El detective Ray
se acomodó la corbata a rayas y se puso el sombrero. Tomó el celular y lo metió
en el bolsillo del saco. Apagó las luces. Cerró la puerta de la oficina y bajó
la escalera. Se metió en el auto modelo ochenta que lo acompañó desde que cobró
su primer trabajo, aquel donde descubrió la infidelidad de la esposa de su
primer cliente.
Le alcanzó el
dinero para comprar ese modelo con el que siempre había soñado. Pero ya era
hora de cambiar de auto. Sabía que ese nuevo trabajo lo iba a cobrar bien. Meg
y él se merecían las vacaciones en el sur y un vehículo que los dejara ir y
venir sin problemas.
Conocía a Meg
desde el colegio secundario. Ni podía creer que ella lo aceptara. Era tan
hermosa que hacían fila para invitarla a salir. Juntos desde entonces, sin
hijos, convivían en un departamento de dos ambientes en el centro de la ciudad.
Proyectos en
común, planes de viajes y los deseos de conocer muchos otros lugares, gente
nueva…
Ray se imaginaba
todo eso mientras cruzaba la Av. Alvear aquella noche.
Al dia siguiente despositaría el cheque por su trabajo
terminado. Ella siempre desconfió de su marido, el apoderado de una de las
firmas más importantes de la industria textil.
Había estado
siguiéndolo por más de seis meses. Reuniones, viajes, salidas espontáneas.
Jamás con una mujer. El sabía que algo ocultaba, pero no tenía pruebas.
Su clienta le
pidió que esa fuera la última noche de seguimiento. Nada nuevo había sucedido.
Tal vez sus celos le jugaron una mala pasada, ya que el hombre parecía honesto
y fiel con ella.
Ray recorrió por
última vez aquella calle, donde el esposo de su clienta se quedaba hasta tarde
cada noche. Era el edificio de la empresa. Cuando detuvo el auto, vio bajar al
empresario con un bolso en la mano. Subió a su auto y partió.
Ray puso en
marcha el suyo y lo siguió. El recorrido le resultó extraño. No era el
habitual. De pronto se encontró en su barrio. Estacionó en la esquina y lo
espió.
Saliendo del
pasillo de su casa con un bolso negro, Meg se metió en el auto del empresario.
Se besaron. Aceleraron rápido para no
ser vistos.
Ray, se tomó la
cabeza. Una lágrima rodó por su rostro.
Sacó las llaves y abrió la puerta de su casa. Sobre la mesa del comedor
la nota simplemente decía: “ Voy a cumplir mi sueño, te esperé demasiado”
Sacó de su
bolsillo el cheque firmado y lo rompió. Cuando sonó el teléfono, aún tenía los
pedazos del cheque entre sus manos y la 45 sobre la mesa. La voz de su clienta
lo sorprendió.
“Se fue”, le
dijo. “La nota dice: ”Voy a cumplir mi sueño”. Lo sabía, me engañaba, se lo
dije”…
©Silvia Vázquez
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