El honor de tener algunos de sus trabajos dedicados de su puño y letra. Exquisitas obras literarias. Gran sabiduría y muy buena compañera, sencilla, amable y dulce. Me encantó que esté en mi casa compartiendo un cumpleaños y yo en la suya.
Recuerdo sus tecitos y sus tortas caseras. Su francés y su amor y devoción por sus hijos y su esposo. Juanita partió, pero dejó su obra. La que conservaré como un tesoro. Nuestras charlas extensas seguirán seguramente en otro lugar. Solo pido al Dios del cielo que la proteja y la tenga bajo su bendición. Juanita...gracias por permitirme haberte conocido. Te voy a extrañar.
Comparto uno de sus escritos:
Involución
Mirando los recuerdos del desván está ella siempre.
Manos resecas de tanto lavar pañales.
Un baúl con las bisagras oxidadas, contiene muñecas. Les faltan miembros.
Las atesora. Fueron de sus hijos y nietos.
Otro canasto tiene ropita que tejió. Se entretiene vistiéndolas. Necesita hacerla para sentirse viva.
Dio a luz tres varones y cuatro niñas que ya han volado del nido. Prácticamente no la visitan Tienen excusas que creen que los justifican.
Cuando llueve viene a casa a tomar un café con leche.
Tiene miedo a los truenos.
A veces trae una caja vacía. Con sus pasos cansinos, se acomoda en el sillón.
Cree que va sacando cosas. Es como la caja que el aviador le dibujó al Principito.
Anoche, tomé sus manos entre las mías. Como una frenética catarata reprimida durante mucho tiempo, mis lágrimas se juntaron.
Sus palabras tenían cadencia de imploración. Me preguntó si podía quedarme a dormir. Le contesté afirmativamente.
Acomodé el otro cuarto. La ayudé a cubrirse con mantas. Me pidió el oso de peluche. Noté que se abrazó a él.
¿Por qué las cigüeñas no anidaron este año en los tejados?- Quiso saber.
Le dije que debido a la nieve se refugiaron en lugares cubiertos.
-Ah!-Respondió contenta.
Me quedé observándola hasta que sus ojos agotados por el sueño y los pesares, se cerraron.
A la mañana, me acerqué al lecho. Le vi una sonrisa por primera vez. Parecía mucho más joven: una adolescente.
Los ojos permanecían cerrados.
Manos resecas de tanto lavar pañales.
Un baúl con las bisagras oxidadas, contiene muñecas. Les faltan miembros.
Las atesora. Fueron de sus hijos y nietos.
Otro canasto tiene ropita que tejió. Se entretiene vistiéndolas. Necesita hacerla para sentirse viva.
Dio a luz tres varones y cuatro niñas que ya han volado del nido. Prácticamente no la visitan Tienen excusas que creen que los justifican.
Cuando llueve viene a casa a tomar un café con leche.
Tiene miedo a los truenos.
A veces trae una caja vacía. Con sus pasos cansinos, se acomoda en el sillón.
Cree que va sacando cosas. Es como la caja que el aviador le dibujó al Principito.
Anoche, tomé sus manos entre las mías. Como una frenética catarata reprimida durante mucho tiempo, mis lágrimas se juntaron.
Sus palabras tenían cadencia de imploración. Me preguntó si podía quedarme a dormir. Le contesté afirmativamente.
Acomodé el otro cuarto. La ayudé a cubrirse con mantas. Me pidió el oso de peluche. Noté que se abrazó a él.
¿Por qué las cigüeñas no anidaron este año en los tejados?- Quiso saber.
Le dije que debido a la nieve se refugiaron en lugares cubiertos.
-Ah!-Respondió contenta.
Me quedé observándola hasta que sus ojos agotados por el sueño y los pesares, se cerraron.
A la mañana, me acerqué al lecho. Le vi una sonrisa por primera vez. Parecía mucho más joven: una adolescente.
Los ojos permanecían cerrados.
Juana Schuster
©Silvia Vázquez
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