“Sed precavidos con los poderosos, porque no suelen acercar así al hombre, a no ser por su propia necesidad. Se muestran como amigos en el momento de su provecho, pero no están con uno en la hora del apuro”. Talmud
El narcisismo de los políticos
Como expresé en otras oportunidades, estamos viviendo un momento de apogeo del narcisismo. El individualismo, el exitismo social, la prevalencia de la imagen y las ansias de poder, forman lo que podríamos llamar la cultura narcisista. El trastorno narcisista de la personalidad es una alteración típica que se caracteriza por la imagen distorsionada de sí mismo, el exhibicionismo y la falta de empatía. Pero, ¿qué es lo que sucede, cuando son los mismos gobernantes los que sostienen y cultivan esta posición?
Si el narcisismo puede ser definido como la conducta motivada por el placer de ser admirado, el exhibicionismo narcisista es la expresión clínica de la necesidad infantil de ser admirado, que se traduciría en el excesivo deseo o necesidad de atención y en una tendencia a presentarse como único y exclusivo.
Narcisismo primario
Según Sigmund Freud, el narcisismo primario es constitutivo del sujeto. Si consideramos la actitud de padres tiernos hacia sus hijos, dice Freud, habremos de discernirla como renacimiento y reproducción del narcisismo propio, supuestamente superado y que se manifiesta en la sobreestimación, la compulsión a atribuir al niño toda clase de perfecciones (para lo cual un observador desapasionado no descubriría motivo alguno) y a encubrir y olvidar todos sus defectos. Que el niño pueda tener mejor suerte que sus padres, es el deseo de los padres, aclara Freud, además de que no debería estar sometido a las necesidades objetivas que imperan en la vida: enfermedades, muerte, restricción de la voluntad propia, sobre todo porque él es el centro y el núcleo de la creación: His Majesty, the Baby.
Para expresarlo de un modo más sencillo, el cachorrito humano es el más dependiente en la escala animal dado que necesita de otro que le provea, durante años, de todo lo necesario para vivir. A partir de esto, es necesario reforzar el narcisismo del pequeño para que pueda construir su autoestima de la mejor manera posible.
Sin embargo, cuando el narcisismo se sostiene a través de los años, el sujeto aumenta en sus exigencias de seguir siendo su majestad. Esto se observa sobre todo en los políticos, especialmente en los gobernantes, los que, como si fueran reyes o, más aún, dioses, harán todo lo posible como para eternizarse en el poder.
Preparados recibir aplausos
Las personas narcisistas urgen de sus seguidores, el máximo de aclamación y pleitesía. Esa necesidad de continua aprobación no es sin consecuencias: exige un gran esfuerzo. Nada puede caer en el olvido, pues su objetivo no alude al ser sino a magnificar la pose.
Independientemente de su condición sexual, la persona narcisista se considera por encima de cualquier otro y, como tiene una enorme necesidad de aprobación, exige que los demás le corroboren cuán grande es. A su vez, la incapacidad para comprender al otro, lo torna un sujeto insensible y desconfiado. Intolerante con las críticas, reacciona de mala manera cuando alguien se atreve a corregirle algo. Manipula a la gente y genera las condiciones para que ningún otro pueda superarlo.
Los sujetos excesivamente narcisistas son un peligro para la sociedad, porque al quererse sólo a sí mismos, no establecen un lazo social válido y duradero. Como ustedes saben, el mito de Narciso, nos habla de ese joven que, incapaz de amar a alguien que no sea él mismo, al descubrir su propia imagen en el agua, se enamora en el acto de sí y muere ahogado al intentar abrazar (se) a su propia imagen. Cautivado por la imagen que está viendo, cree que es un cuerpo lo que es en realidad, agua. Y esto es lo que puede suceder cuando no hay valores y los afectos son como el agua.
La cultura y sus desafíos
S. Freud, expresó que es notable cómo, teniendo tan escasas posibilidades de existir aislados, los seres humanos sientan como una lamentable opresión, los sacrificios que la cultura impone, para posibilitar la convivencia. Es desconcertante que la misma cultura deba ser protegida contra los individuos, y que sus normas e instituciones deban cumplir esa tarea para no sólo apuntar a una mejor distribución de los bienes, sino poder conservarlos.
“Las creaciones de los hombres son frágiles, y la ciencia y la técnica que han edificado pueden emplearse también en su aniquilamiento”, dijo Freud.
Es parte de la desigualdad innata, y no eliminable, entre los seres humanos que se separen en conductores y súbditos. Estos últimos, que constituyen la inmensa mayoría, necesitan de una autoridad que tome por ellos las decisiones que, muchas veces, acatarán incondicionalmente. ¿Por qué? Por la promesa de una mayor igualdad que, fundamentalmente, se sostiene en el rechazo a las diferencias.
Los totalitarismos, decididamente, rechazan la alteridad. No sin los intereses económicos que los sostienen, apuntan a la eliminación de cualquier otro que, por ser distinto, pueda hacer tambalear sus “verdades supremas”. Además, como sus seguidores se mueven en bloque, terminan conformando un solo cuerpo (el corpus de la masa), con una sola cabeza, la del jefe que piensa por ellos. Esto sume a esa mayoría, en el anonimato: dejan de ser sujetos para ser una masa aglutinada, consecuencia por demás buscada por la gratificación que implica.
En Latinoamérica, el caudillismo, el liderazgo extremo, la concentración del poder, unidos al culto a la personalidad, son efectos de la misma cuestión: el narcisismo de los gobernantes y la necesidad, por parte de la masa, de un líder del que aceptan, con naturalidad, que una vez que llegan al poder, decidan no rendirle cuentas a nadie más que a sí mismos.
El Estado y sus instituciones están a las órdenes del líder. “El Estado soy yo”, diría el rey de Francia Louis XIV. Y esto es lo que escuchamos todos los días, a través de la cadena nacional. Se trata de un discurso similar al practicado por Mussolini y otros dictadores.
Con ciertas diferencias, pero emparentados, tanto en aquél entonces como ahora, los políticos practican el discurso del Bien, no para todos sino para ellos mismos. La gente lo sabe, pero no les importa. Se trata del desmentido perverso o el tan usado “Ya lo sé, pero aún así”. Avalan lo que los gobernantes hacen, dado que si ocuparan ese lugar, identificados con el/la líder, no podrían menos que aspirar a eternizarse en el poder.
Quiero concluir con estos dos versículos del Eclesiastés:
1:8 Todas las cosas están gastadas, más de lo que se puede expresar. ¿No se sacia el ojo de ver y el oído no se cansa de escuchar? 1:9 Lo que fue, eso mismo será; lo que se hizo, eso mismo se hará: ¡no hay nada nuevo bajo el sol!
Con este pensamiento de Aristóteles:
“El egoísmo no es el amor propio, sino una pasión desordenada por uno mismo.”
Y con esta metáfora del actor, director, productor y músico estadounidense que ha interpretado el papel «de un joven judío de Nueva York»:
“Twitter es la unión del narcisismo a toda velocidad y el voyeurismo a toda velocidad que finalmente han chocado en 140 palabras.”
©Susana Grimberg- Escritora-Psicoanalista
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