viernes, 10 de mayo de 2019

Escritora invitada: Susana Grimberg

“Casi todos podemos soportar la adversidad, pero si queréis probar el carácter de un hombre, dad le poder”. Abraham Lincoln


Lady Macbeth

Una de las contadas ocasiones en las cuales Sigmund Freud aceptó las limitaciones del método psicoanalítico fue cuando intentó explicar la conducta de Lady Macbeth, la ambiciosa esposa que supo llevar a su indeciso marido al poder absoluto que, en su caso, era el de ser rey de Escocia. “Cuáles fueron los motivos por los cuales, en un corto período de tiempo, un hombre ambicioso pero vacilante se transformó en un incontenible tirano, y la instigadora de corazón de acero en una mujer enferma y devorada por el remordimiento, es algo que, en mi opinión es imposible de precisar”. Esta reflexión aparece en un escrito de 1916.
Freud comentó que empezó a leer a Shakespeare a los ocho años, permaneciendo sin alteraciones su admiración por Macbeth, uno de los villanos más sangrientos de la historia del drama occidental y, reconoció, también, que su personalidad y la del monarca escocés tenían inquietantes rasgos comunes. Como Macbeth, durante toda su vida él había sabido enfrentar y superar las dificultades, y salir con más fuerza de estos encuentros.
En un giro inesperado, Freud acudió a la tesis de un estudioso de Shakespeare, Ludwig Jekels, que había descubierto un método muy propio de Shakespeare que podría aplicarse a Macbeth. De acuerdo con Jekels, el poeta inglés con frecuencia “divide en dos a un personaje, cada uno con su temperamento, los cuales tomados en forma separada, no se podrían entender y sólo llegan a serlo cuando se reúnen de nuevo como uno solo, juntos agotan la posibilidad de reaccionar frente a un crimen, como dos partes desunidas de una sola individualidad psíquica”. Es lo que habría ocurrido con el matrimonio Macbeth: dos caras de una misma moneda, podría decirse.
Personalmente, no sólo no conozco el texto de Jekels y tampoco sé si alguien, aparte de Freud, lo habrá leído pero no deja de ser excitante hacer de Macbeth y la primera dama de Escocia una sola persona, algo que bien puede y suele suceder en todas las latitudes y épocas pero no resulta convincente en otras tragedias shakesperianas. Sería como decir que Antonio y Cleopatra son dos mitades de una sola persona. O Hamlet y Ofelia. O, más jóvenes, Romeo y Julieta.
Por otra parte, aunque se sepa que Macbeth, el rey, no se justifica existencialmente sin su reina, Lady Macbeth, la cuestión es que en ella casi todo es inexplicable, especialmente su debilitada voluntad al final de la obra.
Los que fracasan al triunfar
Podemos tomar a Lady Macbeth como ejemplo de una persona que colapsa después de alcanzar el éxito obtenido con el despliegue de una energía especial. Se trata de una mujer dispuesta a sacrificar incluso su femineidad con el fin de alcanzar sus criminales propósitos, sin ni siquiera considerar el aporte decisivo que esta femineidad pueda jugar cuando, más tarde, se presente el tema de conservar el premio de su ambición logrado a través del crimen. Ella lavaba sus manos manchadas y con olor a sangre, pero siempre estuvo consciente de la inutilidad de su intento. La que parecía no tener remordimientos termina agotada por el remordimiento.
Quiero destacar como lo dijo Freud que si el hecho de no tener hijos que los sucedieran en el poder podría haber propiciado el desarreglo mental de la reina, su locura y su muerte suicida. Tanta mentira, engaños, traiciones y crímenes para nada. Al final, serán los hijos de otra mujer a la que Freud se refería, que fue el caso de María Estuardo, cuyo hijo, Jacobo I, se quedó con el trono inglés, quienes se van a quedar con el poder tan afanosamente conseguido.
Cabe la cuestión, tal como lo sugiriera Freud, que Lady Macbeth posiblemente no se hubiera enfermado de haber tenido hijos y que si la siniestra pareja se hubiese comportado de otra manera, o sea, no hubiera protagonizado la gesta de horrores que ensangrentó a Escocia durante muchos años, hubiera habido un mejor final.
La cuestión no es tan sencilla y Freud lo sabía. No en balde, reconoció que el psicoanálisis no era suficiente para explicar la personalidad de esta víctima de sus propias y desmesuradas ambiciones. El problema es que si no entendemos a Lady Macbeth tampoco sabremos por qué su esposo, de un momento a otro, se convirtió en un “incontenible tirano”, en una personalidad tan inexorable “como era ella al principio”.
También es verdad que, la locura por tener cada vez más poder se presenta con más zonas oscuras que claras.
El rechazo a la feminidad y a la maternidad
Quiero comentar que es notable cómo en la obra teatral, no se menciona al personaje como «lady Macbeth», sino que se habla de ella como «la esposa de Macbeth», la «señora de Macbeth» o simplemente «lady». Por otra parte, la escena del sonambulismo que es una de las más célebres de esta obra teatral y de todas las obras de Shakespeare, nunca tuvo que ver con ningún hecho recogido en la fuente histórica en la que se basó el autor: las Crónicas de Holinshed, sino que se trata de una invención del poeta y que, a excepción de las líneas finales, la escena está escrita completamente en prosa, siendo lady Macbeth el único personaje importante de una tragedia de Shakespeare al que en su última aparición se le niega la dignidad de un verso porque Shakespeare solía escribir en prosa los diálogos de los personajes que muestran estados mentales alterados o condiciones anómalas, como el sonambulismo, ya que el ritmo regular de los versos se considera inapropiado en personajes que han perdido el equilibrio mental o están sujetos a imágenes o impresiones carentes de conexión racional. Por otra parte, las alucinaciones de lady Macbeth: la sangre en sus manos, el sonido del reloj y la reticencia de su esposo, se sobreentiende que surgieron de su desorden mental y de su angustia, tanto como su manía compulsiva por lavarse las manos, típico de un enfermo de neurosis obsesiva.
Si algo podemos afirmar de Lady Macbeth es que era la antítesis de la madre que no duda en estrellar la cabeza del bebé que bebe de su pecho. En realidad, Lady Macbeth fue el símbolo de todas las madres de la época condenadas por la fantasía infanticida del personaje, porque la fantasía de Lady Macbeth no se basaba en el esfuerzo por parecer un hombre, sino también, su lucha contra la condena de ser madre.
La extraña amenorrea que empezó a afectar a Lady Macbeth no sólo anularía su la feminidad, sino que le abriría el camino para pedirle a los espíritus que le eliminaran las características biológicas básicas de la mujer. Es más, cuando lady Macbeth pide ser asexuada, grita a los espíritus: “espesad mi sangre, cerrad en mí el acceso y el paso al remordimiento” ella estaba rogando que se le acabe su ciclo menstrual porque, al dejar de menstruar, iba a eliminar cualquier sentimiento de sensibilidad y desvelo que se asocie con las mujeres.
Por otra parte, con el asesinato de los hijos: el bebé estrangulado cuyo dedo tiran las brujas al caldero y el bebé de boca tierna a quien estrellaría su frente contra una piedra, Lady Macbeth empezó a representar a la anti-madre por antonomasia: no solo le rompería la cabeza a un bebé, sino que iría aún más allá, hasta deshacerse completamente de sus medios de procreación.
Algunos historiadores y críticos literarios argumentan que lady Macbeth no solo representa una figura anti-materna en general, sino que también encarna un tipo específico: la bruja, mujer que sucumbe a la fuerza satánica, a su deseo por lo demoníaco y que, ya sea por esa razón o por el anhelo de obtener poderes sobrenaturales, podía invocar a espíritus malvados y a mujeres lascivas y brujas malvadas.
Como las brujas, según algunos autores, Lady Macbeth se habría revelado como una inconformista fuerte y desafiante y una amenaza explícita al sistema patriarcal de gobierno además de que las brujas se percibían como un tipo anti-maternal extremo, consideradas capaces incluso de cocinar y devorar a sus propios hijos. Aunque Lady Macbeth podía no expresar violencia hacia su hijo de una forma tan grotesca, no hay duda de que expresaba su brutalidad cuando hablaba de estrellar la cabeza del bebé.
El crimen como pasión
Como vimos, si bien Lady Macbeth fue la que incitó a su marido a cometer regicidio para convertirse en reina de Escocia, una vez logrado su cometido, se sintió culpable por su responsabilidad en el crimen.
Los analistas ven en el personaje de lady Macbeth el conflicto entre feminidad y masculinidad, tal como están impresas en las normas culturales. Lady Macbeth reprime sus instintos de compasión, maternidad y fragilidad, asociados con la feminidad, en favor de la ambición, la dureza y una resuelta persecución del poder. Las ansias por tener cada vez más poder, son las que tiñeron todo el drama, arrojando luz sobre los prejuicios de género desde la Inglaterra de Shakespeare hasta nuestro tiempo.
Por otra parte, aunque se sepa que Macbeth, el rey, no se justifica existencialmente sin su reina, Lady Macbeth, la cuestión es que en ella casi todo es inexplicable, especialmente su debilitada voluntad al final de la obra.
Cabe preguntarse, tal como lo indicó Freud, que Lady Macbeth no se hubiera enfermado de haber tenido hijos y que si la siniestra pareja se hubiese comportado de otra manera no hubiera protagonizado la gesta de horrores que ensangrentó a Escocia durante muchos años.
La cuestión no es tan sencilla y Freud lo sabía. No en balde, reconoció que el psicoanálisis no era suficiente para explicar la personalidad de esta víctima de sus propias y desmesuradas ambiciones. El problema es que si no entendemos a Lady Macbeth tampoco sabremos por qué su esposo, de un momento a otro, se convirtió en un “incontenible tirano”, en una personalidad tan inexorable “como era ella al principio”.
También es verdad que la pasión por el poder, se presenta con más zonas oscuras que claras.
Quiero concluir con este pensamiento de Nietzsche respecto del poder:
“Quien con monstruos lucha, que se cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti”.
Susana Grimberg. Psicoanalista, escritora y columnista.
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