Aquí mi cuento:
El pañuelo blanco
Se sentó en el banco del
jardín, cerca de los arbustos. No miraba con curiosidad alrededor suyo, como si
viviera ahí, desde siempre. Yo la había visto varias veces cuando pasaba de
noche por la vereda del Museo pero pensé que era alguien que estaba ensayando
para una recreación, de las que hacen habitualmente. Esa noche, me llamó. No me
pregunten por qué, pero quise entrar y saber quién era.
Estaba vestida de celeste, con
un hermoso sombrero de moño negro. Era
muy blanca, hermosamente blanca y delicada. Su cabello escondido debajo del
sombrero era oscuro. Me tomó de la mano y me llevó hacia la biblioteca. Nos
sentamos como si fueramos viejas amigas. Me tomó de la mano, me miraba
extrañada cada tanto, hasta que me preguntó “¿Por qué no me dejan salir?”.
Su voz era suave pero se
sentía un poco de tristeza al escucharla. “No encuentro a nadie que pueda
responderme”, me dijo.
“Sé que hace años estoy aquí,
en este lugar, sola con mis recuerdos, sola con mi corazón recordando a alguien…en
realidad a dos personas recuerdo, una es un hombre, otra un bebé. No puedo
verles el rostro, pero sé que los amo profundamente y ellos a mí”
Recordé la primera visita que
hice al Museo, donde contaban la historia real de los hechos del fusilamiento
de Camila O´Gorman y Ladislao Gutierrez. Era ella, la misma que había luchado
por su amor, la misma que había sentido la presión de la época por amar a
alguien prohibido.
Ella seguía mirándome y me
contaba cosas de su época, su sufrimiento y a la vez su incondicional amor
hacia ese hombre de quien no podía recordar su rostro.
De repente se levantó y me
llevó hacia el frente, donde está la escultura. “¿Soy yo?” me preguntó. “¿Esa
soy yo, por qué estoy ahí?”
Le expliqué como pude, quien
había sido ella, cómo había llegado ahí y qué le había sucedido. Aceptaba
moviendo la cabeza, cuando le preguntaba otros detalles de su vida. Recordaba
muy pocas cosas, pero asentía cada vez que le hablaba de ellos.
De repente, desapareció. Miré
hacia todos lados y lo único que había en el lugar era un pañuelo blanco, con
puntillas, al lado del banco donde habíamos estado hablando.
Lo levanté, lo guardé en mi
cartera y seguí caminando hacia la puerta. Estaba cerrada con llave.
“No te vayas”, escuché.
Necesito que me sigas aclarando algunas cosas.
No niego que me asusté un poco
cuando volví a escuchar su voz, esta vez desgarrada de dolor y con lágrimas
resbalando por su rostro blanco y terso.
“No llores”, le dije. Sentate
y hablemos. Intenté de recordar más sobre esa historia tan apasionante como
trágica. Hablamos un rato largo, hasta que se calmó y cada tanto tapaba su
rostro con sus manos asustada por mi narrativa.
“Camila, es así,
lamentablemente, todo fue muy horrible,pero real” le dije.
Ella sollozaba, me miraba,
observaba mi ropa con curiosidad,pero seguía escuchándome atentamente.
La llevé hacia la cocina y le
preparé un té. Creo que eso la tranquilizó un poco. Cuando el sol comenzó a
asomarse caminó hacia el frente del Museo y entró en el sótano que está en uno
de los salones.
Crujieron los pisos, se cerraron
todas las ventanas y un aire cálido me envolvió de repente. El portón de
entrada estaba semi abierto y corrí, salí a la calle cuando pasé, se cerró abruptamente.
Me quedé esperando en la
puerta hasta que llegaron los primeros empleados una hora más tarde.
“Abrime por favor, que hay
alguien adentro, esperándome”, le dije a una de las chicas.
“Adentro? Adentro no hay
nadie, señora. El museo está cerrado hasta las 12”, me dijo.
”No, no, ella está ahí,
esperándome”.
La chica me miró extrañada.
Pensó que me había bajado la presión y me permitió pasar.
“Siéntese por aquí, por
favor”, me dijo en la cocina. Le voy a servir un poco de agua fresca.
A quien vio, señora?”
“A Camila”, le dije, “A
Camila”.
Ella esbozó una sonrisa y
salió de la cocina. Se fijó que el portón haya quedado cerrado y volvió.
Yo tenía escondido en mi mano
el saquito de té, para que no lo viera.
Después de todo, no quería que
dijeran que estaba mal de la cabeza…
Personalmente, he recibido todo y me puse muy feliz, ya que nadie imaginaba que nos darían esas postales, que recordarán nuestro relato a quienes deseen conservarlas en su poder.
Comparto con ustedes el cuento que recibió "Segunda mención " en el Concurso Martín Fierro:
La china
Ella sabía que le iba a cebar el último
mate. Su pelo negro trenzado enceguecía. Era delgada y tenía los ojos tristes.
Le lustró las botas y le anudó el pañuelo en el cuello, mientras él
ensillaba. Le puso en el bolsillo unas hojitas de menta para que no extrañe el
sabor a casa.
Él le dio el último sorbito al amargo, la
besó en la frente y subió al caballo. Le pegó suavecito en las ancas y al
trotecito, desapareció detrás de los eucaliptos que flameaban con el viento
frío.Fierro sabía que no iba a verla
nunca más.
Les cuento que aún pueden participar en el concurso de Las musas que se realizó en la Feria, con un poema de su autoría, indicando que es el Concurso Las musas Feria del libro 2019.
¡El buzón de "Las musas" espera sus trabajos!
©Silvia Vázquez
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