será "su" destino.
Caín fue tomado por un sentimiento de despersonalización cuando el padre, lo interrogó. Esta pérdida de "ser querido" por el otro, está al comienzo del acto de Caín, ubica el crimen.
Crimen etimológicamente, es falta y el crimen como falta, ubica la entrada en la existencia de Caín. Dios no se volvió, no miró el presente que Caín le había ofrendado, le dio vuelta la cara. Caín se abatió y cayó. Caín perdió su Edén.
A una voz recriminadora ¿"Qué hiciste...?". La respuesta fue incriminadora ¿"Acaso soy el guardián de mi hermano”? El nombre, Hashem, uno de los sustitutos metafóricos para nombrar a Dios, es el que, no sin ira, decide el castigo de Caín. "Errante serás sobre la tierra". "¿Quién me protegerá?" preguntó Caín. “Sólo una marca en la frente”.
Después de la caída, el exilio. Errar no sin error. La errancia es de la palabra, pasión del significante que hace a la condición humana, que vacía lugares, para poder ir a otros y volver aún, pero habiendo partido.
La envidia en la historia.
En la Grecia antigua, Platón hace hablar a Sócrates sobre la envidia y así la define: “Es envidia la que provoca placer por las desgracias de los amigos”. “La envidia se tapa la cara con la risa burlona, aunque el alma se duela”.
Comprobamos, día a día, que el ser humano no es un ser manso, amable que, a lo sumo, es capaz de defenderse si lo atacan, sino que, como dijo S. Freud, le atribuye a su dotación pulsional una buena cuota de agresividad.
S. Freud, dijo claramente que el prójimo no es sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo.
¿Quién, en vista de las experiencias de la vida y de la historia, se preguntó Freud, osaría poner en entredicho tal apotegma? Bajo circunstancias propicias, cuando están ausentes las fuerzas anímicas contrarias que suelen inhibirla, desenmascara a los seres humanos como bestias salvajes que ni siquiera respetan a los miembros de su propia especie.
Quien evoque los horrores de la última Guerra Mundial, no podrá menos que inclinarse, desanimado, ante la verdad objetiva de esta concepción. También, el que tenga presente, la invasión de Rusia a Ucrania en la que no sólo se han asesinado a civiles inocentes sino que, por obra de los soldados del glorioso ejército ruso, se han violado y torturado a mujeres nada más que porque ser ucranianas además de por el placer de hacerlo.
En nombre de la igualdad
Si pensamos en la universalidad del mal de ojo, llama la atención que en ninguna parte haya la menor huella de un buen ojo, de un ojo que bendice. Por otra parte, la envidia está emparentada con los celos y el odio: no se envidia lo que posee el envidiado, sino la imagen que el envidiado proyecta en el mundo. Además, de que el odio al envidiado se pronuncia por no poder ser como é, ese odio conlleva el odio hacia la propia persona por ser como es.
Si un rey o el príncipe provocan envidia no es sólo por sus privilegios, sino porque el que lo envidia querría ser el rey.
S Freud, en Psicología de las masas y análisis del Yo, dirige la mirada hacia la brutalidad y crueldad de la guerra y dice que “un puñado de ambiciosos y farsantes inmorales no habrían logrado desencadenar todos esos malos espíritus si los millones de seguidores no fueran sus cómplices”. Incluso, atribuye estos horrores a la envidia originaria. “Ninguno debe querer destacarse, todos tienen que ser iguales y poseer lo mismo”.
La justicia social o el igualitarismo, apunta a que cada uno debe denegarse muchas cosas para que “también los otros deban renunciar a ellas o, lo que es lo mismo, no puedan exigirlas”.
Esta exigencia de igualdad es, por otra parte, la que propiciaron y propician los estados totalitarios que no contemplan la igualdad de posibilidades sino que conducen a rechazar las diferencias intrínsecas a cada sujeto. No hay que obviar que la exigencia de igualdad de la masa sólo vale para los individuos que la forman, no para el conductor. Todos tienen que ser iguales entre sí, pero todos claman por un líder, el que los mantiene unidos.
Los poderes que se le atribuyen a la envidia como secar la leche y de traer enfermedad y desdicha, es lo que la gente nombra como estar ojeado. El psicoanalista Jacques Lacan, en el seminario “Los cuatro conceptos fundamentales” desarrolla el tema de la envidia y dice que al hablar del mal de ojo, hay que tener en cuenta que la mirada en sí, no sólo termina el movimiento, también lo fija. El mal de ojo es el fascinum, aquello cuyo efecto es detener el movimiento y, literalmente, matar a la vida. También, dice Lacan que había pensado que “en la Biblia tenía que haber pasajes en que el ojo diera buena suerte” pero, definitivamente, no. Lo referido al ojo, nunca es benéfico sino que, siempre, es maléfico.
Es interesante pensar en que, cuando se hace referencia a la envidia, se puede asociar con el hecho de que se puede inocular o inyectar veneno a través de la mirada. Lo que no se espera es que el retorno de ese acto movido por la envidia pueda ser una vuelta contra sí mismo.
Emparentada con los celos y el odio, no se envidia tanto lo que posee el envidiado, sino la imagen que el envidiado proyecta como poseedor de ese bien.
El mal de ojo, también se relaciona con temas basados en la superstición y en la creencia del sujeto de que, por haber sido objeto de la envidia de otro, la mirada de ese otro pudo haberle producido síntomas como un fuerte dolor de cabeza, náuseas y toda clase de molestias.
Quiero concluir con esta frase de Friedrich Nietzsche.
“Nada en la Tierra consume a un hombre más rápidamente que la pasión del resentimiento”.
Y con este pensamiento de Ovidio:
En los campos ajenos, la cosecha siempre es más abundante.
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