viernes, 25 de septiembre de 2020

Escritor invitado:Max Haro Díaz




 El espejo de cristales rotos

 Es domingo. La lluvia golpea los cristales de mi ventana con gordas y pesadas gotas de cárdeno otoño. Me levanto y asomo mis consternados ojos en dirección a la calle. El blanquiceleste cristal está empañado por una incierta humedad de pálido vaho oscuro. Con apuro, paso mi mano derecha hasta dejarlo muy limpio y trasparente.

 Afuera, el viento sopla con fuerza entre las madreselvas y los geranios rojos y blancos de mi balcón. Un frio helado me sobrecoge y lentas gotas de sudor salino recorren mis impávidas mejillas hasta caer al suelo. Miro el reloj con asombro. Es la hora 9:11 pm. De alguna manera mi sombra se refleja en un claro de la pared despintada de la habitación. En la calle el ruido de las sirenas es intenso, en cierto modo comprensible pero terriblemente perturbador.

 Fijo la mirada en la misteriosa sombra que con agazapados y lentos movimientos se acerca, cada vez más y más. Es una sombra opaca e inexplicable que cubre con siniestras y negras garras los límites de mi sorprendida silueta. Es opresiva e inhumana. Espeluznante y tenebrosa. Siento angustia y repulsión. Está casi frente a mí. ¡Hey venga, ayuda!. Pero no logro pronunciar palabra alguna. No puedo. Es el miedo. Es la ansiedad. Es el encierro.

 De pronto, un silencio absoluto invade mi pequeña habitación; mientras el hedor a vejez se desvanece poco a poco en el techo. Entonces, extrañamente la sombra se retuerce en un rincón de las paredes, en las sábanas de la cama, en las toallas del baño, en los pliegues de la cortina, en el espejo de la mesa de luz. Después retrocede unos pasos y me da la espalda.

 Luego se escurre, sin prisa, por la ventana y desaparece con la neblina fría, cada vez más espesa. Se pierde entre las calles oscuras, como si la ciudad se la tragara con su enorme garganta y, con ella la muerte (pienso vanamente). No es tu hora - alcanzo a escuchar. ¿Qué había sido todo eso?. Qué disparate, pienso. Ahora, la habitación parece más silenciosa y fría que de costumbre. Nunca la había sentido así. Me quedo mirando los cristales hasta cerrar mis parpados cansados, atrapados en vana somnolencia. Los años pesan de dolorosa e irremediable tristeza, de ansiedad y angustia. Lloro al borde de la cama y miro la pequeña mesita de nogal donde un frasco azul se esconde dentro de la cajonera. Observo el viejo espejo con los cristales rotos. La estatua de la Virgen de Lourdes.

 Tengo un designio que me sosiega. Abro el cajón. Levanto el frasco azul y logro leer: "sulmotoxina 1...".

 Respiro hondo y abro más los ojos con esfuerzo y resignación. De súbito, una parvada de cuervos cruza el cielo aterciopelado; mientras descubro en el pálido reflejo de los cristales rotos del espejo, mis propios ojos cansados que miran la desdicha de mi rostro envejecido, atrapado; nos miramos fijamente hasta que juntos nos tomamos el último sorbo.

 Un silencio ensordecedor se deja morir en la noche, sin prisa, como una oquedad.


Max Haro Díaz, nacido en Trujillo, ciudad cálida y de retentiva colonial al norte del Perú. Fue a ahí donde paso sus primeros años de niñez, entre el mar, el campo y la primavera. Ahí vivió hasta los 24 años de edad, actualmente reside en Lima. Sus deseos de escribir datan de muchos años atrás. Lo recuerda vagamente, era un adolescente de 18 o quizás 19 años. Tuvo la fortuna de crecer en el seno de una familia unida y plena de virtudes. Es administrador, chef y auditor, con experiencia en gestión de proyectos, auditoria de procesos y gastronomía; actividades que compagina con su pasión por la escritura.le-bon-gout@hotmail.com

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